jueves, 7 de noviembre de 2019

ECO.50 Nuestras Lecturas: "EL ÚLTIMO ENCUENTRO", de Sándor Márai

NUESTRAS LECTURAS.  “EL ÚLTIMO ENCUENTRO” de SÁNDOR MÁRAI, por A.F.García


Este escritor de origen húngaro, nacido en Cassa, hoy población eslovaca, en 1900, y, huyendo del régimen comunista en 1948, se ubicó definitivamente en Estados Unidos, donde murió en 1989 en San Diego.

La novela empieza cuando Henry, supervisando en la bodega la cosecha de vino, recibe una carta de Konrad, comunicándole que lo viene a visitar esa tarde. Hace cuentas el general austriaco, cuarenta y un años y cuarenta tres días desde la última vez que había cenado en su casa y sin saber de él.

Encarga a Nini, que se prepare una cena idéntica a la anterior, 41 años y 43 días antes. Nini, anciana de 91 años, su nodriza, la persona que durante los 75 años de su vida había estado siempre donde y cuando era necesaria.

El general es hijo de un capitán de la guardia imperial y una dama de la aristocracia francesa. Siendo niño, de regreso con su madre de una larga estancia en Normandía con su abuela materna, es ingresado interno en la Academia Militar, cercana a Viena.

Allí entabla una íntima amistad con otro internado, de la pequeña burguesía. Extraña y profunda amistad, que, a pesar de las diferencias sociales y de carácter, perdura hasta el final.

En esta cena es todo igual a la anterior, salvo la no presencia de Krisztina.

Durante la opípara y larguísima cena se desarrolla la casi totalidad de la narración por boca del general, porque Konrad se limita a escuchar pacientemente sin negar lo que aquél dice, salvo dos cuestiones claves, que como caballeros dejan así.

Admite el general que el entonces capitán, como único dueño de su destino, renunciara a todo y desapareciera. No había dejado deudas a nadie, por las que pudiera ser juzgado. Le debía una mayor a él, su amigo íntimo desde niño, con el que había compartido su vida, su mesa, como uno de la familia… y 41 años sin dar señales.  

Konrad habla de su dura vida en el trópico, como súbdito inglés. En aprecio de su aguante nos deja el dicho de que “cada inglés lleva Inglaterra en una maleta a dondequiera que va”, refiriéndose a su modo de vida.

Por su parte, el general habla de la Gran Guerra de 1914 a 1918, en la que participó y sobrevivió y que supuso la desmembración y desaparición del Imperio Austro-Húngaro.

Hace muchas y profundas reflexiones sobre el mundo y el hombre, que parecen encauzados a entender lo que pasó hace 41 años. Habla de su bellísima esposa, cuya mirada asemeja al sol del amanecer de un día radiante, entregada totalmente a él, sin reservas. Sin embargo, en una observación más profunda, admite que no esté enamorada sino agradecida, porque disfruta de un estilo de vida que ni habría soñado.

Traslada sus reflexiones a su amigo Konrad, al que siempre dedicó mucha entrega y afecto; pero pudiera ser que su riqueza, su rango social, autosuficiencia y vanagloria, que su esposa le censuraba en el diario matrimonial, pudieran herirle. Éste nunca le había aceptado ayuda económica, rehuía las pompas en la alta sociedad. Además, nunca le había invitado a visitarlo en su casa, porque tal vez quería evitar las comparaciones.

Todo eso le lleva a lo ocurrido 41 años antes, en el encuentro anterior. Para él fue evidente; pero sólo lo saben ellos dos, acaso su esposa, pero está muerta. En aquella fecha, tal como habían acordado la noche anterior, salieron de caza antes del amanecer al bosque del general. Al despuntar el alba detienen la marcha porque ven un ciervo en el camino a unos 300 pasos. Este percibe cómo su amigo levanta el arma, le apunta y retira el seguro. No se vuelve, a pesar de la evidencia, espera durante unos segundos eternos. El ciervo de un salto desparece de su vista. Konrad baja el arma, siguen el camino como si nada, pero más tarde se retira de la cacería.

A la cena el general encuentra a su mujer esperándolo con la espléndida mirada de siempre, que se alarga en una observación intensa. Luego, durante la cena, Krisztina habla con el invitado sobre un libro que éste le ha facilitado sobre la vida en el trópico, mientras el general se mantiene ajeno al tema, absorto en sus pensamientos.

Aquella noche su mente trabajaba y no durmió. Se acercó al despacho de su mujer para ojear su diario, pero no estaba en el cajón como era habitual.

Muy temprano se acercó a casa de su amigo, donde nunca había estado. Le abrió el ordenanza, pero le advirtió que el capitán se había ido de viaje y había puesto todo en venta.
Apenas entró apareció Krisztina, que, echando una ojeada al entorno, afirma como el oficial de policía que constata un hecho, “ha huido”, para añadir “era un cobarde”. A continuación, repasa la casa con su vista y sus manos como quien se despide de algo. Él observa con asombro una casa, ordenada, limpia, decorada con gran gusto, mientras piensa  esto era su nido”.
Regresa a su mansión con el deseo de hablar con su mujer, pero ésta no aparece en todo el día. A la noche se va a su casa del bosque, hasta que le comunican la muerte de Krisztina, siete años después.
Explica ampliamente su evolución anímica: de sentirse marido burlado de su esposa y su íntimo amigo, hasta sentir lástima por ellos, unos amantes con tan poco margen para su intimidad. Con gran dependencia de él, conocido, poderoso, rodeados de servidumbre, con tal discreción que nadie podría decir lo que ocurría. Incluso si le hubiera disparado aquella mañana ¿quién podría hablar de homicidio? En la línea de tiro de un ciervo, sin testigos, los dos grandes amigos….

Krisztina había conocido al general a sus 17 años de la mano de Konrad y si hubiera optado por darle una explicación su marido la hubiera aceptado. Siete años después enfermó, quiso morir en expresión del general, que cuando la ve ya cadáver, la ve aún con su belleza de joven. Según Nini le había llamado en su agonía.

Le entregan su diario sellado por ella. Él plantea su amigo abrirlo y leerlo juntos. Ella nunca había mentido. Konrad se opone y va directo a la chimenea. Esto y el porqué ella le calificó de cobarde, fue lo único que no admitió.

 “¿Qué significa la fidelidad que esperamos de la persona a quien amamos?… ¿Exigir fidelidad no sería acaso un extremo de la egolatría, del egoísmo y de la vanidad…? Cuando exigimos a alguien fidelidad, ¿es acaso nuestro propósito que la otra persona sea feliz? Y si la otra persona no es feliz en la sutil esclavitud de la fidelidad, ¿amamos a la persona a quien se la exigimos? Y si no amamos a esa persona ni la hacemos feliz, ¿tenemos derecho a exigirle fidelidad y sacrificio?”.

Aparte de su extraordinaria calidad literaria, solo un talento como el suyo puede sublimar un tema tan vulgar como infidelidad en una obra maestra. La manera de enfocarlo, desarrollarlo y darle fin con esa dignidad y profundidad humanas le da un valor inigualable a esta novela.



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