FORTUNATA Y JACINTA. (B.PÉREZ GALDÓS), por A.F.García
El autor nace en Las Palmas de
Gran Canaria en 1843, se traslada a Madrid en 1862, donde vive hasta su muerte
en 1920. Ha sido novelista, dramaturgo, periodista y político. Uno de los
escritores más fecundos de nuestras letras. y de los más claros representantes
de la narrativa realista del siglo XIX, dentro y fuera de España.
Esta novela, en cuatro partes o
volúmenes, abarca la vida matritense durante la casi totalidad del siglo XIX.
Los cambios políticos apenas aparecen insinuados en la prensa y en las
tertulias de determinados cafés. El protagonismo no va más allá de media docena
de familias de la burguesía, cuyos miembros, de desigual fortuna, se
entrecruzan formando un entramado casi endogámico, entre las que puedo recordar
los Santa Cruz, los Moreno, los Arnáiz, los Trujillo, los Samaniego, los
Pacheco, los Rubin, en cuya familia entra Fortunata.
Esta, con sus tíos Segunda y José
Izquierdo, el maestro Ido y pocos más representan al pueblo llano, en el que la
pobreza y la miseria asoma lo mismo que en las calles céntricas de Madrid. En
este campo Guillermina Pacheco, mujer de gran voluntad y energía, apodada la
obispa o la santa según el punto de vista, desarrolló una intensa actividad
altruista, especialmente a favor de los más necesitados, obteniendo ayudas
institucionales y privadas. Es un personaje de gran influencia y mucho
protagonismo en esta obra junto a Jacinta, Fortunata y Lupe, tía y tutora de
los Rubin. En el centro viven todos los protagonistas: Fortunata y los dichos
hacinados en estrechas viviendas de la Cava Alta, aunque con balcón a la Plaza
Mayor; los otros, no lejos, en viviendas espaciosas y bien equipadas. Estas
familias evolucionan entre la industria, el comercio, las finanzas, y la
administración como medio de vida. Ello se manifiesta en la alimentación. En la
segunda mitad del XIX la red de ferrocarril permite llegar pescado fresco para
los más pudientes. Plácido Estupiñá es un avispado personaje, leal lacayo de
los Santa Cruz y Guillermina.
La manera de vestir tradicional,
de colores vistosos entre los que destacaba el “mantón de Manila”, que
curiosamente diseñaba un modisto chino, fue sustituida paulatinamente entre las
clases altas por los paños grises y oscuros del centro y norte de Europa. A
finales del XIX, la viuda Aurora, de los Samaniego, empieza a difundir los
patrones y la moda de París.
La vida social también evoluciona
desde un situación tutelada, en la que los trabajadores, como una prolongación
de la familia, reciben la protección de ésta y sólo disponen de libertad,
también controlada, el domingo después de misa, a la que han de asistir, hasta
un liberalismo que avanza en libertad en la medida en que abandona
responsabilidades. La lucha de clases no aparece aún en la narrativa y solo
Juan Pablo Rubín arremete contra la propiedad privada en una tertulia de café
en un momento de dramática situación económica.
La libertad, respeto y tolerancia
en materia religiosa y política de la segunda mitad del XIX sorprende a quienes
hemos vivido bajo el régimen de la Dictadura. En las tertulias de los cafés se
habla libremente, con pasión a veces, de política o religión, sin que la cosa
vaya a mayores, salvo en contadas ocasiones y siempre sin agresión física.
Juan Pablo Rubín, sin religión,
está con los carlistas porque se le ha ofrecido un alto cargo junto a Carlos.
Cesado y vuelto a Madrid, no tarda en enfrentarse con su tía, Lupe, no por
temas religiosos, siendo ella liberal y católica, sino porque ella no está
dispuesta a cubrir con su caudal acumulado las cuantiosas deudas que aquel ha
contraído. Manuel Moreno, que se declara ateo y vive habitualmente en
Inglaterra, no molesta a los amigos por esto sino por la censura y desprecio
constante que hace de todo lo español; pero aun así se le respeta.
Mientras avanzaba leyendo esta
gran obra pensaba que el título con estas dos mujeres era como el pretexto del
autor para describir y censurar, de la manera bondadosa que él sabe hacerlo, la
vida y la sociedad de la Capital durante ese largo periodo.
Parece una ironía que la obra
empiece con Juanito Santa Cruz ya en la Universidad bajo la vigilancia de una
madre sagaz que no quiere que su corazón le traicione a la hora de dirigir la
conducta de su hijo para que acabe sus estudios, lleve una conducta intachable
y no caiga en las manos de alguna pícara mujer. A su padre, Baldomero II,
absorbido en la empresa junto a su progenitor, hubo de cruzarse ella,
Barbarita, en el camino para que supiera que la mujer existía como parte de la
vida.
En estas dos mujeres aparece ese
criterio, machista creo pero frecuente entre ellas, de que la infidelidad de la
pareja no es culpa de su ejecutor si no de la otra mujer.
En un sentido más positivo se
adelanta Jacinta cuando a base de insistencia llega a saber que su adorado
marido abandonó a una joven embarazada. A la par que el inicio de l os lógicos
celos surge en ella un sentimiento de compasión, lo que se traducirá en un gran
sufrimiento cuando descubre que es estéril. Esto le llevará a intentar adoptar
un niño de la calle creyendo que es de la otra. Esta mujer dulce, leal, da
salida a su altruismo ayudando a Guillermina y la llegan a apodar el ángel.
Fortunata es una mujer del
pueblo, de gran belleza, primaria, como una joya sin pulir dirá algún admirador,
sin maldad ni picardía. Juan la encuentra en una escalera de la cava, se gustan
y empiezan una relación. Cuando se entera que está embarazada desaparece. El
niño nacido, enferma y muere a los pocos meses.
Ella no veía más que egoísmo en
los hombres que se le acercaban. Por eso, no rechazó a un joven boticario
porque veía en él un amor sincero y aceptó casarse aceptando dócilmente las
condiciones de la familia. Llevará muy bien las labores de casa, pero se siente
incapaz de yacer con él porque su físico le repele.
En cambio, lo cuida cariñosamente
cuando lo ve enfermo, como una hermana. No se plantea serle infiel hasta que
Santa Cruz, con ayuda de alcahueta, descubre su paradero y le tiende la trampa.
Tras el segundo abandono de su
don Juan, la encuentra muy abatida Evaristo Feijoo, que intuye su mal. Este
hombre, rico, admirado por su gran formación y equilibrio mental, aunque no es
creyente, está libre y lamenta no tener 20 años, su gran sentido ético le
impulsa a ayudarla desinteresadamente en todos los aspectos, educacional,
material… como lo haría el mejor padre. Ella ve en él el mejor de los hombres.
Habrá otra tercera vez en que este don Juan la abandona estando embarazada.
Lupe, en veces de suegra, la hace salir de casa por lo del honor familiar, pero
no dejará de protegerla en la distancia.
En Fortunata aparece un sentido
natural del amor, no ama más que a un hombre en la vida, Santa Cruz. No lo ama
por su fortuna, desearía que fuera pobre para que la diferencia social no fuera
un obstáculo. En el fondo de sí misma lo que hace por amor no es pecado, por
más que se lo digan en su entorno. Y toda otra mujer es una usurpadora, incluso
Jacinta a la que admira y desea imitar. Es esta idea la que le impulsa a no
respetar el reposo posparto prescrito para ir tomar venganza de Aurora, su
amiga de confianza, cuando se entera de que es la nueva relación de su Juan.
Consciente de que su hijo es el
único descendiente de los Santa Cruz, cuando descubre que su vida se acaba
dicta un documento de entrega a Jacinta. Esta se siente hermanada con
Fortunata, siente el niño como suyo y así se recrea en él, dejando
manifiestamente en muy segundo plano a Juanito Santa Cruz. Si uno no se atreve
a recomendar esta gran obra es por su extensión. Lo hace de grado por su
calidad y el conocimiento que nos da de una época y de lo que mueve a las
personas.
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