domingo, 20 de noviembre de 2022

ECO.69 ¡Feliz Navidad!

 ¡FELIZ NAVIDAD!, por Ramón Hernández Martín


Sigo con mi manía de aportar algo, aunque solo sea una idea y una presencia afectuosa, al menú de vuestra cena de Nochebuena. En esa línea, tras pedir disculpas a quienes recibáis mi felicitación dos veces por aquello de que más vale dos que ninguna, digamos que el ambiente festivo envolvente debería ayudarnos a entender el denso contenido de palabras tan bellas como “feliz Navidad”, que tanto decimos y repetimos estos días en tantas lenguas. El adjetivo “feliz” connota lo mejor de los sentimientos y comportamientos humanos, y el sustantivo “Navidad” hace referencia directa a un acontecimiento cuyo desarrollo inunda la tierra de alegría por el candor de la historia que cuenta y por la trascendencia del mensaje que transmite, a despecho de quienes, por cerrazón o querencias, no se pliegan a tales hermosuras.

Pienso que lo más importante de la Navidad, revivida cada año como endulzamiento de nuestras propias relaciones sociales, no es la historia que en ella se cuenta, sino la fuerza que el relato tiene para convertirnos a nosotros mismos en protagonistas. No se trata de que el risueño divino niño Jesús vuelva a nacer un año más en Belén, de que nos regocijemos celebrando su cumple o de reanimarlo en los tiernos “belenes” que montamos primorosamente en el hall de nuestras casas o en los pórticos de nuestras iglesias, sino de que, invitándonos a renacer, nos recuerde una vez más que los adultos también somos niños. Seguro que, vista así, la Navidad nos aliviará de las tensiones que padecemos como adultos, tensiones que, a la postre, a nada conducen o nada producen.

Según he podido palpar hace unos días viajando por Tierra Santa, seguro que Jesús tuvo una infancia feliz, llena de alegrías familiares, y que llevó una vida de alegrías laborales, como el artesano ebanista o albañil que fue, y también de alegrías sociales en la convivencia con sus vecinos de Nazaret y con sus seguidores durante el corto tiempo que le permitieron predicar el Reino de Dios. Pero su condición de Mesías le exigió entrega hasta la extenuación, hasta el sacrificio cruento de su propia vida en favor de todo el pueblo. Si nos miramos en su espejo, cualquier contrariedad nos parecerá liviana y cualquier dolor, por agudo que sea, nos resultará llevadero.

Feliz Navidad, pues, más allá o al margen de los deterioros y de las carencias que el paso del tiempo nos vaya endosando a traición. Y, si ya he lidiado los días pasados con vosotros, mis amigos, llevándoos de la mano estos días por Tierra Santa, no me será difícil seguir haciéndolo a lo largo de los próximos días de Navidad y durante el inquietante año nuevo que nos espera. Gracias por la alegría que pensar en cada uno de vosotros me procura.



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