lunes, 29 de abril de 2019

ECO.47 Nuestras Lecturas: Vagabundo en África

Nuestras lecturas: "Vagabundo en África", por A.F.García




Este es el tercer libro que leemos de este autor y todos nos han resultado muy interesantes.

Empieza su recorrido en Ciudad del Cabo y el Cabo al que los portugueses llamaron de Buena Esperanza y termina dos meses después el Río Congo como era su proyecto. Hace una reseña de los espacios físicos que recorre y de su periodo colonizado, empezando por la colonización árabe hacia el 650 d.C. que dará especial esplendor a Kilwa entre 1200 y 1500.

En 1487 Bartolomé Días, dobla el Cabo de las Tormentas, al que llamará Cabo de Buena Esperanza y abrirá la ruta marítima hacia la India. En 1652 el holandés Jan Van Riebek funda la Ciudad del Cabo. En 1820 desembarcan en el Cabo los primeros colonos británicos.

Reverte nos relata las sucesivas guerras en la zona al largo del siglo XIX y principios del XX. Tribales entre nativos; boers y nativos; ingleses y nativos; ingleses y boers. Hasta aparecen grandes estrategas bélicos: Shaka entre los nativos zulúes y Paul  Kruger entre los boers. Ejércitos británicos en la plenitud de su Imperio, el más grande entonces, sufrieron alguna derrota a manos de nativos y boers. Porque servía a sus intereses los gobiernos de Londres debieron mirar a otro lado mientras líderes como Cecil Roders con los nativos el general Kitchener con los boers hacían un trabajo poco limpio que no podrían aprobar oficialmente.

En su recorrido por Tanzania, antigua Tanganica, colonia alemana, a su paso por el ramificado delta del río Rufiji, nos recuerda el enfrentamiento entre navíos alemanes e ingleses en la Primera Guerra Mundial.

No quiso perderse la fantástica aventura de adentrarse en el Parque de Selous y pasar una noche en plena selva refugiado en un viejo todoterreno. Por encima del evidente peligro y lógico miedo le supuso una sublime e inolvidable experiencia de contacto con la naturaleza virgen.

Nos deja un grato recuerdo de Tanzania, un pueblo que avanza con el turismo, unas gentes sencillas, alegres en su precaria vida de subsistencia. Al contrario, cuando llega al Congo encuentra miradas tristes. Aquí siguen en situación de guerra, aunque ya ha caído el régimen de Mobutu, y la seguridad y precariedad son extremas, de las más extremas del mundo.

Precisamente, cuando leíamos este libre tomaba posesión el nuevo presidente con un mensaje de paz.

Introduce algo de historia de los países que recorre. Vuelve  a hablar del genocidio de Ruanda, que hoy, 6 de abril, nos recuerdan los medios informativos. Lo curioso para el Congo es que se suceden la desgracias, siendo uno de los países más ricos de África: Manejado bárbaramente por Leopoldo I de Bélgica como su Finca, dictadura salvaje de Mobutu. En el momento de su llegada, caído el dictador, la situación es muy difícil y se tiene que acoger a la protección del embajador español, que cumple como un amigo.

Le favorece las gestiones para que pueda ascender por el Congo. Lo consigue en el primer barco que renueva el tráfico marítimo después de un periodo bélico.

La navegación río arriba partió desde Maluku, 50km. más arriba de Kinshasa y se hizo lenta, difícil, peligrosa. Los controles militares, normales o arbitrarios, las fuertes tormentas… eran la causa. Las circunstancias le hicieron renunciar al sueño de llegar hasta Kisangani y finalizar la travesía en Mbandaka. Así se lo venía diciendo el responsable de la travesía el portugués Carlos, que le protegía en su camarote de las abusivas visitas de militares incontrolados.

El Akongo Mohela, un buque a vapor con dos barcazas, iba lleno de pasajeros de ida y vuelta que iban con sus pequeñas mercancías y sus familias. Los únicos blancos eran Reverte y Carlos, el único que llegó a saber su condición de escritor, que se hace pasar vinatero en viaje turístico.

Los más de 200 pasajeros hacen la vida en cubierta y se terminan conociendo todos, una estancia pacífica aunque bulliciosa, sobre todo cuando llegan a un poblado y sus habitantes invaden la cubierta a vender y comprar.

 El pánico llega cuando unas ráfagas de Kalashnikov hacen detener la marcha y suben militares a bordo. Hacen control y cobran, encuentran a un blanco y, aunque tenga todo en regla, lo despojan. Lo hacen dos veces con nuestro escritor. El joven Mak, camarero de Carlos, alerta a la autoridad militar. La segunda vez intervienen en el momento en que los dos blancos, español y portugués, iban a ser ejecutados.

Los viajes son una excelente ocasión de hacer amigos, aunque la relación no vaya más allá de las horas o los días que se comparten. Reverte, por su manera de ser, su experiencia y la naturaleza de su trabajo, lo hacía de manera especial. No importaba la etnia. No era raro encontrar un joven que le ayudaba en una situación difícil y se conformaba con entregarle una nota con su dirección para que facilitara su venida a Europa. Una joven madre de 15 años, muy animosa, sobrevive lavando ropa de los pasajeros, incluido el escritor, que le coge aprecio y le da el doble de ella pide.

En el último abordaje los militares desconocen que hay un blanco en el camarote del patrón escondido ni nadie de los nativos se lo dice. Celestine, ingeniero nativo, que hace amistad con Reverte, comenta, por ello, que se ganado de aprecio de aquella gente, que no están acostumbrados a que un blanco se acerque a ellos, se interese por sus cosas, les tome fotos.

Reverte, a través del embajador,  conoce al misionero Santiago, entregado en cuerpo y alma a aquella gente, que ya no sabe si es más médico y sicólogo que sacerdote, pues a veces descuida los ritos litúrgicos. El, en este libro, nos contagia su humanismo, su admiración por África, el Congo… y su cercanía a estas gentes. Termina diciendo en el epílogo que, a pesar del grave peligro, abandona con nostalgia la ruta del Congo. Añade, como reflexión, que ya no sabe si viaja para escribir o si escribir es una excusa para viajar.

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