domingo, 2 de abril de 2023

ECO.71 NUESTRAS LECTURAS: "EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA"

Nuestras Lecturas: "El Amor en los tiempos del cólera", por Andrés Pérez García

 


No ha mucho tiempo que leímos en el Club de Lectura “El amor en tiempos del cólera”, magnífica y grata novela del consagrado premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez. A todos nos encantó la forma maestra como narra las cosas de su tierra el insigne escritor. Ha sido una satisfacción gratísima la que nos ha deparado su escritura. Lo hace contando las realidades de las cosas de forma maravillosa. Escribe un cuento para hablarnos de la luz tan intensa, del color tan vivo y tan diverso, de las plantas tan exóticas y de la extensa y variada vegetación colombiana, de los animales con sus plumajes tan bellos y de sus susurros, de sus graznidos y de sus hermosos trinos; también nos relata, como si fuese nuestra abuela contándonos en nuestra infancia algún hecho sobresaliente del pasado: allí aparece el médico, que además de tener su consulta, va a visitar a los enfermos a sus casas; allí aparecen los distintos barrios de la ciudad: el barrio de los negros, el barrio de los pobres y el barrio residencial, amén de describir el barro y la suciedad que cubrían las calles de la ciudad y, sobre todo, la miseria general de la población, con la excepción de unas pocas personas muy adineradas que vivían opulentamente en sus cómodas y grandes viviendas alejadas del barrizal y del caos.

Se podría decir, sigue contando, que es la misma situación que en los tiempos coloniales, disfrutando los pudientes con representaciones teatrales, y algunas películas cinematográficas, recitales poéticos y conferencias y reuniones de diversos calados. Todo gira alrededor del río Magdalena, que es la puerta de entrada y salida de la ciudad, todo se hace a través del río, incluso sirve de cloaca a las inmundicias de la población ya tan saturada de detritus y de basura infestada que es vertedero de infecciones, sobre todo del cólera.

Dice que el centro de la vida es el Magdalena que le da la vida (a Cartagena…) al ser el único medio para comunicarse con el exterior. La Compañía de Navegación, cuyo representante o jefe es el protagonista de la novela; Florentino Ariza, es el dueño de los barcos que trafican por esta ruta.

Se podría estimado lector, seguir, como si fuese el cuento de “Las Mil y una Noches”, con la exposición de ilusionantes pasajes tan abundantes en la obra; pero quiero circunscribir la tarea a mi propósito inicial, cual es el hablar del tema principal de la novela: el amor.

El amor en tiempos del cólera” titula el magistral García Márquez su colosal y amena composición literaria. Efectivamente, el amor es el tema principal de la novela y le sirve para contarnos los amores de Fermina y Florentino, que tienen que esperar más de cincuenta años para consumir o apagar el ardor de sus pasiones y que le sirve, entre otras muchas cosas, para contarnos la vida de Fermina y Florentino, enamorados en el comienzo de sus vidas adolescentes, pero que viven durante cincuenta años alejados el uno del otro y sin amor por parte de Fermina, no de Florentino que siempre mantiene intacto ese amor platónico y sigue adorando a su amada, viviendo para ella y por ella. Lo hace en silencio, pero con un deseo, una constancia y una vehemencia verdaderamente hermosa y enternecedora. Es una obra excelente.

Y nos va explicando cómo el amor romántico puede subsistir largo, muy largo tiempo sin usar. Esa es la belleza del amor. Pero es que además nos expresa que el amor es del viejo y del joven, tiene pasiones, esperanzas, alegrías, risas, felicidad; tiene también contratiempos, menosprecios, renuncias, olvidos y recelos. En fin, es un enamoramiento y a veces un desamor.

Cincuenta años después reencuentran de nuevo la pasión y el amor. Muere el doctor Juvenal, marido de Fermina, y Florentino comienza a visitar la casa de su amada: poco a poco va introduciéndose en su corazón y en su alma: recuerdan sus primeros tiempos: aquellos años de romanticismo juvenil y ocurre lo que tiene que ocurrir: los dos se rinden ante la evidencia de la realidad, Florentino está entero en su delirio amoroso y Fermina cae ante esa maravillosa explosión de amor/ pasión que le insufla su amado.

El amor en los tiempos del cólera” además de una novela de amor, aunque no lo manifieste de manera directa García Márquez, es la explosión narrativa de todo lo que tiene que ver con el Caribe, con todo su entorno maravilloso: luz, color, flores y vegetación, los pájaros exóticos y los animales especiales. Es también una descripción de la vida de los colombianos en el contexto histórico y social de los tiempos casi recientes de la independencia, deteniéndose de forma muy brillante en la descripción del alma de los principales personajes, pero como si fuera un folletín introduce las peripecias, el ingenio y la vida de un gran enamorador. Y es por ello, por lo que quiero rendirle un pequeño homenaje a esta ilustre figura amatoria, que llegó a ser superior al gran Casanova. Lo hago, sabiendo que no estoy a la altura requerida, pidiendo perdón por mi atrevimiento, pero considerando que yo, humilde aprendiz de Cupido, estoy en la obligación de descifrar y narrar los entresijos que la diosa Afrodita introduce en los genes de nuestro admirado personaje.

Florentino Ariza, prototipo por excelencia del hombre enamorado/enamorador es el principal personaje de “El amor en los tiempos del cólera”, repito, magnífica y encantadora novela de García Márquez. Y lo es porque todo él está lleno de amor, su vida es amor, y todo su tiempo lo dedica a la práctica de tan sublime arte, siguiendo eso sí las enseñanzas del dios Eros: atracción del sexo y del amor.

Poseía dotes y recursos propios y pertinentes del amante, que empleados en el momento oportuno hacía caer de amor y temblar de pasión a la mujer elegida.

Y aunque empezó con mal pie, bueno no con tan mala suerte, pues a pesar de su insignificante presencia como galán: su físico esmirriado, su vestimenta fea y desgarbada y su verbo no tan excelente para el encantamiento amoroso cultivó numerosos y sonados éxitos. No tenía las cualidades del Casanova ni en lo físico ni en las maneras, pero poseía ingenio o dones especiales que la diosa Afrodita había depositado en su ser: argucia y un verbo delicado y candoroso para entrar en los secretos íntimos del amor; conocía las debilidades de las mujeres y hurgaba con suma maestría en sus recónditos secretos: una palabra o una caricia en el momento oportuno vencía la resistencia más fuerte de la mujer elegida y la llenaba de pasión, haciendo que todo su ser se iluminase de amor y su cuerpo se agitase de placer, ardiera de deseo y su cuerpo temblara, como su alma, de incontenible embriaguez erótica.

Era hijo de madre sabida y de padre medio conocido, cosa muy natural en aquellos tiempos en la gran Colombia. Su infancia fue algo desdichada pues su padre no le prestaba atención, la madre tenía que hacer las veces de los dos y sus recursos económicos eran precarios.

El primer contacto con una mujer fue a la fuerza y no llegó a ver la cara de la conquistadora. Era su época de mayor melancolía: “lo sentía en su propio pellejo escaldado de amante en el olvido”; su madre lo había embarcado hacía un destino lejano, con la esperanza de que recobrara su cordura y olvidara a su idolatrada Fermina, que acababa de salir hacia Europa en “viaje de novios”. Pero el amor, queridos amigos, además de tramposo es quimérico e impulsivo y en este caso también forzado.

Una noche fue secuestrado por unas fuertes manos femeninas que lo agarraron por la manga de la camisa y lo encerraron en su camarote. Apenas si alcanzó a sentir el cuerpo sin edad de una mujer desnuda, que lo puso boca arriba y acaballándose encima lo despojó de su virginidad. Así este paladín del amor descubrió que su ilusión por Fermina podía ser compartida con una pasión terrenal.

Las revueltas militares eran muy frecuentes en la Colombia de aquellos tiempos de afianzamiento como nación independiente. Los cañones del general sublevado Ricardo Gaitán Obeso destrozaron la casa de la viuda de Nazaret, que aterrada se refugió en casa de Tránsito Ariza, madre de Florentino, que rápidamente la alojó en la habitación de su desgraciado hijo para que esta terminara con su congoja de amor. Solamente diré que esta sentimental viudita se quitó el luto de golpe –no quiero describir el rápido desalojo de tan copiosa y caprichosa lencería- y solía decirle a nuestro personaje: “te adoro porque me volviste puta”.

Ausencia Santander tenía casi cincuenta años y se le notaba, pero también tenía un instinto personal para el amor que no había teorías artesanales ni científicas capaces de entorpecerlo. Cuando Florentino la conoció, ya viuda, era amante de un capitán de buque mercante que más que amarla pasaba el tiempo del amor bebiendo aguardiente y atragantándose de la mucha ingesta que hacía, pero eso sí agasajándola en demasía con valiosísimos objetos de arte: muebles preciosos, alfombras indias estatuas, globelinos, chucherías innumerables de piedras preciosas y metales, además de otros muchos regalos.

Florentino aprovechaba los viajes del marino para visitar a Ausencia; no había peligro de ser descubierto, ya que éste tocaba la sirena del barco dos veces para anunciar su llegada a puerto.

Pero un día, sabed, queridos amigos, que el amor es locura: ocurrió un inesperado y trágico suceso. Resultó que aquella noche se amaron eternamente, durante un tiempo largo y silencioso. “Todavía con el sol alto ella saltó de la cama, desnuda hasta la eternidad con el lazo de organza en la cabeza y fue a buscar algo para beber”. Pero no alcanzó a dar un paso cuando lanzó un grito de espanto: habían vaciado la casa de todos los objetos, se lo habían llevado por la terraza del mar mientras ellos yacían de placer. Solo dejaron las lámparas colgadas del techo.

Conoció a Susana Noriega en unos juegos Florales. Los dos esperaban el premio, Florentino porque la encargada de entregar la Orquídea de Oro era su amada Fermina y esperaba, con verdadero delirio, que se lo entregase y recordara trémula de emoción el idilio amoroso que tuvieron en la juventud; Susana, por el contrario, lo ambicionaba por considerarse merecedora dada su calidad literaria. Pero los dos se quedaron compuestos y sin premio, que fue otorgado a un chino, con un sólo mes de presencia en la ciudad o lo que es lo mismo sin un ápice de castellano.

Y los dos tuvieron que consolarse mutuamente. Para ello se refugiaron en la casa de esta Maestra de Instrucción Pública y aficionada a la poesía, de unos cuarenta años, soltera, aunque usada en infinidad de ocasiones; era gorda y parecida a una morsa, pero poseyendo la maestría y la agilidad necesaria en los momentos precisos. La mayor de las veces recitaba a gritos poesías mientras hacía el amor y también tenía, en los momentos de éxtasis que succionar un chupón de niño para alcanzar así la gloria plena.

Fueron muchas las señoras ojeadas y tratadas por Florentino de acuerdo a su apreciación visual, nunca mejor empleado este vocablo, pues nuestro admirado personaje era poseedor de un ojo certero para descubrir a cualquier dama con cualidades excelsas para estos menesteres.

He dudado si relacionar al último personaje de aventura amorosa de Florentino; es decir, si hablo de América Vicuña o silencio este episodio, pero existen tres o cuatro aspectos que merecen la pena resaltarlos. El primero es el más escabroso, dado que era una niña de catorce años, que llega a Florentino para que la tutelase en sus estudios y en su vida en la ciudad, pero este galán perfecto hasta ahora para un servidor, rompe, con su malévolo proceder pervertido, esa magnífica trayectoria de romántico encantador. Desde un principio concibe la idea de convertirla en su nueva amante, la llena de atenciones, de caprichos, de encantamientos calculados en la forma y en el tiempo, de juegos cada vez más atrevidos que desembocan finalmente en la rendición de la estudiante. “Para él fue el rincón más abrigado en la ensenada de la vejez. Después de tantos años de amores calculados el gusto desabrido de la inocencia tenía el encanto de una perversión renovadora”.

América Vicuña se enamoró ciegamente del viejito, estudiaba mucho durante la semana para no tener problemas en reunirse con él los sábados por la tarde, para que él le deshiciese la trenza que le llegaba a la cintura y se la volviese a hacer una vez finalizado el amor. Por eso no se creyó que fuese verdad cuando Florentino le dijo me voy a casar. “Es embuste-dijo- los viejitos no se casan”. Pero cuando al borde de un apretado acaloramiento, propiciado por ella, Florentino rehusó seguir con la excusa “Cuidado no tenemos cauchitos”, ya sí, vio que era verdad y entró en una pena que meses después la llevó a la muerte.

Florentino percibió el fallecimiento del Dr. Juvenal tras acabar un encuentro íntimo con América. Estaba, precisamente, rehaciéndole la trenza cuando las campanas de la catedral empezaron a doblar, casi al igual que cuando murió el obispo. Unos dobles así, comentó, son de gobernador para arriba. Nada más saber que el Dr. Juvenal había fallecido acudió de inmediato a darle el pésame a Fermina, a ofrecerse para todo cuanto fuese necesario. Al principio, Fermina fue remisa a cualquier contacto o relación con Florentino, pero éste de forma educada y exquisita extremó su cuidado y su relación para con ella que llegó a ser delicada y necesaria, sintiéndose acompañada con su presencia.

Más o menos al año de ser viuda, se percató que a este hombre, al que despreció hacía medio siglo tenía que considerarlo, pues si antes fue por ser demasiado jóvenes ahora no podía rechazarlo por ser demasiado viejos.

Así que aceptó el ofrecimiento de un viaje en barco por el rio Magdalena, barco que Florentino por su calidad de propietario de la naviera había preparado precisamente para ser el nido de amor que ambos necesitaban.

Ya en la puerta del camarote trató de despedirse con un beso, pero ella le puso la mejilla izquierda. Él insistió, ya con la respiración entrecortada, y ella le ofreció la otra mejilla con una coquetería que él no la había conocido de colegiala. Entonces insistió por segunda vez, y ella lo recibió en los labios, lo recibió con un temblor profundo que trató de sofocar con una risa olvidada desde su noche de bodas”.

Pero, es más, para que todo fuese perenne, y con la complicidad del capitán se izó la bandera amarilla de la peste. El cólera estaba presente a bordo, ni podían visitar ni ser visitados. Y dedicaron el barco a un viaje sin fin, a un ir y un venir para toda vida. El amor que todavía embargaba sus corazones sería eterno. Se alejarían al temor de la vida real.




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