viernes, 22 de diciembre de 2017

ECO 38. Virgen de Agosto

VIRGEN DE AGOSTO, por Andrés Pérez García

Hoy, 15 de agosto, celebran los católicos la fiesta religiosa de La Asunción de María a los Cielos. Además de fiesta religiosa, siempre ha tenido una composición lúdica y social. Hasta hace unos años, era uno de los momentos que la gente del interior acudía al mar para disfrutar del agua y aminorar el calor reinante en esos días; también los campesinos aprovechaban la ocasión para refrescar a los animales de arreo. Era una fecha esperada con ansiedad y con ganas, pues entonces no había vacaciones tal como las conocemos hoy. Solamente disfrutaban de la “VARÁ”, el paro o cese de cualquier actividad o faena durante tres días alrededor de la festividad.

Algunos más pudientes alargaban el descanso hasta una semana. La gente de la tierra arreaba con sus carros, convertidos en pequeñas casas que durante ese pequeño período les servían de refugio y de acomodo, pues la instalación de lonas y jarapas, como toldos, les protegían del sol. Los mineros, con tablones y deshechos de madera, improvisaban pequeñas chabolas (precursoras de las célebres barracas), donde pasaban felizmente esos días.

Como es natural, la incomodidad era la tónica dominante, pero poco importaba con tal de bañarse durante todo el día. Las playas del Castellar, Junta los Mares, Bolnuevo y algo las del Rihuete eran las más frecuentadas para esta clase de veraneantes, quedando El Puerto y la Isla como lugares frecuentados por bañistas de diario. El pollo campero, verdadero pollo campero, frito con tomate y pimiento y buen aceite de oliva, hecho como se tiene que hacer: materia de primera calidad y cocinado a fuego lento; posiblemente, uno de los manjares más suculentos de la cocina popular mazarronera, que desgraciadamente hemos perdido. También eran platos preferentes el conejo frito con tomate y pimiento o cocinado al ajillo con patatas. Nunca faltaban unas buenas tortillas de patata, unos buenos arroces de conejo o de pollo hechos allí con leña; carnes y pescado en escabeche, amén de buenos embutidos: morcilla, morcón, longaniza, butifarra y jamón; igualmente se contaba con pescado seco como el bonito, estornino o la melva arreglada en agua y sal. Y, por justicia, hay que mencionar uno de los bienes más preciados de aquella época: un buen pan campero, que a la semana de su cocción estaba igual de bueno. En aquellos días se tiraba la casa por la ventana y nadie se acordaba de la pobreza cotidiana.

La felicidad y la alegría de todos los componentes de la tribu, especialmente de los más pequeños: en cueros estaban todo el día metidos en el agua o los mayores comiendo en familia y platicando entre ellos, es ahora inalcanzable para nosotros. También la gente moza acudía, por la noche al paseo del Puerto, a eso, a pasear, y a tomar agua de limón y horchata de almendras, que eran los helados de moda.

Y como colofón diré que yo tampoco he cumplido con la tradición de pasear y tomar una horchata en el Puerto. Esa noche asistí a un encuentro precioso en La Azohía, donde los buenos amigos de la Asociación Santa Elena nos prepararon una interesante y deliciosa velada, con unas intervenciones interesantes, magníficas y de gran calidad, y donde conocimos a una joven y prometedora poetisa, María Ruiz Gil, que sabe componer cosas como ésta:

Tan cerca de mí

“Me gustan las mañanas del domingo,
salir y sentarme en el suelo del patio
con Linda y Cloe ,
en pijama y despeinada.
Que me choque el sol en la cara…
Me gusta sentir esa calma.
Saber que no tengo que irme lejos para
sentirme feliz.”

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