NUESTRAS LECTURAS: CORAZÓN DE ULISES, por Andrés Pérez García.
No se trata sólo de un libro de viaje; es más, se mete en las
consideraciones del mundo griego, de cómo se formó el espíritu griego, cómo se
crearon sus valores, las influencias de los dioses en ese pueblo tan
fantástico, cómo es la cultura griega, que tanta importancia ha tenido, tiene,
en el mundo entero; pero, especialmente, incide con toda su grandeza en el
pensamiento mediterráneo, sobre todo en la parte europea que baña ese mar.
Empieza el libro contando uno de esos instantes que él guarda en su
memoria: nunca se le olvidará ese atardecer en el espigón del puerto de
Garrucha, sentado con sus hijos en el momento que el sol había desaparecido y
venía la luna, con cara de gato rojo, a
llenar la bocana del puerto, con esa luz
mágica y menguante, que hace que el ambiente esté preñado de un halo
misterioso y que tu espíritu se eleve a
un estado de paz, de belleza y de éxtasis.
Él lo dice al comienzo de su obra que está allí siguiendo las huellas
de la cultura griega. Y sigue narrando los héroes griegos, citando a Homero con
consideraciones sobre Ulises y su viaje de regreso a Ítaca. también destaca a
Alejandro Magno en su afán de ir cada vez más lejos conquistando nuevas
tierras.
Menciona su periplo por El Peloponeso, las aguas del Egeo, la costa
oriental de Turquía y las orillas del Mar Negro, norte de Grecia, Atenas,
Corinto, Ítaca. Para llegar al final a Alejandría.
Dice que ha sido un viaje literario acompañado de las historias griegas
antiguas cantadas por Homero, en su Odisea, y los versos de los trágicos y de
Safo. Nos cita al romántico Lord Byron que luchó y murió por la cultura de ese
fantástico país.
El viaje tiene algo de eternidad, buscando incansable el tiempo
detenido. Cita a don Quijote: “¿Acaso es
tiempo mal gastado el que se emplea en vagar por el mundo?”.
Nos describe Ítaca, una isla pequeña en el mar Jónico, pobre, muy
montañosa, con pequeños valles dedicados al cultivo; su población es pequeña,
unas tres mil personas pero con amor profundo a su isla. “Ítaca es pobre”, decía Ulises, “y
aun así no encuentro nada tan dulce como mi patria”. Y empieza a hacer
consideraciones sobre si la belleza de la Isla justifica el deseo tan intenso
de Ulises de regresar a su patria, llegando a esa conclusión, por lo menos
llego yo, cuando el alma está impregnada del aroma de los jazmines, de las
cristalinas aguas de su mar, del azul de su cielo… del saber de sus gentes.
Al mismo tiempo nos proporciona la visión del hombre griego actual,
que recita de memoria, en griego clásico, la Odisea y también que el poeta
preferido es Cavafis.
Los cantos de Homero, las máximas fragmentadas de Heráclito, la poesía
de Safo, el verbo encendido de Esquilo, los versos eligíasicos de Píndaro y las
sentencias de Platón y de Aristóteles han viajado incólume por los caminos del
espíritu. La literatura, la filosofía y la ciencia fueron para los griegos un
vínculo especial que determinó su forma de ser y su manera de vivir y de
organizarse, en rebelión permanente contra la incomprensión. Yo diría que esos
aspectos han sido fundamentales también para nosotros, pues los romanos lo
adaptaron y nos lo enseñaron.
¿Morir, soñar?, decía Hamlet, nacer diría yo en la tranquilidad de esa
tierra tranquila, blanca y azul, donde la vida se detiene. Y lo piensa allí en
el golfo de Calamina rumbo a Nauplia y visitando las islas de Poros, Inhra y
Spétsai.
La civilización griega comienza en las llanuras y en las costas de
Argos y en la isla de Creta, entre los años 2.700 y 1.450 antes de Cristo, con
las emigraciones del norte. Aqueos es el primer pueblo que llega a Tesalia y se
instala en el Peloponeso y su rey Atreo funda Micenas, cuna de la fuerza y
esplendor de Grecia, es la primera potencia marítima siendo Agamenón y Orestes
sus últimos héroes, pero en aquel tiempo florece Esparta, cuyo rey Menelao era
esposo de Helena, que, con su huida con Paris provoca la guerra de Troya. Pero
los aqueos no eran solamente guerreros sino virtuosos visionarios que supieron
ver el mundo de forma especial y de diseñar los valores del hombre, aspectos
que han influido grandemente hasta nosotros.
En los tiempos de Pericles volvió a surgir el espíritu aqueo en el
alma jonia que llevó a Atenas a su máximo esplendor en la política, en el pensamiento
y en las artes.
Werner Jaeger en su magnífico estudio sobre el espíritu griego
establece en el concepto areté el
nacimiento de la aristocracia con todas las virtudes, excepto la religiosa; es
decir, todo caballero tenía que tener heroísmo, comportamiento cortesano,
fuerza y vigor físico, educación, retórica… Así la areté de Aquiles se cifra en el heroísmo en el combate; la de
Ulises en la capacidad para engañar. Aclara que los conceptos morales de los
griegos no se parecían en nada con los nuestros, que sus dioses no eran buenos
y justos como lo es el dios cristiano, sino infinitamente malignos e
infinitamente caprichosos. En los aqueos el culto al valor y al heroísmo estaba
por encima de cualquier otro valor. Era el deber lo que debía regir su conducta.
Todo ello trajo que el ideal aqueo fuese únicamente la gloria y la fama,
alumbrando un ideal propiamente estético. Había que ser bello para ser noble.
Esta idea fue transmitida por Homero primero y por Platón y Aristóteles
después, recogida por Alejandro Magno y llegando hasta nuestros días: “¡Más vale morir de pie que vivir de rodillas!”
gritaba la Pasionaria en el Madrid cercado por el fascismo. “Un hombre puede ser destruido, pero nunca
derrotado”, escribía Hemingway. Don Quijote ambicionaba lograr la fama
máxima en la más grande de las batallas.
Si Homero educó a Grecia y Grecia al mundo, no es descabellado pensar
que en todos nosotros hay algo homérico comenta Reverte. Sigue contando la
historia de Micenas, pero se va empujado por la corriente de turistas que sólo
quieren fotografías y recuerdos.
Recuerda a Shakespeare como el mejor escritor que relata la grandeza
del crimen, lo recuerda aquí, en la tierra del mayor crimen parricida que
cometió Orestes sobre su pecadora madre. Nos cuenta el peregrinaje de Orestes
huyendo de las Parcas que casi lo dejan sordo de tanto gritarle sus culpas.
Solamente tuvo paz cuando Apolo lo restauró en su trono tras determinar el
carácter justo de su venganza.
Allí en esos lugares tan pequeños ve uno la importancia de la palabra
tan magistralmente expuesta por Homero, y que hace nacer la literatura: La
fábula oral es contada por la palabra escrita. Nace así la Literatura.
Cuánto he disfrutado con esta colosal obra escrita de manera sencilla
y comprensible, que ha elevado mi alma a una emotividad muy sensible, llevando
mi espíritu a vivir, con todos sus detalles, aquellos mágicos momentos
helénicos. Deslumbrantes han sido los relatos de la batalla de Maratón y, sobre
todo, del gobierno de Pericles en Atenas y la construcción del Partenón con su
bella proporcionalidad lo mirases desde donde lo mirases.
No sé si Reverte es un gran conocedor de todo lo griego, que lo es,
pero su fácil y completa pluma sabe transmitir a nuestro ser la gran virtud
griega: la estética y la ética de las cosas y de los asuntos.
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