lunes, 3 de julio de 2017

ECO 35. PHICARIA VI

PHICARIA VI, por A.F.García

Empezaba a las 5 de la tarde en el salón de la antigua Universidad Popular de Mazarrón.


A la entrada, a la vez que el programa y un extracto de algunas ponencias, recibimos un libro con las actas de PHICARIA V.

En el acto de presentación intervinieron José María Ballesta, Director de la U.P.M., Sebastián Ramallo, arqueólogo y organizador, Pedro Miralles Martínez, vicerrector de la Universidad de Murcia y el Concejal de Cultura del Municipio, que excusa, por imposibilidad física, la presencia de la Alcaldesa, en cuya representación venía.


El hombre empezó muy pronto a desplazarse por el agua y no debió ser muy diferente de unas zonas del planeta a otra. En el gran museo de Rovaniemi (Laponia finesa), se podían apreciar formas artesanas de navegar muy similares a las que confeccionaban los primitivos pobladores de la Península, ni siquiera de nuestros mayores no hace aún un siglo. Partiendo del tronco, la balsa, el tronco labrado, las maderas trabadas o entretejidas. Nuestros conferenciantes nos hacían ver que ríos, como el Nilo, y mares de islas cercanas y pobladas, como el Egeo, podrían dar lugar a la navegación muy pronto.

Se puede suponer que los minoicos disponían de una gran flota mercante, su medio de vida; que los egipcios se movían por el Nilo con barcazas de hasta 40m. de eslora.

Parece que en un principio las embarcaciones se hacían a partir de un casco de maderas cosidas al que se añadía un esqueleto interior que sustentaría el mástil y el timón. Serían los fenicios primero, II milenio a.d.C, después los griegos (feacios, cretenses) los primeros en hacer embarcaciones de maderas ensambladas, empezando por la quilla o esqueleto de la nave y completando con el casco. Con ellas se atrevieron a cruzar el Mediterráneo unos y otros y llegar a la Península Ibérica y Tartessos.

Esta primera conferencia, la inaugural, la impartió Pere Izquierdo y Tugas, de la U. Autónoma de Barcelona, con el título “Factores naturales y navegación” Tiene en su haber experimental la travesía a vela Cádiz-Nueva York en 15 días.

La segunda fue de Stephano Medas de la Universidad de Bolonia.

Este vino a exponer los riesgos de la navegación en el Mediterráneo, de lo que hay bastante literatura. Él toma solo citas de dos documentos. La Odisea nos muestra el peligro de las sirtes donde podría quedar varado y el huracán del Nordeste, euroaquilón, que desviaba las naves de su rumbo y Homero mitificaba.

La navegación era segura de mayo a septiembre y vedada de noviembre a febrero. Los meses intermedios se tenían por peligrosos para la navegación. Las grandes naves romanas cargadas de trigo en Alejandría, las adramitanas, se dirigían hacia el Norte para aprovechar el viento de levante que le empujara hacia occidente.

Una de estas naves recoge a Pablo y otros presos en Cesarea (de Palestina). Este, ante el gobernador romano, hace valer su derecho de ciudadano romano para apelar al César, sabedor de que los judíos planeaban acabar con él. Hacen escala en Sidón y desde allí se dirigen hacia el Norte y navegan bordeando las costas de Anatolia, actual Turquía, al amparo de la isla de Chipre, pues los vientos eran contrarios, y arribaron a Mira de Cilicia. Allí Julio, el centurión responsable de Pablo, le hace subir a otra nave alejandrina que zarpaba para Italia. Navegaban con gran dificultad y lentitud y después de muchos días solo llegaban a la altura de Gnido. La velocidad media normal era de unos 4,5 nudos. Como el viento les impedía llegar a puerto y siguieron navegando al amparo de la isla de Creta y llegaron con dificultad a un lugar llamado Buenos Puertos.

Pablo advierte del peligro que supone seguir navegando, pues había pasado el equinoccio de otoño, es decir, estaban en octubre; pero el centurión prestó más oído al piloto y al patrón y decidieron hacerse de nuevo a la mar con el deseo de invernar en Fénica, ciudad al suroeste de esta isla. Soplaba un suave viento sur y el plan no parecía difícil. Sin embargo, no tardó en levantarse un viento huracanado que les hizo perder el control e ir a la deriva.

Bordeando a sotavento la isleta de Cauda consiguieron, con gran esfuerzo, recuperar el bote y amarrarlo con cables. Después soltaron el ancla flotante; con ello, pretendían disminuir la deriva de la nave y no embarrancar en una sirte. Aligeraron la nave de sus aparejos e incluso de la carga de cereal. Durante muchos días no aparecieron ni sol ni estrellas por lo que resultaba imposible orientarse y las esperanzas de sobrevivir desaparecían.

Pablo interviene para recordarles que debieron quedarse a invernar en Creta y decirles que, por un ángel del Dios a quien sirve, recibió promesa de todos salvarán sus vidas, aunque pierdan lo demás. Una noche, décimo cuarto día a la deriva, los marineros avisaron de que se aproximaban a tierra, lo que comprueban con sondas y echaron las anclas de popa, esperando a que amaneciera. Estos intentan huir de la nave en el bote; pero Pablo advierte al centurión y los soldados que si se van no se podrán salvar los demás.


Además, anima a todos a comer algo y reponer fuerzas, pues llevan catorce días sin comer. Siendo día, los marineros solo vieron una ensenada con su playa, soltaron anclas y timón para lanzar la nave contra la playa; pero encalló de proa frente a un obstáculo, lejos de la playa y empezó a deshacerse por la popa. El centurión permitió saltar a los que sabían nadar y que el resto usara las maderas de la nave. De este modo, se salvaron los 276 ocupantes.






No hay comentarios:

Publicar un comentario

Se ruega NO COMENTAR COMO "ANÓNIMO"