RINCÓN DE LA LECTURA: "LA DUQUESA DE SAGÁN", por Kurt Schleicher
Estaba cantado; tras la
admiración de Ildefonso Arenas por este influyente personaje
histórico, la Duquesa de Sagán -demostrada en su libro dedicado al
general Álava, de título “Álava en Waterloo”-, es obvio que iba a
dedicarle a ella, a la duquesa, un libro de corte biográfico, su segunda novela
histórica. En cierta forma constituye una continuación de aquélla, pues la de
Waterloo tiene lugar entre 1814 y 1815 y ésta entre 1836 y 1839, con bastantes
personajes históricos comunes (el propio Álava, Wellington,
Metternich, el Zar Alejandro, Talleyrand,
etc.), sólo que unos cuantos años después y todos más talluditos (Napoleón ya
estaba criando malvas).
Si en la primera novela, el “leit
motiv” era la batalla de Waterloo más que el propio general, en ésta se centra
más en los personajes, tanto en el de la duquesa Wilhelmine o Mina
–con los cincuenta ya cumplidos- como prototipo de una mujer avanzada a su
tiempo, o como el de una jovencita –Libusche- auténtica
protagonista de la novela, a través de la cual penetramos en la personalidad de
la duquesa, como protegida de ésta.
Esta muchacha, nacida campesina
checa (se supone que es un personaje ficticio) y dotada de talento natural, se
va ganando el afecto de la duquesa en su labor de “dama de compañía y
secretaria”; en cierta forma va formando su personalidad a la vez que se van
creando entre ambos personajes unos lazos afectivos muy marcados. Este hecho es
en mi opinión el corazón de la novela, pues las notables características de la
duquesa -tan admiradas por Ildefonso- se van trasladando hacia la personalidad
de la joven como digna potencial sucesora, aunque los hitos históricos
alcanzados por la primera y su influencia en los mandamases de aquélla época
gracias a su inteligencia, belleza y –no hay que olvidarlo- su inmensa riqueza
(así como la falta de los clásicos escrúpulos e inhibiciones femeninos de
entonces), hacían de ella un personaje histórico irrepetible. Hoy se la
considera la “causante” de la liga austro-prusiano-rusa contra Napoleón, pues
se han conservado abundantes cartas que lo demuestran, extendiendo su influencia
incluso a los territorios en los que los jefes de estado se encuentran más
desamparados: los dormitorios.
Es como el cuento de la
Cenicienta, pero con un ritmo más lento. Libusche llevaba consigo
solamente un talento desde su niñez: el ajedrez, que aprendió de su madre. Con
este arma y con “el ejemplo” de la duquesa, va arrasando en el entorno
masculino (machista en ocasiones) de la época. Este hecho hará que el libro sea
especialmente apreciado por parte de las damas, que verán a las dos
protagonistas como dos heroínas de épocas pasadas y a la duquesa como un
prototipo del ideal femenino para señoras ya menos jóvenes y, sin embargo, aún
capaz de cautivar con su sola presencia.
Wilhelmine-Katherine, Herzogin von Sagan, por Johann Ender
Wilhelmina de Sagán
era, aparte de muy culta e inteligente, extremadamente rica y con una
influencia en Europa similar a la de hoy en día de un Bill Gates a nivel
mundial. La novela se mueve en un entorno tan fastuoso tal que no existiese
otro y hace que el lector también se mueva dentro del mismo, provocando, o bien
satisfacción o, por el contrario, envidia. No deja de ser “el mundo de la
nobleza y del poder” con todos sus matices, lejano a la mayoría de los
mortales; los numerosos viajes de la duquesa (ampliamente descritos en la
novela) sólo eran posibles mediante una auténtica caravana de carrozas y
séquito, incluyendo guardias ulanos que constituían la “protección” de la
duquesa y de los suyos.
En el plano de la crítica, lo
primero es volver a constatar el alto nivel del estilo literario de Ildefonso;
nos va llevando con soltura en el devenir de la obra como si estuviésemos
realmente allí compartiendo nuestros momentos cotidianos con todos esos
personajes históricos, bajándolos de su pedestal de los libros de historia. Se
nota que el autor ha investigado a fondo, tanto que se pasa un poco de rosca y
hace que la retahila de personajes y sus ancestros sean tan innumerables, que
no hay quien siga el “who is who” y hay que hacer auténticos esfuerzos para
identificar al personaje en cuestión; ya no sabe uno a veces quién se ha casado
con quién o incluso reconocerlo en la cama de no-se-sabe-tampoco-ya-quién. Es
evidente que los caballeros somos menos cotillas (en teoría, al menos y, en
cierta forma, se describen “hechos de revistas del corazón” de personajes
históricos de la época); nos cuesta seguir las diversas vicisitudes en las
innumerables recepciones, cenas y eventos en los que, aparte de hacer política,
también se despellejan los unos a los otros, en particular las incontables
damas que se mencionan en la obra. Esto se hace un poco tedioso a veces (no
para las señoras, claro). Sin embargo, tengo que destacar que ocasionalmente
aparecen peroratas insignes y preclaras, como la explicación que da el general
Álava de la triste situación en la España de aquella época con
ocasión de una cena de alto nivel, por poner un ejemplo concreto que me ha
llamado la atención. A destacar también el ambiente en el que nos sumerge al
ser coronada la reina Victoria I de Inglaterra en 1838.
Creo que doña Guillermina
de Sagán (su nombre en versión española) debería de salir de su tumba
para darle (como poco) un sonoro beso a Ildefonso, viendo el cariño y
admiración con el que la trata en la obra; su estilo, sagacidad, belleza
picante, cultura, mano izquierda, elegancia, influencia en los hombres y su
personalidad incisiva y desinhibida tan poco usual para la época, hacen de ella
un personaje singularmente atractivo. Me pregunto si el personaje de la duquesa
(y el de Libusche con sus habilidades con el ajedrez) ha sido
matizado por la personalidad de Ildefonso o si, por el contrario, es la duquesa
la que ha llegado a influir en la del autor… ¡quién sabe!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Se ruega NO COMENTAR COMO "ANÓNIMO"