Un oficial de nuestra Armada, por A. Fernández García
José Sánchez Bustamante nació en Cartagena el 24 de marzo de 1940, inició sus estudios en el colegio público del Barrio de San Antón. Antes de terminar la escolaridad, teniendo sólo 12 años, se tiene que poner a trabajar mientras sigue su aprendizaje por su cuenta.
Como este hombre y yo nacimos el mismo año, el siguiente de finalizar nuestra guerra civil, sabemos lo que es trabajar de niños en el campo y con pocos años, pero acaso con menos dureza que en la ciudad. Eso puede ir haciéndonos una idea de un hombre que se fue haciendo a sí mismo a base de esfuerzo, constancia y tesón.
A los 17 años ingresa voluntario
en el ejército de la marina, por la especialidad de contramaestre. Con 18 lo
trasladan al Ferrol, donde durante más de dos años recibió formación e hizo
prácticas en el buque escuela Galatea. Tras estos dos años de intensa
formación en El Ferrol le someten a un examen del que sale cualificado de cabo
contramaestre con 20 años.
De vuelta a Cartagena, estuvo dos años ejerciendo de militar de marina en buques de superficie. Con 22 años le destinan a ejercer en submarinos, destino que cubrirá 32 años de su vida profesional.
El submarino es un arma de ataque sorpresa y su proyectil específico es el torpedo; es antecesor del submarino con carga nuclear, del que carece nuestro país en este momento; desde su aparato de observación específico, el periscopio, por el cual un marino de la tripulación puede ver durante las 24 horas todo lo que asoma a la superficie en el entorno. Mediante otro aparato, el snorkel, (muy habitual en los submarinistas), bajo el control de mando pueden acceder a la superficie del agua para renovar el aire exterior imprescindible para la respiración de los tripulantes y para el buen funcionamiento de los motores diésel.
Nuestro marinero ejerció su profesión en diversos submarinos; por la duración o importancia recuerda el Dafne, el Súper Dafne y el americano. La tripulación o dotación la componían entre 60 o 70 militares. Ante mi asombro, porque me parecía imposible, me aclara que algunos de estos submarinos se acercaban a los 100 m. de eslora. La escala jerárquica se distribuía en: un comandante, como responsable máximo, cuatro oficiales, 20 suboficiales entre los que estaría nuestro amigo. Supongo que el resto sería clase de tropa base. Sólo disponían de un practicante como sanitario, pero me sorprende que no contaran con un sacerdote capellán.
En el submarino no se sabía cuándo era de día o de noche; pero se organizaban horarios de trabajo, descanso y comidas, cambiándolos metódica y periódicamente.
No dejo de pensar que la vida y la rutina deben ser muy duras por más que la tripulación sea imaginativa y haga esfuerzos por amenizar los días y las horas. Romperían no poco cuando atracaban en algún puerto, previamente concertado y se tomaban algunos días, no muchos, de bastante libertad; por supuesto, eso no les eximía de pasar lista diariamente y pernoctar en el submarino con una hora determinada de salida y de vuelta ¡cuántas leyendas, narraciones o poemas ha habido sobre esos marineros que llegan a los puertos periódicamente, aunque sus estancias sean cortas!. Esperemos que nuestro marinero nos cuente alguna en algún próximo número. En 1989, cuando llevaba 32 años en el submarino, se le examina de nuevo y se le da destino exterior, con la graduación de oficial en la base naval de Cartagena.
Ahí le dejamos con un deseo firme
de continuar en el próximo número, si el protagonista lo tiene a bien.
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