Constitución española 1978 (XXX), por A. Fernández García
(continuación)
Artículo 46. Conservación del patrimonio artístico
“Los poderes
públicos garantizarán la conservación y promoverán el enriquecimiento del
patrimonio histórico, cultural y artístico de los pueblos de España y de los
bienes que lo integran, cualquiera que sea su régimen jurídico y titularidad.
La ley penal sancionará los atentados contra este patrimonio.”
Como en casi toda nuestra Carta
Magna, los ponentes estudiaron muy bien y cuidaron mucho las redacciones del
articulado y sus apartados; en los poderes públicos quedan incluidos los
municipios desde los más pequeños a los más grandes, las provincias de las
menos a la más pobladas; dentro de los pequeños pueblos de la España vaciada se
encierran valiosos tesoros arqueológicos difíciles de mantener y necesitan el
amparo de la comunidad autónoma o del Estado, para que no haya excusa; el
objeto es proteger y desarrollar no solo el objeto en sí sino también
lo que encierra; además, sea cual sea su régimen o titularidad del objeto,
porque intuyo que detrás de cada objeto no está ajena la picaresca.
Alguien dijo, muy acertadamente
que “el pueblo, el país… que no protege su patrimonio histórico, cultural y
artístico está condenando a desaparecer”. Lo sabían muy bien los serbios
cuando, en las continuas y crueles guerras de los Balcanes en la década de los
90 del siglo XX. Destruyeron la valiosa biblioteca de Sarajevo. Por supuesto,
veo procedente una ley penal que pueda sancionar a los posibles depredadores o
saqueadores, que siempre los hubo, aunque de distinto signo.
La extraordinaria Irene Vallejo,
cuyo “El infinito en un junco” es para muchos de nosotros lo más amplio y
logrado de la comunicación entre los humanos, empieza su relato por la manera
en que los Tolomeo se hacen con los textos griegos para enriquecer las ya ricas
Bibliotecas de Alejandría, capital de la porción que asumieron del Imperio de
Alejandro Magno.
Cualquier griego de cultura media
sabe que muchas de las piezas de su maravillosa Acrópolis están enriqueciendo
el ya rico Museo Británico y que no fueron arrancadas de su emplazamiento y
llevadas a dicho museo de una manera que se pueda calificar de honesta, y que
el Gobierno griego reclama su de devolución.
En el Castillo de Vélez Blanco,
detentado por la entonces poderosa y acaudalada estirpe de Los Vélez, el
claustro estaba decorado con unos bajorrelieves, obra de Andrea Mantegna
(1431-1506), uno de los grandes creadores polifacéticos del Quattrocento italiano.
Uno de los descendientes de los Vélez, que ya no era tan amante de las
exquisiteces renacentistas, o que necesitaba el dinero o ambas cosas, los
vendió a un visitante francés por 80.000 pesetas. El destino parecía que iba
ser el Museo del Louvre, pero no llegó allí; por el camino se encontró con un
adinerado norteamericano y terminó en el Metropolitano de Nueva York. Tenemos
las bellas imágenes y prometida una reproducción ¿para cuándo?
Más de un adinerado de este país,
recorriendo el nuestro, en esa España vaciada descubrió alguna pequeña iglesia,
bella joya románica; se encapricha, la hace desmontar piedra a piedra y de
manera similar aparece montada en su finca de EEUU. Aparte del dinero tienen
buen gusto y aman el arte.
(continuará)
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