NUESTRAS LECTURAS. “EL
ÚLTIMO ENCUENTRO” de SÁNDOR MÁRAI, por A.F.García
Este escritor de origen húngaro, nacido en
Cassa, hoy población eslovaca, en 1900, y, huyendo del régimen comunista en
1948, se ubicó definitivamente en Estados Unidos, donde murió en 1989 en San
Diego.
La novela empieza cuando Henry, supervisando
en la bodega la cosecha de vino, recibe una carta de Konrad, comunicándole que
lo viene a visitar esa tarde. Hace cuentas el general austriaco, cuarenta y un
años y cuarenta tres días desde la última vez que había cenado en su casa y sin
saber de él.
Encarga a Nini, que se prepare una cena
idéntica a la anterior, 41 años y 43 días antes. Nini, anciana de 91 años, su
nodriza, la persona que durante los 75 años de su vida había estado siempre
donde y cuando era necesaria.
El general es hijo de un capitán de la guardia
imperial y una dama de la aristocracia francesa. Siendo niño, de regreso con su
madre de una larga estancia en Normandía con su abuela materna, es ingresado
interno en la Academia Militar, cercana a Viena.
Allí entabla una íntima amistad con otro
internado, de la pequeña burguesía. Extraña y profunda amistad, que, a pesar de
las diferencias sociales y de carácter, perdura hasta el final.
En esta cena es todo igual a la
anterior, salvo la no presencia de Krisztina.
Durante la opípara y larguísima cena se
desarrolla la casi totalidad de la narración por boca del general, porque Konrad
se limita a escuchar pacientemente sin negar lo que aquél dice, salvo dos
cuestiones claves, que como caballeros dejan así.
Admite el general que el entonces capitán,
como único dueño de su destino, renunciara a todo y desapareciera. No había
dejado deudas a nadie, por las que pudiera ser juzgado. Le debía una mayor a
él, su amigo íntimo desde niño, con el que había compartido su vida, su mesa,
como uno de la familia… y 41 años sin dar señales.
Konrad habla de su dura vida en el trópico,
como súbdito inglés. En aprecio de su aguante nos deja el dicho de que “cada
inglés lleva Inglaterra en una maleta a dondequiera que va”, refiriéndose a su
modo de vida.
Por su parte, el general habla de la Gran Guerra
de 1914 a 1918, en la que participó y sobrevivió y que supuso la desmembración
y desaparición del Imperio Austro-Húngaro.
Hace muchas y profundas reflexiones sobre el
mundo y el hombre, que parecen encauzados a entender lo que pasó hace 41 años.
Habla de su bellísima esposa, cuya mirada asemeja al sol del amanecer de un día
radiante, entregada totalmente a él, sin reservas. Sin embargo, en una
observación más profunda, admite que no esté enamorada sino agradecida, porque
disfruta de un estilo de vida que ni habría soñado.
Traslada sus reflexiones a su amigo Konrad,
al que siempre dedicó mucha entrega y afecto; pero pudiera ser que su riqueza,
su rango social, autosuficiencia y vanagloria, que su esposa le censuraba en el
diario matrimonial, pudieran herirle. Éste nunca le había aceptado ayuda
económica, rehuía las pompas en la alta sociedad. Además, nunca le había
invitado a visitarlo en su casa, porque tal vez quería evitar las
comparaciones.
Todo eso le lleva a lo ocurrido 41 años
antes, en el encuentro anterior. Para él fue evidente; pero sólo lo saben ellos
dos, acaso su esposa, pero está muerta. En aquella fecha, tal como habían
acordado la noche anterior, salieron de caza antes del amanecer al bosque del
general. Al despuntar el alba detienen la marcha porque ven un ciervo en el
camino a unos 300 pasos. Este percibe cómo su amigo levanta el arma, le apunta
y retira el seguro. No se vuelve, a pesar de la evidencia, espera durante unos
segundos eternos. El ciervo de un salto desparece de su vista. Konrad baja el
arma, siguen el camino como si nada, pero más tarde se retira de la cacería.
A la cena el general encuentra a su mujer
esperándolo con la espléndida mirada de siempre, que se alarga en una
observación intensa. Luego, durante la cena, Krisztina habla con el invitado
sobre un libro que éste le ha facilitado sobre la vida en el trópico, mientras
el general se mantiene ajeno al tema, absorto en sus pensamientos.
Aquella noche su mente trabajaba y no durmió.
Se acercó al despacho de su mujer para ojear su diario, pero no estaba en el
cajón como era habitual.
Muy temprano se acercó a casa de su amigo,
donde nunca había estado. Le abrió el ordenanza, pero le advirtió que el
capitán se había ido de viaje y había puesto todo en venta.
Apenas entró apareció Krisztina, que, echando
una ojeada al entorno, afirma como el oficial de policía que constata un hecho,
“ha huido”, para añadir “era un cobarde”. A continuación, repasa la casa con su
vista y sus manos como quien se despide de algo. Él observa con asombro una
casa, ordenada, limpia, decorada con gran gusto, mientras piensa “esto
era su nido”.
Regresa a su mansión con el deseo de hablar
con su mujer, pero ésta no aparece en todo el día. A la noche se va a su casa
del bosque, hasta que le comunican la muerte de Krisztina, siete años después.
Explica ampliamente su evolución anímica: de
sentirse marido burlado de su esposa y su íntimo amigo, hasta sentir lástima
por ellos, unos amantes con tan poco margen para su intimidad. Con gran
dependencia de él, conocido, poderoso, rodeados de servidumbre, con tal
discreción que nadie podría decir lo que ocurría. Incluso si le hubiera
disparado aquella mañana ¿quién podría hablar de homicidio? En la línea de tiro
de un ciervo, sin testigos, los dos grandes amigos….
Krisztina había conocido al general a sus 17
años de la mano de Konrad y si hubiera optado por darle una explicación su
marido la hubiera aceptado. Siete años después enfermó, quiso morir en
expresión del general, que cuando la ve ya cadáver, la ve aún con su belleza de
joven. Según Nini le había llamado en su agonía.
Le entregan su diario sellado por ella. Él
plantea su amigo abrirlo y leerlo juntos. Ella nunca había mentido. Konrad se
opone y va directo a la chimenea. Esto y el porqué ella le calificó de cobarde,
fue lo único que no admitió.
“¿Qué significa la fidelidad que esperamos de
la persona a quien amamos?… ¿Exigir fidelidad no sería acaso un extremo de la
egolatría, del egoísmo y de la vanidad…? Cuando exigimos a alguien fidelidad,
¿es acaso nuestro propósito que la otra persona sea feliz? Y si la otra persona
no es feliz en la sutil esclavitud de la fidelidad, ¿amamos a la persona a
quien se la exigimos? Y si no amamos a esa persona ni la hacemos feliz,
¿tenemos derecho a exigirle fidelidad y sacrificio?”.
Aparte de su extraordinaria calidad
literaria, solo un talento como el suyo puede sublimar un tema tan vulgar como
infidelidad en una obra maestra. La manera de enfocarlo, desarrollarlo y darle
fin con esa dignidad y profundidad humanas le da un valor inigualable a esta
novela.