REFLEXIONES,
por A.F. García
Siempre he sido extremadamente ingenuo. Creo, además,
que ahora, viejo, camino de los ochenta, me he vuelto el colmo de simple.
No entiendo que en un país de los más tolerantes de la tierra
haya unos líderes tan estrechos e intolerantes ideológicamente.
No entiendo que su firme pasión patriótica se manifieste en
impedir que haya un gobierno en el estado, el que democráticamente le
corresponda.
No entiendo que quien dice defender a España pase de la mayoría
de los españoles, que están viviendo peor que en 2008.
No entiendo que quien
dice defender Cataluña pase de los problemas de la inmensa mayoría de los
catalanes.
No entiendo a esos fervorosos
defensores de los derechos humanos, que se autodeclaran víctimas del Estado
Español por pensar diferente, apliquen ese criterio y medida a los muchos
catalanes que piensan diferentes a ellos.
No entiendo que tan apasionados constitucionalistas pasen de los
derechos constitucionales de millones de españoles a los que no se les están
aplicando en derechos y necesidades básicas.
No entiendo que los
llamados independentistas, sean catalanes o de cualquier otra región, sean
gobernantes o representantes de instituciones, hagan desaires, descortesías o
faltas de respeto al Jefe del Estado, o cualquier representante del mismo. Si
es de otro Estado, hay normas internacionales de protocolo y respeto, que ya
llevan siglos en vigor. Si es del mismo Estado, están infringiendo la Ley y
quedan sometidos a la acción de la Justicia.
Eso mismo es aplicable al que, autoproclamándose
republicano, lo que es respetable como libertad de expresión, se permite no
respetar al Rey como Jefe de Estado. Confunde, como los independentistas
catalanes, la opinión con la acción e incumple la Ley. Nuestra Constitución,
aprobada en referéndum, define al estado Español como Monarquía. Eso sólo puede
cambiar a través de Constitución y referéndum.
No entiendo, tampoco, que no pocos españoles sigan bendiciendo la
dictadura y sus colaboradores y maldiciendo con ardor a los partidarios de ETA,
incluso si no tiene delitos de sangre, cuando el franquismo y esa organización
han coexistido durante al menos 16 años.
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