lunes, 3 de julio de 2017

ECO 35. ANDAR Y VER POR LA PINILLA

ANDAR Y VER POR LA PINILLA, por Andrés Pérez García

La carretera de la Pinilla comunica Mazarrón con la Pinilla atravesando la Sierra de El Garrobo; es un vial estrecho y con numerosas curvas que hacen ir a uno con mucho cuidado. Pero el viaje ha sido precioso, primero porque la bonanza del tiempo, en estos primeros días de marzo, te invitaba a ello, y luego porque disponía de toda la mañana para tomar el sol y estar en plena naturaleza. También he aprovechado el tiempo para coger un buen manojo de espárragos silvestres, que, en honor a la verdad, son un plato exquisito, ya sean hechos en salsa, tortilla, a la plancha, crudos o incorporándolos a un arroz de verduras.

Los vehículos que circulan por esta estrecha carretera lo hacen con demasiada velocidad, creyendo, posiblemente, que el tráfico es casi nulo, pero se ven bastantes coches y hay que tener cuidado no te vayan a sacar del asfalto.

El paisaje es ameno, dentro de lo que tenemos en Mazarrón, con una vegetación escasa y pobre, pero notándose, tras las últimas lluvias, esparragueras con los espárragos ya duros, aunque permitiendo aún hacerse de unos cuantos comestibles, bolagas, jaras, malvas, romeros, tomillos, baladres, alcibaras ,etc. todos verdes y algunos con flores. Abundan también algarrobos, olivos y almendros, algunos de reciente plantación. En general, el suelo de labor está cuidado, limpio de hierba y labrado, aunque hay que lamentar la presencia de muchos pinos secos: unos, por falta de agua; pero otros, por no haber curado la procesionaria ni el barrenillo.

Nada más iniciar el viaje diviso una plantación de olivos arbequinos que dan el aceite más fino y aromático del mercado. Veo que un trabajador está echándoles una especie de betún a parte del tronco de algunos árboles. Le pregunto por la finalidad del untamiento; y me dice que es para evitar las consecuencias de la poda mecánica: se lisian muchos troncos y con esta aplicación consigue que cicatricen bien y rápido las heridas.

Los árboles arbequinos están plantados en forma de setos, pero con los troncos limpios a la altura de un metro de la tierra y con calles a cada lado. La recolección se hace también mecánica: una gran plataforma, como si fuese un enorme tractor, pasa por encima de los olivos y recoge los frutos que almacena en una tolva incorporada. Una vez llena, la descarga en un camión de gran tonelaje con carrocería en forma de bañera previamente estacionado cerca de allí. De esta forma, la aceituna se recolecta en no más de dos o tres horas, sin sufrir deterioro del tiempo.

Es un proceso parecido al que se hace con las uvas para el vino. Junto a esta plantación existe otra de nectarinos, fruta de gran aceptación en el mercado interior y en la exportación por su calidad y aparición temprana. Da gusto ver su floración con esas tonalidades tan bellas. Mi idea era desviarme en los Parajes de los Condes y regresar por El Saladillo, por el camino de Agüera, dentro del barranco o depresión del mismo nombre, que encierra unos paisajes interesantes, “acompañado”, además, de unas agradables notas de silencio y soledad. No ha podido ser: ese camino y casi todos los que hay en esa carretera hacia el interior, tienen instaladas cadenas impidiendo el paso y carteles anunciando su condición de particular, es decir, privados. Soy partidario de amparar a los dueños de las casas y de los terrenos aledaños, pero igualmente soy defensor de las vías públicas.

Quiero destacar la construcción, en fase ya de terminación, de una moderna y lujosa mansión, en medio de los montes y a unos 500 metros de la carretera, aislada de todo signo de vida y que choca con los restos de antiguas viviendas, casi todas en ruinas, necesitadas de rehabilitación la mayoría, todas sin habitar. Desconozco la gente que se va a instalar en tan especial y peculiar lugar.


Cierro mi periplo en la visita a las antiguas canteras de yeso, abandonadas, solamente con señales del arranque de las piedras de yeso y el resto de un horno de quema del mineral. Estas canteras tuvieron su importancia en la mitad del pasado siglo, pues no sólo cubrían las necesidades de la comarca sino que también se exportaban piedras, sobre todo a Argelia y a Portugal. Se acarreaban en carros tirados por mulas hasta los camiones que las llevaban a la explanada del Puerto y desde allí en barcazas a los vapores anclados mar adentro.

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