viernes, 22 de diciembre de 2017

ECO 38. Nuestras lecturas: Fortunata y Jacinta

FORTUNATA Y JACINTA. (B.PÉREZ GALDÓS), por A.F.García


El autor nace en Las Palmas de Gran Canaria en 1843, se traslada a Madrid en 1862, donde vive hasta su muerte en 1920. Ha sido novelista, dramaturgo, periodista y político. Uno de los escritores más fecundos de nuestras letras. y de los más claros representantes de la narrativa realista del siglo XIX, dentro y fuera de España.

Esta novela, en cuatro partes o volúmenes, abarca la vida matritense durante la casi totalidad del siglo XIX. Los cambios políticos apenas aparecen insinuados en la prensa y en las tertulias de determinados cafés. El protagonismo no va más allá de media docena de familias de la burguesía, cuyos miembros, de desigual fortuna, se entrecruzan formando un entramado casi endogámico, entre las que puedo recordar los Santa Cruz, los Moreno, los Arnáiz, los Trujillo, los Samaniego, los Pacheco, los Rubin, en cuya familia entra Fortunata.

Esta, con sus tíos Segunda y José Izquierdo, el maestro Ido y pocos más representan al pueblo llano, en el que la pobreza y la miseria asoma lo mismo que en las calles céntricas de Madrid. En este campo Guillermina Pacheco, mujer de gran voluntad y energía, apodada la obispa o la santa según el punto de vista, desarrolló una intensa actividad altruista, especialmente a favor de los más necesitados, obteniendo ayudas institucionales y privadas. Es un personaje de gran influencia y mucho protagonismo en esta obra junto a Jacinta, Fortunata y Lupe, tía y tutora de los Rubin. En el centro viven todos los protagonistas: Fortunata y los dichos hacinados en estrechas viviendas de la Cava Alta, aunque con balcón a la Plaza Mayor; los otros, no lejos, en viviendas espaciosas y bien equipadas. Estas familias evolucionan entre la industria, el comercio, las finanzas, y la administración como medio de vida. Ello se manifiesta en la alimentación. En la segunda mitad del XIX la red de ferrocarril permite llegar pescado fresco para los más pudientes. Plácido Estupiñá es un avispado personaje, leal lacayo de los Santa Cruz y Guillermina.

La manera de vestir tradicional, de colores vistosos entre los que destacaba el “mantón de Manila”, que curiosamente diseñaba un modisto chino, fue sustituida paulatinamente entre las clases altas por los paños grises y oscuros del centro y norte de Europa. A finales del XIX, la viuda Aurora, de los Samaniego, empieza a difundir los patrones y la moda de París.

La vida social también evoluciona desde un situación tutelada, en la que los trabajadores, como una prolongación de la familia, reciben la protección de ésta y sólo disponen de libertad, también controlada, el domingo después de misa, a la que han de asistir, hasta un liberalismo que avanza en libertad en la medida en que abandona responsabilidades. La lucha de clases no aparece aún en la narrativa y solo Juan Pablo Rubín arremete contra la propiedad privada en una tertulia de café en un momento de dramática situación económica.

La libertad, respeto y tolerancia en materia religiosa y política de la segunda mitad del XIX sorprende a quienes hemos vivido bajo el régimen de la Dictadura. En las tertulias de los cafés se habla libremente, con pasión a veces, de política o religión, sin que la cosa vaya a mayores, salvo en contadas ocasiones y siempre sin agresión física.

Juan Pablo Rubín, sin religión, está con los carlistas porque se le ha ofrecido un alto cargo junto a Carlos. Cesado y vuelto a Madrid, no tarda en enfrentarse con su tía, Lupe, no por temas religiosos, siendo ella liberal y católica, sino porque ella no está dispuesta a cubrir con su caudal acumulado las cuantiosas deudas que aquel ha contraído. Manuel Moreno, que se declara ateo y vive habitualmente en Inglaterra, no molesta a los amigos por esto sino por la censura y desprecio constante que hace de todo lo español; pero aun así se le respeta.

Mientras avanzaba leyendo esta gran obra pensaba que el título con estas dos mujeres era como el pretexto del autor para describir y censurar, de la manera bondadosa que él sabe hacerlo, la vida y la sociedad de la Capital durante ese largo periodo.

Parece una ironía que la obra empiece con Juanito Santa Cruz ya en la Universidad bajo la vigilancia de una madre sagaz que no quiere que su corazón le traicione a la hora de dirigir la conducta de su hijo para que acabe sus estudios, lleve una conducta intachable y no caiga en las manos de alguna pícara mujer. A su padre, Baldomero II, absorbido en la empresa junto a su progenitor, hubo de cruzarse ella, Barbarita, en el camino para que supiera que la mujer existía como parte de la vida.

En estas dos mujeres aparece ese criterio, machista creo pero frecuente entre ellas, de que la infidelidad de la pareja no es culpa de su ejecutor si no de la otra mujer.

En un sentido más positivo se adelanta Jacinta cuando a base de insistencia llega a saber que su adorado marido abandonó a una joven embarazada. A la par que el inicio de l os lógicos celos surge en ella un sentimiento de compasión, lo que se traducirá en un gran sufrimiento cuando descubre que es estéril. Esto le llevará a intentar adoptar un niño de la calle creyendo que es de la otra. Esta mujer dulce, leal, da salida a su altruismo ayudando a Guillermina y la llegan a apodar el ángel.

Fortunata es una mujer del pueblo, de gran belleza, primaria, como una joya sin pulir dirá algún admirador, sin maldad ni picardía. Juan la encuentra en una escalera de la cava, se gustan y empiezan una relación. Cuando se entera que está embarazada desaparece. El niño nacido, enferma y muere a los pocos meses.

Ella no veía más que egoísmo en los hombres que se le acercaban. Por eso, no rechazó a un joven boticario porque veía en él un amor sincero y aceptó casarse aceptando dócilmente las condiciones de la familia. Llevará muy bien las labores de casa, pero se siente incapaz de yacer con él porque su físico le repele.

En cambio, lo cuida cariñosamente cuando lo ve enfermo, como una hermana. No se plantea serle infiel hasta que Santa Cruz, con ayuda de alcahueta, descubre su paradero y le tiende la trampa.

Tras el segundo abandono de su don Juan, la encuentra muy abatida Evaristo Feijoo, que intuye su mal. Este hombre, rico, admirado por su gran formación y equilibrio mental, aunque no es creyente, está libre y lamenta no tener 20 años, su gran sentido ético le impulsa a ayudarla desinteresadamente en todos los aspectos, educacional, material… como lo haría el mejor padre. Ella ve en él el mejor de los hombres. Habrá otra tercera vez en que este don Juan la abandona estando embarazada. Lupe, en veces de suegra, la hace salir de casa por lo del honor familiar, pero no dejará de protegerla en la distancia.

En Fortunata aparece un sentido natural del amor, no ama más que a un hombre en la vida, Santa Cruz. No lo ama por su fortuna, desearía que fuera pobre para que la diferencia social no fuera un obstáculo. En el fondo de sí misma lo que hace por amor no es pecado, por más que se lo digan en su entorno. Y toda otra mujer es una usurpadora, incluso Jacinta a la que admira y desea imitar. Es esta idea la que le impulsa a no respetar el reposo posparto prescrito para ir tomar venganza de Aurora, su amiga de confianza, cuando se entera de que es la nueva relación de su Juan.


Consciente de que su hijo es el único descendiente de los Santa Cruz, cuando descubre que su vida se acaba dicta un documento de entrega a Jacinta. Esta se siente hermanada con Fortunata, siente el niño como suyo y así se recrea en él, dejando manifiestamente en muy segundo plano a Juanito Santa Cruz. Si uno no se atreve a recomendar esta gran obra es por su extensión. Lo hace de grado por su calidad y el conocimiento que nos da de una época y de lo que mueve a las personas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Se ruega NO COMENTAR COMO "ANÓNIMO"