Roberto Saviano. Napolitano, nacido en 1979,
periodista, escritor y ensayista, alcanzó fama mundial en 2006 con la
publicación de “Gomorra”. Se la cataloga como novela autobiográfica
basada en hechos reales, escrupulosamente documentada. Desde octubre de 2008
vive escoltado, a cargo del Gobierno italiano, tras ser amenazado por el clan de los Casalesi, uno de los más
descritos en su obra.
“Toda
gran contrata y obra puede llegar a ser dominada en todas sus fases por la
empresas de la Camorra de la campiña aversana. Fletes, movimientos de tierras, transportes,
materiales, mano de obra... Las empresas de la campiña aversana están listas
para intervenir: organizadas, rápidas, económicas y eficientes… Un auténtico
ejército dispuesto a cementar todo lo que se ponga por delante…en cinco años,
en pocos kilómetros cuadrados se han edificado auténticos reinos comerciales de
cemento” (R. Saviano).
“Embargos
que habrían destruido a cualquier empresa, pérdidas que habrían arruinado a
cualquier empresario, auténticos mazazos económicos que habrían asfixiado a
cualquier grupo económico, a cualquiera, menos al cártel de los Casalesi” (R. Saviano).
Uno no sabe cómo ni cuándo ni por qué han
surgido estos clanes que nos describe el autor a base de una observación
directa en los últimos decenios del siglo XX y primeros años del XXI.
Geográficamente sitúa los clanes de la Camorra en la Campania, su tierra: en
Secondigliano, un barrio de Nápoles, el más peligroso de Europa; en la
limítrofe provincia de Caserta, Casal di Príncipe (los Casalesi), Santa María
di Capua-Vetere; Mondragone…
El
deseo de dominio es absorbente sobre personas, espacios, cosas… y extiende sus
tentáculos a las instituciones a las que pretende controlar a su manera.
Aparentemente son como unos mecenas que dejan
un alto grado de autonomía a sus más directos colaboradores, sus boss, incluso
financian proyectos de tipo social: centros de enseñanza, hospitales, iglesias,
incluso algún proyecto o gasto personal. Suelen hacerlo sin los engorrosos
trámites que exigen los bancos, de los que controlan algunos. Dan asombrosas
facilidades para el préstamo y la devolución, porque la persona endeudada será
un sumiso colaborador, terminará siendo miembro del clan.
En el clan pueden promocionar, hasta ser un
responsable de zona, incluso enriquecerse y ser un boss. Lo que nadie podrá
llegar a ser es autónomo total, disidente. La represalia será despiadada hacia
él y los suyos, igual o mayor que al
enemigo exterior. Los líderes desaparecen; los clanes siguen.
Desde fuera, Don Pepino Diana, un joven
sacerdote, les hizo frente con su claro mensaje evangélico, desenmascarándolo
cual un Juan Bautista. Dos killer lo eliminan en su iglesia cuando se vestía
para celebrar. Era un gran enemigo vivo, pero muerto, un mártir, también lo es;
por ello, se difunden bulos difamatorios contra él.
Algunos
clanes llegan a ser grandes
financieras multinacionales que acumulan miles de millones de euros. A
lado de la droga, heroína y cocaína, y el tráfico de armas (kalashnikov), está
la fabricación de calzado y ropa de calidad, productos alimentarios y sobre
todo la construcción. Se generan grandes fortunas, que mayoritariamente se
blanquean fuera de allí, su origen.
Las condiciones de trabajo de sus asalariados
en horarios y seguridad, son impensables en un país de la UE. Mueren muchos en
la construcción; pero hacen la manera de que no sea accidente laboral, sino de
tráfico.
En algún sector de producción, textil,
calzado, cosmética, han difundido la marca Italia. Sin embargo, Saviano nos
deja un mensaje final desgarrador sobre un futuro insostenible de habitabilidad
de la Campania, rica zona tradicional de cultivos mediterráneos y de gran
afluencia turística en el siglo XX.
De las industrias del Norte, incluidas las
químicas, se trasportan y depositan millones de toneladas en esta zona.
Aparentemente, se hace todo legalmente; hay técnicos independientes,
stakeholders, que le dan de paso. Cuando los supuestos vertederos se hacen muy
grandes se queman. Algunos muchachos gitanos se han hecho expertos en esos
incendios; les basta unos litros de gasolina, unas cintas de vídeo, unas
cerillas y unas decenas de euros.
En algunas zonas el aire se vuelve
irrespirable para una persona normal y el camionero del TIR se niega a entrar
al vertedero y realizar la descarga. Siempre habrá un muchacho de 14 o 15 años,
que por 250€ efectúe esa operación con unas simples indicaciones mecánicas. El
propietario de un bar donde los buscan y contratan comenta: “Esa ropa que les hacen llevar, cuanto más
se la echen al cuerpo y la respiren, antes les hará reventar. A esos los mandan
a morir, no a conducir”.
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