GRATITUD
POR CONDOLENCIA Y RECONOCIMIENTO A ELSA SANZ MELIÁ, AMIGA Y COMPAÑERA, por Antonio Fernández García
He aceptado como un honor irrenunciable
el encargo de Antonio Moreno García y de su hija, Olga Moreno Sanz de hacer
llegar a todos aquéllos que de diferente manera, manifestaron su condolencia a
la familia y honraron su memoria.
El día concertado con la familia y el
párroco del lugar fue el 23 de junio, domingo. Al final del acto litúrgico, en
nombre de la familia y con la licencia del párroco, dije unas palabras cuyo
sentido transcribo a estos renglones.
Elsa no era una persona de iglesia, caracterizada
por su religiosidad. En cambio, tenía unos criterios éticos y morales muy
claros. En sus conversaciones, no sin el oportuno sentido crítico, manifestaba
el convencimiento de que se debían aplicar en la vida diaria.
Manifestaba una sensibilidad especial
hacia las personas que consideraba más necesitadas, así como a animales,
plantas y conservación del medio natural. En estos aspectos llegaba al límite
de lo heroico.
Después de la misa, en grupo más
reducido, nos dirigimos a lo llamaríamos el rincón de Bello Rincón. Es una
calita de aguas cristalinas, donde amarraban una pequeña embarcación o chalupa,
que utilizaba la familia para acceder a otra embarcación mayor, una menorquina
si no me equivoco.
En la foto, tras el grupo de personas,
en la ladera del monte, se aprecia la casa de playa de la familia, un inmueble
grande y muy bien equipado, de la que Elsa disfrutó largas temporadas, antes de
que el maligno cáncer se apoderara de su organismo.
Allí, Antonio Moreno, a mi izquierda,
traía a la memoria las innumerables veces que desde allí había salido a bucear,
deleitable práctica durante no pocos decenios.
Detrás de mí, Olga Moreno Sanz, sostiene
en brazos a Comino, el superviviente, el nieto, de los tres perros que acompañaron
a Elsa a lo largo de dos décadas.
Conocí a Olga desde niña, una niña
desenvuelta, precoz, responsable. Le ha tocado cuidar de su madre en su larga
enfermedad y acompañarla en sus desplazamientos. No había desaparecido aún
cuando ha tenido que hacer de cabeza útil de la familia. Dependo para todo de ella, porque estoy perdiendo la olla, la memoria
de las cosas cercanas. Pero mi hija es un tesoro, está pendiente de mí y me da
seguridad. Me ha reiterado muchas veces su padre.
Allí, algunos recitamos versos ligados a
la ocasión; otros relataron tiernas anécdotas de los momentos compartidos con
la difunta; Mariló, con su guitarra y su voz, la honró con emotivas canciones;
Julio Más, el viejo biólogo marino del Instituto Oceanográfico estaba allí para
recordarnos a Elsa y confirmarnos las excelencias del Rincón, único en el que la
flora marina florece dos veces al año.
Un sencillo homenaje, muy emotivo a
juicio del viudo y de la hija, que me hacen trasmitir a todos, presentes y ausentes,
que los conocen y comparten el momento.
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