REFLEXIONES SOBRE LA PASCUA DE RESURRECCIÓN, por A. Fernández García
En la mañana del día de la
Pascua de Resurrección falleció el Papa Francisco. Llenó una época que parece
un periodo más largo de lo que son esos doce años entre el 13 de marzo de 2013
y el 21 de abril de 2025. Nuestro Papa fue antes Jorge Mario Bergoglio, nacido
en Buenos Aires el 13 de diciembre de 1936. Tras la renuncia de Benedicto XVI, fue
elegido en la quinta votación del segundo día de cónclave. La anécdota es que
un Cardenal brasileño le dijo: “acuérdate de los pobres” y él adoptó el
nombre del santo de Asís, San Francisco. En consecuencia, no ha recibido sueldo
por su cargo y su pontificado estuvo marcado por la ayuda a los más
desfavorecidos y por la austeridad.
Sus comentarios al texto
evangelio de cada día del año son una muestra clara de su seguimiento leal a la
enseñanza y la vida de Cristo. Veamos el que corresponde a ese Domingo de
Resurrección: “La resurrección de Jesús nos dice que a la muerte no le corresponde
la última palabra, sino a la vida. Al resucitar al Hijo unigénito Dios Padre ha
manifestado plenamente su amor y misericordia por la humanidad de todos los
tiempos. Si Cristo ha resucitado, es posible mirar con confianza cada hecho de
nuestra existencia, incluso los más difíciles, llenos de angustia e
incertidumbre. Este es el mensaje de Pascua que estamos llamados a proclamar con
palabras y, sobre todo, con el testimonio de nuestra vida. Que esta noticia
resuene en nuestros hogares y en nuestros corazones. ¡Cristo, mi esperanza, ha
resucitado!” (13-04-2020).
Empecemos por algunas
enseñanzas evangélicas relacionadas con los más desfavorecidos: “no
juzguéis para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis
seréis juzgados y con la medida con que midáis seréis medidos” (Mt.
7, 1-2).
Basta recordar el Padre Nuestro
en “perdona
nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Es
triste saber que se dan odios, enemistades, rencillas… entre personas que duran
días, años, hasta generaciones y, además, que se considere como una obligación
la venganza.
“Las zorras tienen guaridas,
y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la
cabeza” (Mt. 8, 20). Con este pasaje Jesús nos
hace ver la pobreza con la que Jesús ha venido al mundo y ha vivido hasta su
muerte en la Cruz.
“Por tanto, cuanto queráis
que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la
Ley y los Profetas” (Mt. 7, 12).
Esto es la regla áurea en positivo; haz lo que deseas que te hagan a ti; no es
“no hagas lo que no quieres que te hagan”; porque resulta más fácil
decir: no hace nada malo. Nos pide que hagamos lo bueno.
Uno de los pasajes más
acorde con la palabra y la conducta del Papa Francisco.
“Cuando el Hijo del hombre
venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su
trono de gloria. Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él
separará los unos de los otros como el pastor separa las ovejas de los cabritos.
Pondrá las ovejas a su derecha y los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el
Rey a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del
Reino preparado desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis
de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis;
estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y
acudisteis a mi. Entonces los justos le responderán: ¿cuándo te vimos
hambriento y te dimos de comer?; ¿o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te
vimos forastero, y te acogimos; o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos
enfermo o en la cárcel y acudimos a ti? Y el Rey les dirá: En verdad os digo
que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.
Entonces dirá también a los de su izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego
eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve
hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no disteis de beber; era
forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en
la cárcel, y no me visitasteis. Entonces dirán también éstos: Señor, ¿cuándo te
vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel y no
te asistimos? Y él entonces les responderá: En verdad en verdad os digo que
cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo
dejasteis de hacerlo. E irán estos a un castigo eterno y los justos a una vida eterna”
(Mt. 25, 31-46).
Este sermón de Jesús debe
hacernos reflexionar seriamente a los que, pudiendo poder ayudar a los más
desfavorecidos por nuestro poder económico, político, del saber… no lo hacemos.
Cristo enseñó y mostró en toda su vida una infinita sensibilidad hacia los
enfermos y más desfavorecidos. El ya fallecido nuestro papa Francisco ha sido
un excelente ejemplo con su austero pontificado, frente a la ya tradicional
opulencia de la Jerarquía Eclesiástica.
Frente a ellos multitud de
creyentes y no creyentes han entregado su vida al servicio de los más
desfavorecidos. Los creyentes han querido ver a Cristo detrás de cada
desfavorecido. Los no creyentes, que hacen el bien no quedarán sin recompensa.
En la mano del Creador, que dice por boca de Jesús que hasta un vaso de agua
que se da… será tenido en cuenta, sabrá cómo recompensar a esas personas.
“Jesús se sentó frente al
arca del Tesoro y miraba cómo echaba la gente monedas en el arca del Tesoro;
muchos ricos echaban mucho. Llegó también una viuda pobre y echó dos moneditas,
o sea, una cuarta parte del as. Entonces, llamando a sus discípulos. Les dijo:
Os digo de verdad que esta viuda pobre ha echado más que todos los que echan en
el arca del Tesoro. Pues todos han echado de lo que les sobraba, ésta, en
cambio, ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto poseía, todo lo que tenía
para vivir” (Mc. 12, 41-44).
Este pasaje evangélico nos
muestra claramente que Dios valora más el esfuerzo y el sacrificio de la
persona que la cantidad que damos de donativo para el templo y yo estoy
convencido que también para ayuda a los más desfavorecidos.
“Acercóse uno de los
escribas que le había oído y, viendo que les había respondido muy bien, le
preguntó; ¿Cuál es el primero de los mandamientos? Jesús le contestó: El
primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y
amarás al Señor, tu Dios, con todo corazón, con toda tu alma, con toda tu mente
y con todas tus fuerzas. El segundo es: amará a tu prójimo como a ti mismo. No
existe otro mandamiento mayor que éstos. Le dijo el escriba: Muy bien, Maestro;
tienes razón al decir que Él es el único y que no hay otro fuera de Él, y
amarle con todo el corazón con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y
amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y
sacrificios. Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: No
estás lejos del Reino de Dios” (Mc. 12, 28-34).
Este pasaje de Marcos recoge
la versión hebrea que conocen igualmente el escriba y Jesús: amarás al Señor,
tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas
tus fuerzas, con lo que está claro que la persona debe amar a Dios intensamente
y con todas sus facultades; y al prójimo como a sí mismo. El escriba es
consciente de que esto vale más que los holocaustos y sacrificios. Eso nos da a
entender a hebreos y ahora a los cristianos que ese amor a Dios, Espíritu
Omnipotente, vale más que las ceremonias y los ritos.
A esto quiero
incorporar el encuentro de Jesús con la samaritana, (Jn. 4, 23,24) “Pero
llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al
Padre en espíritu y verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le
adoren. Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad”.
En estas procesiones de
Semana Santa vi cómo por el rostro de una mujer corrían lágrimas, fervor
religioso.
La pregunta del escriba
sobre el primer Mandamiento y su aclaración de que ese Mandamiento vale más que
los holocaustos y sacrificios corrobora la declaración de Cristo a la samaritana:
“Dios es espíritu, y los que adoran, deben hacerlo en espíritu y verdad”.
La pregunta de este escriba
viene a continuación de la respuesta de Jesús al sofisma de los saduceos que,
frente a escribas y fariseos no creen en la resurrección, y la presentan
inviable.
Si cumplir ese mandamiento
vale más que sacrificios y holocaustos, debemos pensar que eso se puede aplicar
a esos ritos externos eclesiásticos, si no van acompañados de ese espíritu y
creyendo como nos dice el mensaje evangélico y ha defendido el Papa Francisco.
Que el Creador no se queje
de los católicos o cristianos como se quejaba de los hebreos por boca de los
profetas: “Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí”.
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