SER COMO EL AGUA, por Nuria Llerena
La naturaleza nos enseña como ser en cada momento, solo hay que estar
pendientes, presentes. Si nos fijamos atentamente, todo en la naturaleza es
perfecto: la hoja de un árbol no se plantea cuando ha de caer, se deja, acepta
y llegado el momento se desprende sin miedo, aterrizando en el suelo
suavemente. Todo está orquestado en armonía para que un día tras otro cada
elemento se vaya desarrollando, creciendo, mutando.
No sé si alguna vez te has parado a observar el agua de un río.
Increíblemente su movimiento es constante, se adapta por donde ha de pasar y
fluye, sin esfuerzo, yendo allí donde ha de ir. El agua es versátil y se adecua
a las fuerzas de la naturaleza: si hace frío se vuelve hielo o nieve, si la
temperatura es templada vive en su estado líquido y si hace calor se evapora y
se vuelve gaseosa. Ese mecanismo de transformación y conservación, hace que el
agua que has estado observando en el río, en un pasado cercano, viajó desde el
cielo en forma de bello copo de nieve, original y único. Después pasó a formar
parte de un arroyo y luego se incorporó al río. Continuará su viaje y llegará
un instante en que llegará al mar, formando parte de ese agua salada, inmensa,
maravillosa, que tiene movimiento propio, las olas, las mareas… Y culminará su
viaje evaporando su esencia y subiendo al cielo de nuevo, pasando a formar
parte de las nubes, hasta que llegue el momento de volver a transformarse en
lluvia. El agua viaja, se transforma, cambia de estado, se adapta y todo ello
sin esfuerzo. Y así la naturaleza nos enseña en cada momento como ser en
nuestra vida. Si somos como el agua nos adaptaremos en los momentos difíciles,
aceptaremos que estamos en constante cambio y evolución y seremos capaces
disfrutar de la transformación de nuestras vidas, de nuestro aprendizaje y
crecimiento personal, sin aferrarnos a lo perfectamente conocido. Eso es
afrontar nuestra vida y disfrutar de ella.
Cada vez que te paras a ver como la naturaleza se complace en hacer
milagros, consigues estar mas presente y tu mente, por un instante, se aquieta.
¿Quién no se ha parado a admirar una puesta de sol, el vuelo de un pájaro, el
paso de las nubes o a escuchar el sonido del mar….? Esos instantes de quietud,
en los que entramos en comunión con la naturaleza sin apenas darnos cuenta, nos
ayudan a admirar la belleza sin juzgar y somos capaces de disfrutar de lo
sencillo, sin hacer, sin esfuerzo. En definitiva, fluimos, somos como el agua.
Cuando nos paramos a admirar una pequeña flor, el canto de un pájaro, el brote
de una higuera, nos hacemos partícipes de ese milagro que está sucediendo y
aprendemos que en la quietud está la clave, en disfrutar de las pequeñas cosas,
de la tranquilidad y la paz en nuestra mente. Nos damos cuenta que para ello no
hace falta hacer… muchas veces la vida se nos pasa haciendo, en algún momento
habrá que pararse para disfrutarla.
Ser como el agua, que nos enseña cuando hay que estar activo, cuando
fluir y cuando recogerse en la quietud y el silencio, esperando en esa armonía
natural el momento de cambiar, de brotar, de adaptarse y de continuar el viaje.
Pararnos y contemplar lo que la naturaleza desarrolla a nuestro
alrededor en lugar de quedarnos enganchados en los pensamientos de siempre,
será como hacer una “limpieza” a nuestro ordenador personal. Nuestra mente está
sobrecargada. Nuestro día a día está llenito de estímulos de todo tipo y la
mente no para de pensar, ni de día ni de noche. Darle un respiro, parándonos a
observar lo que se desarrolla a nuestro alrededor, hará que estemos mas
tranquilos, mas conscientes, transformando, sin darnos cuenta nuestra forma de
vivir.
Se acerca a marchas forzadas un tiempo en el que todo va a comenzar a
brotar. Cada día podemos notar los cambios que se dan en los campos, todo está
reverdeciendo y pintándose de un verde nuevo, vivo, esplendoroso. Si nos
paramos a observar, veremos que la tierra se está tapizando de nueva vida, que
ha estado esperando el agua durante el invierno para brotar con fuerza y
disfrutar del sol. Salgamos nosotros también del invierno, brotando en esta
primavera que está naciendo, sintiendo que salimos del letargo del invierno, de
ese tiempo de quietud, con alegría, expandiéndonos con energía renovada. El
buen tiempo nos invita a pasear y admirar los lugares por donde vamos, mirando
con nuevos ojos, los que nos regala la tranquilidad de la belleza que nos
rodea. Hazte consciente que cada día es diferente, cada instante es diferente.
Las nubes en el cielo nunca volverán a estar de la misma manera, porque la
naturaleza cambia sin esfuerzo realizando continuamente verdaderas obras de
arte, solo tenemos que pararnos a admirarlas. Y es que aunque no nos hayamos
dado cuenta vivimos en un museo natural en el que la vida florece a nuestro
alrededor, sin pereza, sin esfuerzo. Imitemos su fuerza haciendo que los
instantes de nuestra vida se pinten con los colores de la belleza, en nuestra
forma de pensar, en nuestra forma de hablar, en nuestra forma de hacer… En
definitiva, aprender a ser como el río, dinámico, siempre cambiante,
adaptativo, ¡fresco y vivo!
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