PHICARIA VI, por A.F.García
Empezaba a las 5 de la tarde en el salón de
la antigua Universidad Popular de Mazarrón.
A la entrada, a la vez que el programa y un
extracto de algunas ponencias, recibimos un libro con las actas de PHICARIA V.
En el acto de presentación intervinieron José
María Ballesta, Director de la U.P.M., Sebastián Ramallo, arqueólogo y
organizador, Pedro Miralles Martínez, vicerrector de la Universidad de Murcia y
el Concejal de Cultura del Municipio, que excusa, por imposibilidad física, la
presencia de la Alcaldesa, en cuya representación venía.
El hombre empezó muy pronto a desplazarse por
el agua y no debió ser muy diferente de unas zonas del planeta a otra. En el
gran museo de Rovaniemi (Laponia finesa), se podían apreciar formas artesanas
de navegar muy similares a las que confeccionaban los primitivos pobladores de
la Península, ni siquiera de nuestros mayores no hace aún un siglo. Partiendo
del tronco, la balsa, el tronco labrado, las maderas trabadas o entretejidas.
Nuestros conferenciantes nos hacían ver que ríos, como el Nilo, y mares de
islas cercanas y pobladas, como el Egeo, podrían dar lugar a la navegación muy
pronto.
Se puede suponer que los minoicos disponían
de una gran flota mercante, su medio de vida; que los egipcios se movían por el
Nilo con barcazas de hasta 40m. de eslora.
Parece que en un principio las embarcaciones
se hacían a partir de un casco de maderas cosidas al que se añadía un esqueleto
interior que sustentaría el mástil y el timón. Serían los fenicios primero, II
milenio a.d.C, después los griegos (feacios, cretenses) los primeros en hacer
embarcaciones de maderas ensambladas, empezando por la quilla o esqueleto de la
nave y completando con el casco. Con ellas se atrevieron a cruzar el
Mediterráneo unos y otros y llegar a la Península Ibérica y Tartessos.
Esta primera
conferencia, la inaugural, la impartió Pere Izquierdo y Tugas, de la U.
Autónoma de Barcelona, con el título “Factores naturales y navegación” Tiene en
su haber experimental la travesía a vela Cádiz-Nueva York en 15 días.
La segunda fue de Stephano Medas de la
Universidad de Bolonia.
Este vino a exponer los riesgos de la
navegación en el Mediterráneo, de lo que hay bastante literatura. Él toma solo
citas de dos documentos. La Odisea nos muestra el peligro de las sirtes donde
podría quedar varado y el huracán del Nordeste, euroaquilón, que desviaba las
naves de su rumbo y Homero mitificaba.
La navegación era segura de mayo a septiembre
y vedada de noviembre a febrero. Los meses intermedios se tenían por peligrosos
para la navegación. Las grandes naves romanas cargadas de trigo en Alejandría,
las adramitanas, se dirigían hacia el Norte para aprovechar el viento de
levante que le empujara hacia occidente.
Una de estas naves recoge a Pablo y otros
presos en Cesarea (de Palestina). Este, ante el gobernador romano, hace valer
su derecho de ciudadano romano para apelar al César, sabedor de que los judíos
planeaban acabar con él. Hacen escala en Sidón y desde allí se dirigen hacia el
Norte y navegan bordeando las costas de Anatolia, actual Turquía, al amparo de
la isla de Chipre, pues los vientos eran contrarios, y arribaron a Mira de
Cilicia. Allí Julio, el centurión responsable de Pablo, le hace subir a otra
nave alejandrina que zarpaba para Italia. Navegaban con gran dificultad y
lentitud y después de muchos días solo llegaban a la altura de Gnido. La
velocidad media normal era de unos 4,5 nudos. Como el viento les impedía llegar
a puerto y siguieron navegando al amparo de la isla de Creta y llegaron con
dificultad a un lugar llamado Buenos Puertos.
Pablo advierte del peligro que supone seguir
navegando, pues había pasado el equinoccio de otoño, es decir, estaban en
octubre; pero el centurión prestó más oído al piloto y al patrón y decidieron
hacerse de nuevo a la mar con el deseo de invernar en Fénica, ciudad al
suroeste de esta isla. Soplaba un suave viento sur y el plan no parecía
difícil. Sin embargo, no tardó en levantarse un viento huracanado que les hizo
perder el control e ir a la deriva.
Bordeando a sotavento la isleta de Cauda
consiguieron, con gran esfuerzo, recuperar el bote y amarrarlo con cables.
Después soltaron el ancla flotante; con ello, pretendían disminuir la deriva de
la nave y no embarrancar en una sirte. Aligeraron la nave de sus aparejos e
incluso de la carga de cereal. Durante muchos días no aparecieron ni sol ni
estrellas por lo que resultaba imposible orientarse y las esperanzas de
sobrevivir desaparecían.
Pablo interviene para recordarles que
debieron quedarse a invernar en Creta y decirles que, por un ángel del Dios a
quien sirve, recibió promesa de todos salvarán sus vidas, aunque pierdan lo
demás. Una noche, décimo cuarto día a la deriva, los marineros avisaron de que
se aproximaban a tierra, lo que comprueban con sondas y echaron las anclas de
popa, esperando a que amaneciera. Estos intentan huir de la nave en el bote;
pero Pablo advierte al centurión y los soldados que si se van no se podrán
salvar los demás.
Además, anima a todos
a comer algo y reponer fuerzas, pues llevan catorce días sin comer. Siendo día,
los marineros solo vieron una ensenada con su playa, soltaron anclas y timón
para lanzar la nave contra la playa; pero encalló de proa frente a un
obstáculo, lejos de la playa y empezó a deshacerse por la popa. El centurión
permitió saltar a los que sabían nadar y que el resto usara las maderas de la
nave. De este modo, se salvaron los 276 ocupantes.
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