¡FELIZ NAVIDAD!, por Ramón Hernández Martín
Sigo con mi manía de aportar
algo, aunque solo sea una idea y una presencia afectuosa, al menú de vuestra
cena de Nochebuena. En esa línea, tras pedir disculpas a quienes recibáis mi
felicitación dos veces por aquello de que más vale dos que ninguna, digamos que
el ambiente festivo envolvente debería ayudarnos a entender el denso contenido
de palabras tan bellas como “feliz Navidad”, que tanto decimos y
repetimos estos días en tantas lenguas. El adjetivo “feliz”
connota lo mejor de los sentimientos y comportamientos humanos, y el sustantivo
“Navidad” hace referencia directa a un acontecimiento cuyo
desarrollo inunda la tierra de alegría por el candor de la historia que cuenta
y por la trascendencia del mensaje que transmite, a despecho de quienes, por
cerrazón o querencias, no se pliegan a tales hermosuras.
Pienso que lo más importante de
la Navidad, revivida cada año como endulzamiento de nuestras propias relaciones
sociales, no es la historia que en ella se cuenta, sino la fuerza que el relato
tiene para convertirnos a nosotros mismos en protagonistas. No se trata de que
el risueño divino niño Jesús vuelva a nacer un año más en Belén, de que nos
regocijemos celebrando su cumple o de reanimarlo en los tiernos “belenes” que
montamos primorosamente en el hall de nuestras casas o en los pórticos de
nuestras iglesias, sino de que, invitándonos a renacer, nos recuerde una vez
más que los adultos también somos niños. Seguro que, vista así, la
Navidad nos aliviará de las tensiones que padecemos como adultos,
tensiones que, a la postre, a nada conducen o nada producen.
Según he podido palpar hace unos
días viajando por Tierra Santa, seguro que Jesús tuvo una infancia feliz, llena
de alegrías familiares, y que llevó una vida de alegrías laborales, como el
artesano ebanista o albañil que fue, y también de alegrías sociales en la
convivencia con sus vecinos de Nazaret y con sus seguidores durante el corto
tiempo que le permitieron predicar el Reino de Dios. Pero su condición de
Mesías le exigió entrega hasta la extenuación, hasta el sacrificio cruento de
su propia vida en favor de todo el pueblo. Si nos miramos en su espejo,
cualquier contrariedad nos parecerá liviana y cualquier dolor, por agudo que
sea, nos resultará llevadero.
Feliz Navidad, pues, más
allá o al margen de los deterioros y de las carencias que el paso del tiempo
nos vaya endosando a traición. Y, si ya he lidiado los días pasados con
vosotros, mis amigos, llevándoos de la mano estos días por Tierra Santa, no me
será difícil seguir haciéndolo a lo largo de los próximos días de Navidad
y durante el inquietante año nuevo que nos espera. Gracias por la alegría que
pensar en cada uno de vosotros me procura.
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