Desde
que nacemos y abrimos los ojos comenzamos a relacionarnos con el mundo que nos
rodea. Cada día supone un aprendizaje y aunque los más importantes, los que nos
van a ayudar a sobrevivir los aprendemos a edades muy tempranas, la verdad es
que nunca dejamos de crecer, de aprender.
Hay
personas que piensan que el desarrollo tanto físico como intelectual forma
parte de un periodo determinado de nuestra vida, nuestros primeros años, pero
realmente podemos seguir aprendiendo cada día. Desde que nos levantamos por la
mañana tenemos la posibilidad de aprender nuevas cosas e incluso de modificar
la forma en la que hacemos las cosas habitualmente. Antes se creía que nacíamos
con un número determinado de neuronas, que estas iban muriendo y que no se
regeneraban, pero los estudios realizados en las últimas décadas han demostrado
que el cerebro sigue cambiando a lo largo de nuestra vida. Las neuronas
continúan regenerándose y aunque nos parezca raro, la forma de comportarnos y
de hacer las cosas diariamente puede ayudar a generar nuevos enlaces
neuronales. Por ejemplo aprender algo nuevo y hacerlo una y otra vez, no solo
nos ayuda a que sea más fácil llevarlo a cabo,
además cambia nuestro cerebro. A medida que aprendemos algo nuevo, las células
envían y reciben información sobre la tarea, haciendo esta conexión cada vez
más eficiente, produciendo que las conexiones neuronales se fortalezcan.
Nuestro cerebro continúa creciendo y desarrollándose en la edad adulta. Esto
nos ayuda a comprender que el estar abierto a tener nuevas experiencias,
aprender a hacer nuevas cosas, mantiene nuestro cerebro en forma; está dotado de plasticidad y va cambia
dependiendo del entorno. Por tanto decidir aprender a bailar, recitar poesía,
aprender a hablar otro idioma o practicar Tai-chi o Chi Kung por ejemplo, hace
que nuestro cerebro esté ocupado estableciendo nuevas conexiones neuronales.
Más
allá de la experiencia de realizar actividades nuevas está la vivencia de las
actividades que hacemos habitualmente. Si solemos ir a trabajar por un camino
determinado, tomar rutas diferentes nos puede ayudar. Si siempre hacemos una
receta de una forma determinada, cambiar ciertos ingredientes y echar un poco
de creatividad es otra forma de ayudar a esa regeneración. Si siempre salimos a
pasear por el mismo sitio, podemos empezar a incluir nuevos caminos y disfrutar
de lo que nos aporta la novedad. Es decir, realizar lo que hacemos de forma
diferente nos ayudará a que nuestro cerebro continúe su regeneración.
En
cuanto a la forma de hacer lo que hacemos, tenemos diferentes alternativas.
Podemos desarrollar una tarea con tedio y quejándonos, eso siempre hará que nos
cansemos mucho más, porque la energía que invertimos en hacer algo que no nos
gusta, es mucho mas grande que cuando estamos realizando algo con lo que
disfrutamos. Si tomamos la opción de vivir sin quejarnos, podemos optar por
tres formas diferentes:
- Aceptación: cuando hay cosas que tenemos
que hacer por obligación, no nos gusta mucho hacerlas, pero sabemos que no nos
queda más remedio. Si estas tareas las abordamos con la sensación de que
aceptamos que tenemos que hacerlo, que no es un “castigo”, que es algo
necesario, lo haremos de otra manera, es decir, la aceptación nos dará la
cualidad necesaria para hacer lo que tengamos que hacer sin lucha, sin
oposición o sufrimiento.
- Disfrute: si lo que tenemos que hacer
nos gusta, podemos ponernos manos a la obra y disfrutar de ello plenamente.
Estar presentes, conscientes de todo lo que sucede mientras lo hacemos, hará
que podamos disfrutar de ello totalmente. En muchas ocasiones las
preocupaciones no nos dejan disfrutar de lo que estamos haciendo y nos perdemos
la experiencia porque nuestra cabeza no puede dejar de pensar en otras cosas,
al final, desaprovechamos la ocasión de disfrutar y la experiencia pierde
color.
- Entusiasmo: cuando estamos enfrascados
en algo que nos gusta mucho, el tiempo pasa volando. Cuando realizamos algo que
realmente nos entusiasma nos gustaría poder seguir haciéndolo sin parar, pero
todo tiene un principio y un fin, un momento adecuado. Eso no nos impide hacer
lo que tengamos que hacer tiñéndolo de entusiasmo, lo que generará que
disfrutemos mucho más de la experiencia y aunque sea algo cotidiano, convertirá
el momento en inolvidable.
Son
tres formas diferentes de “vivenciar” cada acto que se desarrolla en nuestra
vida, formas que podemos elegir a cada momento. Por ejemplo, no es lo mismo
ducharse por necesidad de asearse, que ducharse poniendo todos los sentidos,
disfrutando de la actividad, dándonos cuenta de que somos afortunados de tener
agua caliente en nuestros hogares. Incluso podemos ir más allá y entusiasmarnos
con las sensaciones que produce el agua al caer por nuestro cuerpo, el olor del
gel o el efecto de relajación que percibimos al terminar. No es lo mismo comer
un plato de comida delante de la televisión pensando en todas las cosas que
tenemos pendientes, que sentarte a comer, en silencio, disfrutando de cada
bocado, de las texturas, de los olores y sabores… No es lo mismo.
Y
como último apunte recordar la importancia de impedir que las expectativas
arruinen el momento, es decir, intentar no imaginar cómo va a ser algo, cómo va
a ocurrir, cómo lo vamos a pasar, porque cuando esas expectativas no se cumplen
en la vida real, nos decepcionamos, nos frustramos y somos capaces de estar en
un paraíso y no ver lo que nos rodea. Una frase de John Lennon dice: “La
vida es eso que pasa mientras estamos haciendo otros planes”, y es cierto,
muchas veces las cosas no suceden como imaginamos pero eso no debe impedir que
tomemos la decisión de aceptar lo que pasa, disfrutarlo o entusiasmarnos con
ello. Siempre, en todos los acontecimientos que suceden, hay una parte mas
amable que podemos rescatar, no todo es tan negro como nos parece y en esa
experiencia, en ese aprendizaje tendremos la certeza de que estaremos creando
nuevas conexiones neuronales.
Aceptación,
disfrute o entusiasmo… ¡tu elijes el color con el que quieres pintar tu vida!.
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