jueves, 18 de septiembre de 2025

ECO.86 DOS VIEJITAS DE NEGRO -cuento-

Dos viejitas de negro -cuento-, por Ricardo Márquez 

Tía Cata vivía en la periferia donde empezaba a desdibujarse el pueblo para confundirse con el campo, las casas se convertían en ranchos, los jardines en patios de tierra, con una higuera en medio y en lugar de macetas con flores había latas con yuyos; frente a la casa de la tía había un caserón decrépito que aún mantenía hechuras de haber sido de familia pudiente.

En ese caserón vivían dos viejitas de negro que se veían solamente por la mañana temprano cuando barrían la acera de tierra, siempre en silencio y mirando para abajo; solo salían ese rato y se volvían a encerrar.

El único que trataba con ellas era el chico de los recados que dos veces por semana les traía los encargos.

Una vez las vi y me parecieron dos arañitas culonas de movimientos cortos y rápidos que huían a su refugio.

Cuando eran niñas de trece o quince años, -me respondió mi tía, sin mirarme ni descuidar la costura, adivinando mi pregunta- un domingo por la tarde, como el servicio tenía libre ellas prepararon un bizcocho. En esa época las ratas se mataban con arsénico, del mismo que sin quererlo, pensando que era harina o azúcar le pusieron al bizcocho que preparaban y mató a toda la familia, padre, madre y tres hermanos varones y la novia de uno de ellos.

Jamás salieron de su casa, ni a misa, llevaban toda la vida encerradas sin explicarse cómo Dios permitió tal desastre, si cocinaron con alegría, si la intención de ellas era buena, si amaban a su familia.

El encierro les permitía estar en contacto con el recuerdo sin regalar un segundo a la distracción.




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