España y la patria son equivalentes para el
ciudadano normal, entre los que me incluyo. Para algunos de nuestros dirigentes
y más de un periodista son un símbolo a utiliza interesadamente con un
lenguaje, bronco, agresivo, intolerante porque da resultado electoralmente,
obtiene adeptos y votos.
Yo pregunto ¿cómo puede uno sentir tal pasión
por la bandera y no mostrar sensibilidad por los problemas de los ciudadanos a
los que esa bandera representa?
Para los catalanes independentistas, siendo
minoría y no compartiendo la misma patria de los que se sienten españoles, lo
importante es su procés, sus presos,
... difundir la sensación de víctima de España, como estado opresor contra el
que hay generar por cualquier medio, una actitud negativa y de rechazo.
Los patriotas catalanes y españoles se
alimentan mutuamente en una bronca constante, cada día, casi cada hora. Su
ardor dialéctico no se percibe el problemas del ciudadano de a pie: el que está
en paro, el que no tiene para llegar a fin de mes, que le desahucian de la
vivienda, … que los salarios medios sean igual que hace diez años, que se hayan
disparado las desigualdades sociales, duplicándose el número de ricos y más que
duplicado el de pobres, que muchos de los mayores malviven en pobreza, que
muera una mujer asesinada cada semana a manos de su pareja, … que haya restricciones
en educación y sanidad. Estos problemas parecen quedar en segundo plano para
estos ardorosos patriotas de uno y de otro lado.
Al acto de conmemoración de la constitución
asistieron tres supervivientes del honorable grupo que la redactó. A uno le
abuchearon ¿Por qué? Se preguntarían los tres “¿para esto hemos hecho tanto
esfuerzo?” También asistieron los expresidentes del Gobierno vivos. A más de uno le abuchearon ¿por qué? ¿Acaso no
han regido una patria común? Se recordó con elogio el esfuerzo que supuso su
redacción con el objetivo de alcanzar la deseada concordia entre españoles. ¿Ni
siquiera ese día se pueden apaciguar esos patriotas tan ardorosos?
Una bandera y un himno, son de manera
diferente, símbolos identificativos de un país. Son un trozo de tela y una
pieza musical con ese valor simbólico, no un ídolo al que adorar. En actos
oficiales, sobre todo a nivel internacional, se le debe el respeto que se debe
a cualquier país. Es un uso indebido, impropio, indigno e irrespetuoso
utilizarla como arma de enfrentamiento o intolerancia entre los ciudadanos,
porque esos símbolos nos representan a todos. No es mejor patriota quien usa su
bandera para mostrarse intolerante y perseguir a otros compatriotas. Cualquiera
de ellos, como persona humana, tiene un valor muy superior.
El Rey Juan Carlos se comprometió, claramente
y desde el principio, con la democracia, la Constitución y la concordia entre
los españoles. Su hijo, Felipe, no lo está haciendo menos. Ambos, a mi
entender, a extender la imagen de España fuera de nuestras fronteras. ¿Es el
momento de plantearse el cambio de la forma de Estado? ¿Es realmente un
problema urgente? Sobre todo cuando vemos aún alargada la sombra de la
dictadura.
Lamentablemente estas malas maneras que vemos
por los medios audiovisuales de nuestros dirigentes y representantes políticos
así como de los participantes de algunas tertulias trascienden a la sociedad
como un mal ejemplo a imitar, que da justificación a sus desmanes.
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