LOS VALIENTES -relato-, por Mercedes Aróstegui
Lo vio al final de la calle, caminaba con su mirada clavada en la
nada, y al mismo tiempo incrédulo de haber llegado.
Llevaba puesta una cazadora que le quedaba corta y no traía nada en las manos.
Lejos se quedó su casa, su familia y lo vivido. Lo percibido en sus últimos
meses lo habían dejado exhausto; venía de muy lejos. Un mundo nuevo tenía por
delante, posiblemente mejor que el que había dejado, pero sus expectativas no
se verían colmadas después de tanto sufrimiento
y tantas dificultades, porque sintió el rechazo y desprecio de esa parte del “mundo civilizado”. Recordaría siempre a sus seres queridos, como todos los que ponen
distancia a sus orígenes; sabía que a pesar de todo echaría de menos sus
costumbres, su país... Completamente vacío,
siguió caminando.
Al otro lado de la calle, caminaba otro joven que arrastrando una
maleta escuchaba muy atento una voz femenina, que le decía: “¡Estoy tan feliz de
verte! Y tú siempre que vuelves te emocionas, pero esta vez has llegado para
quedarte. Se echan de menos muchas cosas con las que se ha crecido; aquí tienes
a los que te queremos, aquí están tus raíces, y
es que... aquí está tu casa. Te marchaste
con la idea de seguir aprendiendo y has alcanzado una experiencia que
necesitabas, pero ha llegado el momento de regresar. Últimamente te veía perdido, creo que echabas de menos tu ambiente, tus amigos, tus
costumbres,... tu país. ¡Estamos tan felices
con tu vuelta!.”
Él, complacido, miraba a
su madre con dulzura, y con voz triste le contestó: “Todos
queremos volver. Unos se quedan porque aquí no encuentran trabajo, y otros,
porque los siguen reclamando por su gran preparación. Pero cuando pasa un
tiempo sientes una cierta frustración, no te marchas lejos con la voluntad
propia de haber encontrado el paraíso, porque los paraísos no existen. A todos
les empuja algo. En el fondo creo que es un fracaso para un país no tener capacidad de dar trabajo a unos jóvenes que rebosan
entusiasmo y en los que se ha invertido tanto.”
Los dos jóvenes tenían
bastante en común, habían tenido
valentía de poner distancia y embarcarse en unas propuestas por querer
prosperar. Pero mientras uno había tenido la oportunidad de prepararse, y poder
en cierto modo elegir su vuelta, y lo recibía el calor de su familia y su
tierra, el otro no tenía vuelta y lo recibía la frialdad y el desprecio de esa
gente que aún conociendo tantos casos de emigrantes en
este país, no entienden por qué hay que acoger a inmigrantes, cuando los
trabajos precarios que van a realizar son aquellos que aquí nadie quiere hacer,
y que son necesarios.
Lástima que la valentía de marcharte de tu país por querer prosperar
a veces se desprecie y otras se ensalce, cuando la actitud es la misma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Se ruega NO COMENTAR COMO "ANÓNIMO"