El Parque Minero de la Unión, por Paco Acosta
Esta ha sido nuestra primera excursión
del año 2018. Y nosotros, que partimos de Mazarrón, Isla Plana y La Azohía, una
zona en la que la minería está presente desde las raíces de la historia y aún
permanece en nuestro paisaje, hemos tenido que acercarnos a La Unión y al Llano
del Beal, para al penetrar en las galerías de una mina, hacernos una idea de lo
que representó la minería para los habitantes de esta región.
Soy consciente que lo que vimos en
La Unión ha sido montado como un “parque temático” para que aprovechando las
infraestructuras que quedaron de las antiguas minas, se pueda dinamizar esa
zona al amparo del turismo que nos envuelve. Y eso está bien. Creo que en este
sentido el Parque Minero cubre su misión. Es importante y necesario dar a
conocer a lugareños y forasteros, jóvenes y niños, lo que representó, desde
tiempos muy remotos, la extracción del mineral como base de la prosperidad de
la Sierra Minera. Con sus luces y con sus sombras.
Luces fueron el desarrollo en
cuanto a crecimiento de la población, la evolución de las técnicas de laboreo,
las industrias adyacentes (lavaderos, fundiciones, maquinaria…), el comercio,
el transporte por tierra y por mar…
Pero todo esto acabó en época
relativamente próxima, y hoy día lo que queda en el paisaje, y en la percepción
de los que nos visitan, son casi exclusivamente las sombras: las terreras sin
vegetación, los restos de los depósitos de estériles, algún que otro vestigio
derruido de lo que fueron las edificaciones próximas a los pozos de las minas, la
colmatación de la bahía de Portman -el Portus Magnum de los romanos que
permitió la salida de minerales por el mediterráneo- y esa contaminación por
metales pesados de acuíferos, tierras y mar de la que tanto se habla en la
sociedad actual.
No obstante, el recorrido
turístico que se nos ofrece por las galerías y niveles de la Agrupa Vicenta, no
solo nos ilustra sobre en qué consistía y cómo se efectuaba la extracción del
mineral, sino que nos remueve en lo más hondo de nuestros sentidos y
sentimientos, al hacernos conscientes de las duras condiciones de trabajo de los
esforzados mineros, de la carencia de los mínimos sistemas de protección y
seguridad -sin casco, sin gafas protectoras, casi desnudos o descalzos-, del
trabajo de los niños para acceder a las más estrechas oquedades de las vetas, la
silicosis y el miedo a no poder seguir ganándose el jornal con los “pulmones de
piedra”, la insalubridad del interior de los pozos con un ambiente polvoriento,
húmedo y caluroso, la oscuridad casi total, el constante peligro del grisú, los
barrenos y las explosiones fallidas, los accidentes…
Hablar de minas y minería
subterránea y no sacar a colación los accidentes de los mineros, parece algo
impensable. Sin embargo, los guías que nos acompañaron en el recorrido por el
interior, a mi juicio hábil y acertadamente, no mencionaron el tema. No era
necesario. Se percibe en el ambiente nada más dar los primeros pasos por la
estrecha galería de entrada. Y eso que éramos conscientes de entrar en un
espacio previamente preparado…
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