domingo, 20 de noviembre de 2022

ECO.69 El camino del Caño de Soriana

EL CAMINO DEL CAÑO DE SORIANA -relato-, por Marco A. Santos Brandys

En estos tiempos de crisis y restricciones, estamos pasando unos días difíciles. Recordamos cuando a veces, los dioses bajaban a la Tierra, para enseñar a los mortales. Pero hay gente que no ha tenido la suerte de vivir esa época gloriosa y ahora, otros podemos vivir su recuerdo.

Me gusta la caza menor “a mano”, desde que mi padre me regaló una "paralela", pero nunca me gustó arrebatar a los reyes del monte, su natural corona, en las monterías.

En la aislada finca donde pasábamos las vacaciones, me levantaba prudencialmente temprano, cuando el sol ya había subido algo y se oían claramente, los sonidos del monte. Pero por muy pronto que lo hiciese, siempre alguien se me adelantaba y escuchaba desde mi habitación, su deambular por la casa haciendo los quehaceres. No me era difícil reconocer quien producía esos lejanos sonidos.

Me acicalaba como los gatos, no para presumir, sino que la urgencia en salir pronto al monte, me obligaban a hacerlo así. Desayunaba frugalmente un café con leche y tostada, -migas con higos chumbos, uvas, chocolate ó una tortilla, sólo cuando tocaba-. Tomaba mi "paralela" que me esperaba apoyada en las patas disecadas de un muflón, mientras mi compañera, la perrita "Tasca" color canela, cruce de podenco y fox-terrier, se movía nerviosa, esperándome para comenzar la caminata.

Las opciones del camino, eran variadas y tomaba una u otra según mi querencia. Pero esa mañana escogí el camino del Oeste, llegando después de una media hora al camino del "Caño de Soriana", lugar en donde los bosques de pinos, estaban llenos de arrendajos, merlas, torcaces, oropéndolas, tórtolas, totovías y rabiblancas, acompañándome mucho tiempo. Quizás un bando de perdices, un conejo o alguna liebre, se atravesaban en mi camino, si tenía suerte, siendo unas de mis piezas favoritas.

El camino comenzaba casi siempre, con "Tasca" adelantándose un corto rato, pero una vez alejados de la casa, se me adelantaba justo lo necesario para hacer las "muestras". Su pelo duro, la hacía poder aventurarse entre los matorrales, buscando piezas andantes y volantes. Su naturaleza, le hizo aprender el oficio rápidamente.

Bajábamos deprisa desde casa por el camino de la olmeda, bordeando el sediento huerto de naranjos, regado de tarde en tarde con el agua almacenada en la balsa, abastecida por la de la "toma del agua " y por la imprevisible rambla. Llegábamos pronto a las verdes zarzas con oscuras moras que nacían cerca del pedregoso cauce, dando buena cuenta de ellas. "Tasca" se metía entre las pinchosas matas sin problema, buscando alados y terrestres. Pronto, aparecían las negras "merlas" con su chillón cacareo; yo, aprovechaba para "soltarles viento", según frase característica del "Tío Juan" y unos estruendos, rompían el silencio, produciendo un sacrilegio momentáneo a tan tranquilo lugar que al poco rato, desaparecía.

Surgían a lo largo del camino, vuelos de distintas aves y si había suerte, algún bando de perdices, conejos y sus primas, las liebres. No disparaba a tórtolas, desde que supe la fidelidad que mantienen a su pareja durante toda la vida, igual que algunos córvidos.

Llegaba pronto a una frondosa higuera con excelentes higos, a orillas del pedregoso cauce y preparaba un corto "aguardo", ya que las "merlas" iban a comerlos, igual que a las uvas de un parral cercano. Aguardando las merlas a corta distancia, tenía dificultad de mantener quieta a la perrita, pero llegaba a conseguirlo. Las merlas no paraban de pasar a comer los higos, cacareando. Esperando al momento, me hacía con algunas de ellas después de algún estruendo, pero al poco, volvían los negros alados que después mi madre cocinaba, resultando riquísimas. Después de varias piezas abatidas, si no llevaba “percha”, con una brizna de esparto, les atravesaba las fosas nasales del pico y las colgaba del cinto, manchando con sangre el pantalón, donde cual medallas, vivían varios días, hasta que lo lavaban.

Caminando un tramo por el cauce de la rambla, arremetía por la ladera del monte, la subida del "Camino del Caño de Soriana". Era llamado así porque al final, había una casa donde el dueño llevaba ese nombre. La casa estaba sin habitar permanentemente, aunque en su interior, algunos muebles denotaban su no lejana utilización.

Por el borde del camino que discurría a lo largo de la falda de la Sierra de Tercia, discurría un caño de agua que alegraba la vista. Las gotas desbordantes refrescaban el ambiente, suministrando subsistencia a la fauna y flora del entorno y al final, el agua se acumulaba en una balsa de riego cercana a la casa. A mí, me gustaba ver correr ese líquido dando al lugar una especial penumbra entre pinos... Algunos charcos de agua creaban lugares donde pululaban libélulas, mariposas, lagartijas y otros pequeños habitantes del lugar, disfrutando de las saltarinas gotas. Después de contemplar el pequeño “arco Iris” producido por el agua y la luz del sol, rellenaba mi cantimplora y "Tasca", se la llevaba puesta, continuando nuestro camino.

La mañana se me hacía corta caminando, sintiendo cerca a los moradores del monte, gozando del tiempo y de las vistas, escuchando el viento, el tineo de las patirrojas, el graznido de los cuervos y el "tu-tú" de las dulces tórtolas. Mi interés no radicaba tanto en llevar piezas en la "percha", sino en disfrutar de un entorno único.

Cruzando de nuevo la rambla por un lugar algo complicado -que nos lo tomábamos mi acompañante y yo como un pequeño reto-, llegábamos a la casa del "Antigüarejo”, antes habitada permanentemente, pero que ahora sólo iban sus propietarios algunos días festivos. Tomábamos de nuevo fuerzas con unas uvas de la parra del porche y comía almendras, partiéndolas con una piedra encima del capitel de una columna tardorromana, en el "poyo" de la casa.

Haciendo camino a la fuente de igual nombre, en pocos minutos, encontrábamos otra balsa de agua de riego, de un venero con permanente caño y volvíamos a saciar la sed. Allí había un pequeño lavadero de piedra natural, cubierto por un cañizo que amortiguaba los rayos del sol. Después de una ligera parada, emprendíamos el camino de vuelta a casa. Al poco rato, llegábamos a "La Cañada", lugar de cómodo paseo, bancales con oliveras a donde íbamos de excursión. Era un sitio frecuentado por bandas de patirrojas, totovías, muflones, cabras, siendo revolcadero de jabalíes, preparándome a encontrarlos.

Al regresar a la casa cargado con algunas piezas y deseando llegar, "Tasca" aceleraba el paso y llegaba un poco antes, avisando a los moradores. El último y cómodo tramo del camino se agradecía, después de estar tiempo caminando y esperar el vuelo de las patirrojas que estaban casi siempre por el mismo lugar de la “piedra lisa” y llegando por la parte posterior, para el oportuno aperitivo,

"Farsalia", nuestra “pastor alemán”, que se había quedado en casa, salía a nuestro encuentro y recibía las novedades de su compañera, corriendo por la feliz llegada y oliendo las piezas abatidas.

Descansando en una tumbona bajo la sombrilla, me tomaba una limonada con algo de “pasto seco” y antes de almorzar, comentaba los incidentes de la mañana.

Hasta que pasó un hecho que para nadie pasó inadvertido. En los últimos años, alguien para evitar las pérdidas de agua en el "Caño de Soriana", entubó el cauce y el agua que antes discurría libre por el caño y era aprovechada por los moradores del bosque, desapareció produciendo la confusión, el caos y el desastre, e introduciendo una "muerte anunciada" a la zona.

Al poco tiempo, ya no corría el agua libremente saltando por el cauce; sino entubada. El frescor formado alrededor, desapareció; la fauna y flora se fueron y el clima especial se desvaneció como el humo. Ya no volaban a lo largo del camino, los arrendajos, las totovías, las oropéndolas, las rabiblancas, torcaces, tórtolas y otros amigos que se cruzaban antes en mi camino. Solamente se escuchaba, algún bando de perdices, como despidiéndose. Y ya no pude volver a rellenar más mi cantimplora de la riquísima agua, ni "Tasca" saciar su sed, llevándosela puesta.

Es "el progreso”, que dicen algunos… 


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