El invierno nos regala un tiempo de quietud para
reencontrarnos con nosotros mismos. Al igual que la semilla que espera
aletargada a que llegue la primavera, nuestro ser se encuentra con la paz del
invierno y si somos capaces de ver y sentir toda su belleza, disfrutaremos de
él.
Todo en el universo es cíclico; nosotros, también;
y como a cualquier ser vivo nos influyen los cambios de estación. Es bueno
comprender que no podemos tener la misma alegría en verano o en primavera,
cuando todo está brotando y la vida vibra con mayor pasión en nuestro ser, “la primavera la sangre altera”, que en
otoño o invierno, tiempo que nos invita al recogimiento, a disfrutar del fuego
de la chimenea, de la manta y un buen libro… Sin embargo, en el otoño y en el
invierno llega el milagro de la lluvia. Vivimos en un entorno privilegiado en
el que la poca agua que cae hace que brote la vida allá por donde vamos. Si nos
paramos a observar, nuestro pequeño rincón se ha tapizado de verde. La tierra
es tan agradecida que de ella nacen las plantas en este tiempo de invierno,
como si fuera primavera. Es verdad que esta época a veces es incómoda: hace
frío, llueve, hay viento; pero todo es necesario para que el ciclo de la vida
continúe. Y todos estos cambios de estación también nos ayudan a darnos cuenta de
que todo en la vida son experiencias y oportunidades y, dependiendo de cómo las
vivamos, hará que nuestra vida sea un infierno o un paraíso.
Estaría bien ser conscientes de que cada vez que
abrimos los ojos se nos da la oportunidad de vivir nuestro día de una forma
determinada: podemos centrarnos en todo lo que nos falta o fijar nuestra
atención en lo que somos y en lo que podemos disfrutar. Cada suceso en la vida
nos habla y cuando somos capaces de recapitular y miramos hacia atrás, nos
damos cuenta que nada ha sido por casualidad; incluso acontecimientos que en su
día nos parecieron horribles y nos generaron estrés o dolor, vistos con
perspectiva, nos hacen comprender que gracias a aquello hoy estamos aquí; pero
para eso, para llegar a esa conclusión, todo depende de tu mirada. Todos
conocemos personas que viven en la queja porque hagan lo que hagan, tengan lo
que tengan nunca es suficiente. Todos conocemos personas que son más optimistas
y que buscan la parte favorable en todo lo que acontece en su vida. Fíjate en
uno y en otro y piensa a quién quieres parecerte. Es cierto que la vida a veces
nos da buenos empujones; pero, como dice un proverbio Chino, si el problema tiene solución, ¿por qué te
preocupas? Y si no tiene solución ¿por qué te preocupas? ...” Y es cierto,
muchas veces nuestras cabezas se enzarzan en una lucha sin tregua que no va a
ningún sitio. La vida nos va poniendo delante las experiencias que necesitamos
para evolucionar y, en ocasiones, lo único que podemos hacer es aceptar.
Aceptar no es sinónimo de resignación ni de tirar la toalla. En la aceptación
está la semilla de la paz, de la tranquilidad que muchas veces necesitamos para
resolver un problema. Cuando aceptamos que algo es así o alguien es así, llega
la tranquilidad, podemos respirar hondo y relajarnos, porque tenemos la
confianza de que es como debe ser. El universo no hace las cosas por casualidad;
todo tiene un sentido y aunque a veces no seamos conscientes, en ese momento,
de lo que hemos de aprender, con el tiempo todo se colocará y cuando miremos
hacia atrás podremos comprender.
Todo pasa, lo “bueno” y lo “malo”, aunque en
realidad no hay bueno ni malo, solamente la forma en la que nosotros decidamos
mirarlo.
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