En las recientes elecciones
autonómicas de Andalucía del 2 de diciembre de 2018 ha ganado la derecha y
contra pronóstico, después de 36 años ininterrumpidos de gobierno de la
izquierda.
Al hilo de este resultado quiero hacer
una reflexión referente a los partidos mayoritarios a nivel estatal y nivel
autonómico. La tradición democrática de
nuestro país no alcanza a la de nuestros vecinos de Europa y ha sucedido en el
tiempo a una larga dictadura de derechas. Por ello, los periodos de permanencia
en el poder de los partidos y más aún de las personas debieran ser de ocho
años, doce como máximo.
Aparecen vicios de poder que están a la vista, que
arraigan más fácilmente en la derecha. Quien gobierna, persona o partido, según
avanza el tiempo se va sintiendo dueño de ese poder, no como un administrador
ese recibido de los ciudadanos ante los que es responsable, los que le han
votado y los que no le han votado. Se sienten poseedores de ese poder por
méritos propios y hasta muestra un orgullo impropio; a veces, hasta se
consideran con derechos sobre los bienes públicos que administran. Ha llegado
el caso, en una segunda o tercera elección, de querer utilizar esa reelección
como una especie de bula salvadora frente a una causa penal abierta.
Es muy preocupante una
participación del 46,43%. Es impropio de los andaluces. Aquí y en cualquier
otro lugar toda participación por debajo del 50% merece una reflexión de la clase
política, pero también por parte de los ciudadanos. Un ciudadano no debe
desentenderse de los problemas comunes y dejarlos en manos de otros; se
desautoriza a sí mismo a la hora de exigir. En este caso ha sido la izquierda
la que más ha renunciado a su derecho a voto, a su derecho y deber democrático.
Deben reflexionar seriamente ambas parte: candidatos y votantes. Ese grave
error no se subsana con otro, manifestarse contra un resultado electoral legal
y correcto.
Para cualquier
persona que viva en España es evidente que hay no pocos ciudadanos de extrema derecha
y que disfrutaban de un peso significativo en el Partido Popular, por lo que
era impropio que se autodenominara de centro derecha. Ahora, sí. Acaso, le
venga bien y pueda sentirse más holgado con los correspondientes partidos de
centro derecha en la UE.
Es bueno que VOX,
haciendo honor a esta palabra tenga voz y voto dentro de las instituciones
democráticas, respetando su juego, y por supuesto, los derechos, humanos,
sabiendo que ahí tienen su cuota de poder al igual que los demás ciudadanos.
Eso mismo es aplicable a los grupos de extrema izquierda.
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