VIRGEN DE AGOSTO, por Andrés Pérez García
Hoy, 15 de agosto, celebran los católicos
la fiesta religiosa de La Asunción de María a los Cielos. Además de fiesta
religiosa, siempre ha tenido una composición lúdica y social. Hasta hace unos
años, era uno de los momentos que la gente del interior acudía al mar para
disfrutar del agua y aminorar el calor reinante en esos días; también los campesinos
aprovechaban la ocasión para refrescar a los animales de arreo. Era una fecha
esperada con ansiedad y con ganas, pues entonces no había vacaciones tal como
las conocemos hoy. Solamente disfrutaban de la “VARÁ”, el paro o cese de cualquier
actividad o faena durante tres días alrededor de la festividad.
Algunos más pudientes alargaban
el descanso hasta una semana. La gente de la tierra arreaba con sus carros,
convertidos en pequeñas casas que durante ese pequeño período les servían de
refugio y de acomodo, pues la instalación de lonas y jarapas, como toldos, les protegían
del sol. Los mineros, con tablones y deshechos de madera, improvisaban pequeñas
chabolas (precursoras de las célebres barracas), donde pasaban felizmente esos días.
Como es natural, la incomodidad era
la tónica dominante, pero poco importaba con tal de bañarse durante todo el
día. Las playas del Castellar, Junta los Mares, Bolnuevo y algo las del Rihuete
eran las más frecuentadas para esta clase de veraneantes, quedando El Puerto y
la Isla como lugares frecuentados por bañistas de diario. El pollo campero, verdadero
pollo campero, frito con tomate y pimiento y buen aceite de oliva, hecho como
se tiene que hacer: materia de primera calidad y cocinado a fuego lento;
posiblemente, uno de los manjares más suculentos de la cocina popular mazarronera,
que desgraciadamente hemos perdido. También eran platos preferentes el conejo
frito con tomate y pimiento o cocinado al ajillo con patatas. Nunca faltaban unas
buenas tortillas de patata, unos buenos arroces de conejo o de pollo hechos
allí con leña; carnes y pescado en escabeche, amén de buenos embutidos: morcilla,
morcón, longaniza, butifarra y jamón; igualmente se contaba con pescado seco
como el bonito, estornino o la melva arreglada en agua y sal. Y, por justicia,
hay que mencionar uno de los bienes más preciados de aquella época: un buen pan
campero, que a la semana de su cocción estaba igual de bueno. En aquellos días
se tiraba la casa por la ventana y nadie se acordaba de la pobreza cotidiana.
La felicidad y la alegría de
todos los componentes de la tribu, especialmente de los más pequeños: en cueros
estaban todo el día metidos en el agua o los mayores comiendo en familia y
platicando entre ellos, es ahora inalcanzable para nosotros. También la gente
moza acudía, por la noche al paseo del Puerto, a eso, a pasear, y a tomar agua
de limón y horchata de almendras, que eran los helados de moda.
Y como colofón diré que yo
tampoco he cumplido con la tradición de pasear y tomar una horchata en el
Puerto. Esa noche asistí a un encuentro precioso en La Azohía, donde los buenos
amigos de la Asociación Santa Elena nos prepararon una interesante y deliciosa velada,
con unas intervenciones interesantes, magníficas y de gran calidad, y donde
conocimos a una joven y prometedora poetisa, María Ruiz Gil, que sabe componer
cosas como ésta:
Tan cerca de
mí
“Me gustan las mañanas del domingo,
salir y sentarme en el suelo del patio
con Linda y Cloe ,
en pijama y despeinada.
Que me choque el sol en la cara…
Me gusta sentir esa calma.
Saber que no tengo que irme lejos para
sentirme feliz.”
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