La historia de Gervasio, por "Sienso"
Desde hace unos años, bastantes,
suelo pasar por esa zona frecuentemente para llegar a mi destino. Antes tenía
que bordear un edificio grande, significativo y peculiar. Su superficie, de
forma rectangular, medía varios miles de metros cuadrados, ocupaba una gran
manzana y en cada uno de sus cuatro lados tenía enfrente varios edificios de
gran tamaño. Era un gran edificio construido de forma sobria y austera pero
señorial. Se construyó en 1929 y más tarde fue considerado edificio de interés
histórico. Sí, me estoy refiriendo a la prisión provincial de Murcia.
Cumplió las funciones para las
que había sido construida hasta 1981 acogiendo presos comunes y, acabada la
inexplicable, injustificada y siempre perversa guerra civil española, fue
centro de reclusión de cientos o quizá miles de represaliados por cuestiones
políticas, algunos con motivos y la mayoría totalmente inocentes. Pero no es ni
el momento ni el tema al que me quiero referir ahora.
En 1981 dejó de ser centro de
reclusión y después de unos 20 años de abandono y en estado ruinoso, ha sido
restaurada y ha pasado a ser un edificio público, de carácter social, cultural
y recreativo.
En la actualidad ya no tengo que
bordear el antiguo edificio, lo cruzo por sus antiguos patios ahora peatonales
y ajardinados. Pero cuando lo hago, no puedo dejar de acordarme de algunos
personajes que allí sufrieron, y de algunas historias que allí tuvieron lugar.
Alrededor de mediados de los años
70 del siglo pasado, algunos compañeros y yo, mediado el mes de junio,
acabábamos apresuradamente las clases del instituto para ir trabajar, a ganar
perrillas cogiendo albaricoques. Éramos muy jóvenes, fuertes y muy ágiles.
Subíamos a las copas de unos enormes árboles como auténticas ardillas. Éramos
muy valorados como trabajadores. Solíamos ser cuadrillas de unos 10 ó 12
trabajadores de diferentes edades, características y condiciones sociales.
Parábamos a comer el bocadillo y ya entrada la mañana, el encargado
gritaba: ¡¡¡A fumar!!! Fumar era
sinónimo de descansar, pero entonces fumaba casi todo el mundo, hasta los más jóvenes.
Rápidamente cesaba la actividad y nos reuníamos en un sitio en el que hubiera
sombra, casi siempre en un brazal o "regaera" donde nos podíamos
sentar. Recuerdo que algunos del grupo, unos treintañeros especialmente fuertes
y vigorosos, dedicaban el tiempo a probar sus fuerzas y se retaban a ver quién
tumbaba al otro en el suelo. Otras de las actividades de ese tiempo de descanso
y que las solían hacer los de más edad era contar historias de lo más variadas
casi siempre relacionadas con la guerra. Podían tratar de hombres que se
cortaban el dedo índice de la mano derecha para alegar que no podrían disparar
y los eximieran de ir al frente; recuerdo alguna que trataba de alguien que se había
escondido en una especie de zulo o en el monte para que no los reclutaran.
Pero la que a mí más me impactó
fue lo que le ocurrió a Gervasio, un vecino del pueblo. Era un hombre discreto
y trabajador que se dedicaba a trabajar en las pequeñas propiedades que la
familia tenía en la huerta. Él contaba que una noche, cuando volvía de rondar a
la entonces su novia, se tropezó con un grupo de vecinos con una actitud
exaltada, que se dirigían hacia la iglesia. Que algunos conocidos lo invitaron
a sumarse al grupo y, aunque lo estuvo dudando porque al día siguiente tendría
que madrugar para ir a labrar, acabó por acompañarlos. Al parecer, aunque no
llegó a consumarse, hubo un amago de prender fuego a la iglesia. Acabada la
guerra, aun siendo falso, lo acusaron de participar activamente en el amago de
incendio. Él y otros muchos vecinos del pueblo, por diferentes motivos, fueron
encarcelados.
Cuando habían pasado un par de
meses de estar preso, su esposa, pues ya se había casado, a sabiendas de que en
la cárcel la comida era muy escasa y de muy mala calidad, se las arregló para,
con mucho esfuerzo, prepararle un atillo con la comida que difícilmente había
podido reunir. Pidiendo favores a carceleros y guardianes del control de
entrada a la cárcel, consiguió que la comida llegara a las manos de su marido.
El hambre hizo que aumentara la
picaresca y en estos casos, las víctimas siempre son los más nobles e
inocentes.
Lo de la comida de Gervasio
corrió como la pólvora y pronto se organizó una trama para hacerse con ella.
Media docena de supuestos compañeros y paisanos había quedado en diferentes
puntos y horas del día para decirle a la " víctima" que al día
siguiente lo pondrían en libertad. La insistencia, su ingenuidad y el
convencimiento de que, en absoluto había cometido el delito de que lo acusaban
llevó a Gervasio a creérselo y desprenderse de la comida a últimas horas del
día dándosela a los farsantes.
Pasó el día siguiente y el siguiente y el otro y muchos más y la libertad no llegaba. Llegó tres años más tarde después de haber pasado por varios centros de encarcelamiento y de haber pasado mucha hambre y calamidades además de estar separado de su mujer y de su primer hijo.
Ellos, los malnacidos que, entre risas, se comieron lo que no les pertenecía, donde estén, seguirán siendo mala gente, gentuza, malnacidos. Gervasio murió de viejo después de haber sido padre varias veces más, después de haber trabajado mucho durante su larga vida y, sobre todo, siendo buena persona. Un hombre honrado y de bien.
Yo conocí a Gervasio y lo puedo asegurar.
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