Este es el tercer libro que leemos de este
autor y todos nos han resultado muy interesantes.
Empieza su recorrido en Ciudad del Cabo y el
Cabo al que los portugueses llamaron de Buena Esperanza y termina dos meses
después el Río Congo como era su proyecto. Hace una reseña de los espacios
físicos que recorre y de su periodo colonizado, empezando por la colonización
árabe hacia el 650 d.C. que dará especial esplendor a Kilwa entre 1200 y 1500.
En 1487 Bartolomé Días, dobla el Cabo de las
Tormentas, al que llamará Cabo de Buena Esperanza y abrirá la ruta marítima
hacia la India. En 1652 el holandés Jan Van Riebek funda la Ciudad del Cabo. En
1820 desembarcan en el Cabo los primeros colonos británicos.
Reverte nos relata las sucesivas guerras en
la zona al largo del siglo XIX y principios del XX. Tribales entre nativos;
boers y nativos; ingleses y nativos; ingleses y boers. Hasta aparecen grandes
estrategas bélicos: Shaka entre los nativos zulúes y Paul Kruger entre los boers. Ejércitos británicos
en la plenitud de su Imperio, el más grande entonces, sufrieron alguna derrota
a manos de nativos y boers. Porque servía a sus intereses los gobiernos de
Londres debieron mirar a otro lado mientras líderes como Cecil Roders con los nativos
el general Kitchener con los boers hacían un trabajo poco limpio que no podrían
aprobar oficialmente.
En su recorrido por Tanzania, antigua
Tanganica, colonia alemana, a su paso por el ramificado delta del río Rufiji,
nos recuerda el enfrentamiento entre navíos alemanes e ingleses en la Primera
Guerra Mundial.
No quiso perderse la fantástica aventura de
adentrarse en el Parque de Selous y pasar una noche en plena selva refugiado en
un viejo todoterreno. Por encima del evidente peligro y lógico miedo le supuso
una sublime e inolvidable experiencia de contacto con la naturaleza virgen.
Nos deja un grato recuerdo de Tanzania, un
pueblo que avanza con el turismo, unas gentes sencillas, alegres en su precaria
vida de subsistencia. Al contrario, cuando llega al Congo encuentra miradas
tristes. Aquí siguen en situación de guerra, aunque ya ha caído el régimen de
Mobutu, y la seguridad y precariedad son extremas, de las más extremas del
mundo.
Precisamente, cuando leíamos este libre
tomaba posesión el nuevo presidente con un mensaje de paz.
Introduce algo de historia de los países que
recorre. Vuelve a hablar del genocidio
de Ruanda, que hoy, 6 de abril, nos recuerdan los medios informativos. Lo
curioso para el Congo es que se suceden la desgracias, siendo uno de los países
más ricos de África: Manejado bárbaramente por Leopoldo I de Bélgica como su Finca,
dictadura salvaje de Mobutu. En el momento de su llegada, caído el dictador, la
situación es muy difícil y se tiene que acoger a la protección del embajador
español, que cumple como un amigo.
Le favorece las gestiones para que pueda
ascender por el Congo. Lo consigue en el primer barco que renueva el tráfico
marítimo después de un periodo bélico.
La navegación río arriba partió desde Maluku,
50km. más arriba de Kinshasa y se hizo lenta, difícil, peligrosa. Los controles
militares, normales o arbitrarios, las fuertes tormentas… eran la causa. Las
circunstancias le hicieron renunciar al sueño de llegar hasta Kisangani y
finalizar la travesía en Mbandaka. Así se lo venía diciendo el responsable de
la travesía el portugués Carlos, que le protegía en su camarote de las abusivas
visitas de militares incontrolados.
El Akongo Mohela, un buque a vapor con dos
barcazas, iba lleno de pasajeros de ida y vuelta que iban con sus pequeñas
mercancías y sus familias. Los únicos blancos eran Reverte y Carlos, el único
que llegó a saber su condición de escritor, que se hace pasar vinatero en viaje
turístico.
Los más de 200 pasajeros hacen la vida en
cubierta y se terminan conociendo todos, una estancia pacífica aunque
bulliciosa, sobre todo cuando llegan a un poblado y sus habitantes invaden la
cubierta a vender y comprar.
El
pánico llega cuando unas ráfagas de Kalashnikov hacen detener la marcha y suben
militares a bordo. Hacen control y cobran, encuentran a un blanco y, aunque
tenga todo en regla, lo despojan. Lo hacen dos veces con nuestro escritor. El
joven Mak, camarero de Carlos, alerta a la autoridad militar. La segunda vez intervienen
en el momento en que los dos blancos, español y portugués, iban a ser
ejecutados.
Los viajes son una excelente ocasión de hacer
amigos, aunque la relación no vaya más allá de las horas o los días que se
comparten. Reverte, por su manera de ser, su experiencia y la naturaleza de su
trabajo, lo hacía de manera especial. No importaba la etnia. No era raro
encontrar un joven que le ayudaba en una situación difícil y se conformaba con
entregarle una nota con su dirección para que facilitara su venida a Europa. Una
joven madre de 15 años, muy animosa, sobrevive lavando ropa de los pasajeros,
incluido el escritor, que le coge aprecio y le da el doble de ella pide.
En el último abordaje los militares
desconocen que hay un blanco en el camarote del patrón escondido ni nadie de
los nativos se lo dice. Celestine, ingeniero nativo, que hace amistad con
Reverte, comenta, por ello, que se ganado de aprecio de aquella gente, que no
están acostumbrados a que un blanco se acerque a ellos, se interese por sus
cosas, les tome fotos.
Reverte, a través del embajador, conoce al misionero Santiago, entregado en
cuerpo y alma a aquella gente, que ya no sabe si es más médico y sicólogo que
sacerdote, pues a veces descuida los ritos litúrgicos. El, en este libro, nos
contagia su humanismo, su admiración por África, el Congo… y su cercanía a
estas gentes. Termina diciendo en el epílogo que, a pesar del grave peligro,
abandona con nostalgia la ruta del Congo. Añade, como reflexión, que ya no sabe
si viaja para escribir o si escribir es una excusa para viajar.
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