NO me gusta... la "guerra de aranceles", por Paco Acosta
NO me gusta… la guerra de aranceles que últimamente
está impulsando el gobierno populista norteamericano.
Efectivamente los aranceles son
una herramienta de la política de los gobiernos. Y son “barreras
comerciales” que desde siempre se han utilizado -fundamentalmente- para corregir
fuertes desequilibrios en el comercio entre países, o en otros casos
para “proteger” determinadas industrias nacientes (y hay que ser
muy cuidadoso en las consecuencias de las prácticas proteccionistas… -esas u
otras-)”, y también se han utilizado para “castigar” a algunos países que
realizan prácticas comerciales desleales (arancel enmascarado
diplomáticamente como una respuesta a estas prácticas desleales inadmisibles).
Prácticas comerciales inadmisibles, podrían ser, por ejemplo, el trabajo de
niños para minimizar los costes, el “dumping” (o venta de productos a un precio
sensiblemente inferior al que corresponda o se considere normal), los subsidios
o subvenciones a productos para favorecer la competitividad, y otras
similares). Pero ¿realmente son estos casos los que han dado lugar a esta
“guerra de aranceles”?
NO me gusta, pues, la
“imposición forzada y agresiva” de aranceles, sin que previamente hayan
tenido lugar reuniones de diplomacia económica, de negociaciones basadas en las
reglas (y políticas) comerciales mundialmente aceptadas en, y para, el comercio
internacional.
NO me gusta…, el anuncio
“bombo y platillo” de la aplicación de nuevos (e importantes) aranceles a determinados
países (o como en este caso a la UE) con objeto de forzarles a una negociación
para que cambien sus políticas comerciales… Y de paso pretender así conseguir el
“acobardamiento” del contrario…, cosa que si no se logra (del todo) provocará
represalias (es común que el afectado responda con medidas propias), también en
forma de aranceles. Es lo que recibe el nombre de “guerra de aranceles”.
No me gusta la guerra de
aranceles, que ha iniciado el gobierno norteamericano, porque
significa una medida proteccionista extrema -muy contraria a las políticas
liberales de un mundo globalizado-, con la que se pretende lograr una “ganancia
política interna”. Creo que, en general, las políticas “proteccionistas”
tienden a ser “populares” entre la población que teme la pérdida de empleos (o
de influencia) a causa de la competencia extranjera. ¿Será éste el fin último
de la imposición de estas medidas?
NO me gusta la guerra de
aranceles, porque en ella nadie gana (dicen que a largo plazo…). Aunque al
principio se puedan conseguir algunas concesiones del rival, el coste para la
propia economía y la de sus ciudadanos suele ser significativo. Las empresas se
enfrentan a mayores costes, los consumidores pagan más por lo mismo y la
incertidumbre reduce las inversiones. Lo que comienza como una medida de
protección para unos pocos sectores puede terminar dañando a muchos,
demostrando que, en el juego del comercio global, la cooperación y el diálogo
suelen ser más productivos que la confrontación.
NO me gusta la guerra de
aranceles, porque cuando un país impone impuestos a las importaciones, los
productos extranjeros se vuelven más caros, lo que suele trasladarse a los
precios al consumidor (la factura final recae en las familias). Se reduce el
poder adquisitivo, “golpeando” especialmente a quienes tienen ingresos bajos o
fijos…
NO me gusta la guerra de
aranceles, porque las empresas, y especialmente las pymes, sufren
importantes incrementos de costes (y también retrasos -en un mundo
interconectado, muchos productos dependen de insumos procedentes de distintos
países-); encarecimiento de la producción que obliga a las empresas a buscar
proveedores alternativos, a veces de inferior calidad. Industrias que dependen
de exportaciones pueden sufrir caídas de demanda, lo que se traduce en
inseguridad laboral, despidos, reducción de salarios y cierre de empresas.
NO me gusta la guerra de
aranceles, porque, en la ciudadanía, puede generar un ánimo de boicotear
“todo lo que provenga del otro país” (un rechazo generalizado a todo lo
importado), con el consiguiente perjuicio añadido a las estructuras comerciales
que hasta ese momento estaban funcionando. ¿Y si no se encuentran otras
alternativas equivalentes en calidad y precio?
NO me gusta la guerra de
aranceles, porque genera un conflicto comercial que tiende a desestabilizar
no solo las relaciones internacionales, sino también la economía de los propios
países implicados, generando un menor crecimiento económico. La incertidumbre
comercial disuade la inversión y reduce el comercio internacional, lo que además
de ralentizar el crecimiento económico global puede, en el peor de los casos,
provocar una recesión. Y lógicamente todo esto afecta más al país más débil.
¿De acuerdo?
Seguro a vosotros, tampoco os
gusta… el panorama que se nos viene encima.
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