Un día un grupo de amigos organizamos una
excursión a la mina “Agrupa Vicenta”. Tenía tal ilusión que contaba las horas
cuando ya se acercaba el día.
Llegado el día, yo iba llena de entusiasmo y
curiosidad ante ese mundo desconocido para mí. Cuando, por fin, llegaba el
momento de adentrarnos en el interior de la mina sentía que mi corazón se
agitaba y desbordaba de emoción.
Al caminar por las galerías y escuchar esos
martillos picar, esas explosiones inesperadas me sumergían en un mundo
enigmático y a la vez fascinante que siempre quise conocer.
Sentía en cada golpe de pico el sudor de esos
hombres, oía sus coplas mientras trabajaban, que más que coplas parecían
oraciones; coplas que yo he canturreado de pequeña, como:
“Se
está quedando La Unión
como
corral sin gallinas,
con
tanto minero enfermo
en el
fondo de las minas”.
Según avanzábamos en la mina pude darme
cuenta que uno de los compañeros del grupo empezaba a ponerse muy agobiado.
Pensé que sería por el calor o sentido de claustrofobia y no le di importancia.
No me acerqué a hablar con él por no perder las explicaciones del guía; pero
cuando, de nuevo, volví la cabeza vi que se marchaba disimuladamente.
Cuando terminamos la visita y salimos al exterior
le pregunté a mi amigo qué fue lo que le pasó. Con palabras entrecortadas
todavía por la emoción y entre sollozos me contó lo que le había ocurrido.
Él era muy pequeño cuando su padre murió
arrollado por una vagoneta. Solo le dijeron eso, pues con solo nueve años qué
más se le podía decir.
Ante tanto realismo que allí se vivió él se
imaginaba lo que realmente allí habría ocurrido y vinieron a su mente los
recuerdos de su niñez sin su padre y lo que tantas veces se había preguntado
cómo habría sido. Todo de repente vino a su espíritu y se derrumbó.
Yo traté de consolarle diciéndole que se
tenía que sentir muy orgulloso de su padre y que, por fin, después de tanto
tiempo, todas las preguntas que tenía sin resolver hallaban respuesta en el
fondo de la mina.
Sin embargo, a pesar de esta triste historia,
esta visita fue para mí una experiencia muy interesante y positiva; ese cúmulo
de sensaciones quedaron para siempre en mi recuerdo. También me ayudó a
comprender que los mineros no tenían tiempo de pensar en el peligro, pues ése
era su único medio de vida.
No quiero terminar este relato sin expresar
mi admiración y reconocimiento a esos valientes hombres, que con su esfuerzo y
trabajo contribuyeron, sin duda, a la riqueza de nuestra tierra.
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