Teatro en Murcia: ANTÍGONA. UNA GRAN OBRA, UNA GRAN PROTAGONISTA, por A.F.García
“Una de las más sublimes y en
todos los aspectos una de las obras de arte más consumadas que el empeño humano
haya jamás creado.” HEGEL.
Hacía muchos años, casi no recuerdo que un espectáculo me absorbiera
totalmente la atención de principio a fin. Estoy convencido de que no solo a mí
sino a todo el público que llenaba el hermoso Teatro Romea. No se percibía ni
un murmullo, ni un bisbiseo, ningún sonido fuera del que procedía del
escenario.
La línea argumental aparece desde el principio, ofreciendo la
evolución secuencial de los hermanos Eteocles y Polinices, que disfrutan
jocosamente de encontrarse y pasan del abrazo al enfrentamiento, la lucha y el
homicidio fratricida.
Los dos hermanos se habían comprometido a turnarse en el poder, pero
llegado el momento, Eteocles no cumple el compromiso y Polinices desea hacerlo
y llega a Tebas con un ejército de foráneos.
Creonte se proclama rey a la muerte de los legítimos herederos de
Edipo, su hermano y expulsa a los invasores. Dirige un elocuente discurso a los
tebanos, cuyo valor ha salvado la democracia y la libertad del yugo extranjero
que suponía el traidor Polinices, para cuyo cadáver ordena que se deje expuesto
a los elementos y las fieras, mientras a Eteocles se le organizan pomposas
honras fúnebres. De la celebración de la victoria la Compañía Ferroviaria hace
una brillante exhibición coreográfica de músicas y danzas, en su mayoría conocidas
pero con un matiz propio.
A partir de aquí se desarrolla la línea argumental esencial, que rige
la obra. Antígona, la fiel y heroica hija de Edipo que le acompaña cuando se
deja sin vista, abandona el poder y vagabundea, se siente en deber de dar sepultura
a su hermano. Surge el dilema entre obedecer al poder del estado o a la ley
natural. Gobernante y ciudadano eligen un camino divergente, que, lejos de
confluir en un entendimiento se separan en un proceso gradualmente acelerado.
El justo Creonte, complacido salvador de la patria, no puede entender
que su sobrina esté convencida y orgullosa de ha actuado rectamente enterrando
a su hermano. Humilla al mensajero que se lo comunica. Trata de hacer burla de
su hijo Hemón, que está enamorado de Antígona y reclama de él el gesto
clemente; pero el joven afirma tajante que prefiere estar atado con las cadenas
del amor a con la esclavitud a su padre.
Antígona sabe que ha sido condenada a morir en una cueva encadenada y
rechaza generosamente la solidaridad de su hermana Ismene, no tan segura.
Aparece Tiresias, el adivino ciego, el amonestador incómodo, que le
viene a decir lo que no quiere oír ni saber. Pese a humillaciones y amenazas el
adivino es fiel a su cometido, le insiste a Creonte en que es más ciego él
porque no ve o no quiere ver lo que ocurre en la ciudad: indignación y
malestar. Están hartos de guerras y violencia; los soldados que han ido contra
Argo están deseando volver a casa, no quieren más guerras de ambición y
venganza. Los restos del joven Polinices, despedazados por perros y buitres,
claman a los dioses.
Antígona no merece ser condenada por cumplir un deber sagrado.
En esta versión se aprecia la rabia de Creonte pero no su
arrepentimiento. Se ve a la protagonista ahorcándose y a Hemón suicidándose a
su lado.
En la de Sófocles, que se representó por primera vez en el 442 a.C,
Creonte recapacita pero tarde. Cuando llega a palacio con el cadáver de Hemón
encuentra el de Euridice, que no quiso sobrevivir a su hijo.
Según se iba desarrollando la obra uno iba teniendo la sensación de
que resultaba muy actual, más allá de lo que por su universalidad y gran
calidad pudiera resultar. Nos lo dice la compañía: “Nuestra versión libre, se inspira en los textos de Sófocles, Brecht,
Anouilh, George Steiner, Marguerite Yourcenar, Griselda Gambaro, Betsabé
García, Bashar al Assad, Asociación memoria histórica de Paterna y Javier Ruano”.
Si bien hay muchos detalles y escenas significativas, especialmente
las de Hemón y Tiresias con Creonte, la esencia del hilo argumental evoluciona
sobre el eje de dos personajes: Antígona y Creonte, el pueblo y el gobernante.
Se utiliza la democracia. Difícilmente encontramos a un gobernante que
no se considere o autodenomine demócrata. Aquí la evolución es muy rápida, como
corresponde a una pieza de hora y media de duración. En su primera intervención
no cabe dudar que Creonte es un gobernante demócrata, plenamente identificado
con los tebanos. El cambio fue rápido, pero ocurrió en la obra y ocurre ahora,
dentro y fuera de nuestro país.
Puede llegar a producirse en un país de indudable estabilidad política
y democrática donde se llega al poder a través de un proceso electoral
trasparente. La persona, puede ser también un grupo, que ha llegado así a
gobernar, depositario del poder popular por un limitado plazo de tiempo, al
ejercerlo, empieza a abandonar la idea de que lo debe a los electores y
ejercerlo en función del bien e interés general de los ciudadanos y pasa a
pensar que es suyo y a identificar el bien e interés general con el suyo. Llega
a sentirse dueño no solo de los votos sino del pensamiento y voluntad de
quienes le han votado, e incluso del resto.
Son el Estado o la Comunidad Autónoma. Cualquier advertencia o crítica
es un ataque a esa institución. Se siente atacado y se vuelve a la defensiva,
aunque sea de un allegado, Creonte y su hijo. La respuesta del gobernante es la
descalificación, cuando no la amenaza, la presión, la turbia maniobra, tanto si
la crítica procede de un grupo social como de un órgano informativo, Creonte y
Tiresias.
Algún gobernante le da un pase a la democracia para prolongar su
mandato o ampliar su cuota poder. Siempre es muy preocupante, aunque haya sido
avalado por un referéndum. Si el país es modesto, la preocupación de las
posibles consecuencias es solo para sus ciudadanos; si el país es poderoso, lo
es para todos.
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