domingo, 11 de agosto de 2019

ECO.49 "El corazón de las tinieblas"


“EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS”, por A.F. García


Joseph Conrad, nombre inglés del novelista polaco Jozef Teodor Conrad Korzenioski, que adoptó el inglés como lengua literaria, nació en Berdichev, Ucrania, en 1857 y falleció en Bishopsbourne, Reino Unido, en 1924.
 Se le considera uno de los mejores novelistas en lengua inglesa. El hilo conductor de la obra lo representa el personaje Charles Marlow, un joven explorador o aventurero que desde niño se plantea viajar a algún lugar remoto, virgen…, que muy pronto sitúa en el entorno del Congo, un sueño al que una de sus tías, muy influyente, abre las puertas en una gran empresa naviera y comercial del Londres imperial.  

              

No es usual que una novela se ponga en boca de un protagonista, que, sentado a lo buda, en primera persona, lo narre como una aventura o experiencia personal, sin apenas interrupciones, y que los escasos diálogos aparezcan entrecomillados dentro de párrafos o párrafos sueltos.
Claramente se pueden separar algunos planos: los europeos, en los que es fácil poner aparte a Marlow y Kurtz frente a los demás; los nativos de la costa y del interior; el río Congo y su entorno selvático.
Los europeos, que de alguna u otra manera, comparten viaje con él, son aventureros, buscadores de fortuna, sin escrúpulos.
No conforme con la facilidad con que echan mano de sus armas, Marlow hace uso de la sirena o pitido del barco para ahuyentar a los nativos: la primera para asustarlos en un ataque sorpresa; la segunda, con el mismo objeto cuando éstos, se concentraban frente al barco, supuestamente para despedir a Kurtz, que se iba obligado por su extrema debilidad.
Incluso el director de la compañía en zona, que oficialmente desempeña su función de manera impecable, le escandaliza en una conversación con un tripulante, sobrino suyo, que nuestro protagonista escucha sin pretenderlo. Se dice de él que sobrevive a otros colegas, porque no tiene entrañas.
El narrador muestra su sensibilidad hacia los nativos y la crítica hacia las supuestas sociedades civilizadoras. Mientras en la parte baja del Congo reparan el viejo barco de vapor del que va a ser capitán, recorre sus alrededores, donde puede apreciar dos dramáticas situaciones de los nativos: unos porteando a hombros las mercancías y diversos materiales de construcción para los distintos edificios gubernamentales; otros, incapacitados ya para ello y abandonados a su suerte, se retiran a morir entre los árboles. En ambos casos, desnudos y desnutridos. 
Esa misma situación de hambre permanente la observa Marlow en los 30 nativos que forman parte de la tripulación, que empezando por su timonel, hacen su cometido dóciles, leales, silenciosos, sin comida, sin otra paga que unos trozos de alambre. Los ve altos y fuertes, capaces de deshacerse fácilmente de la media docena de blancos que comparten el barco, pero se mantienen sumisos. Así los verá también Javier Reverte, luchando pacífica y duramente por subsistir, en cuyo viaje el único peligro procedía de unos militares corruptos, fruto de una dictadura corrupta.
Lo que Conrad denuncia es que para aquellos europeos que se acercan ambiciosos a ese submundo del Congo los nativos son una subespecie humana. No los consideran humanos.  “… exterminar a todos los salvajes. KURTZ había recibido un encargo de la Sociedad Internacional para la Supresión de las Costumbres Salvajes”. Un informe previo del único que, según Marlow, frente a los peregrinos, iba unas ideas morales. Kurtz es para Marlow un mito, que se fue desarrollando en su interior apenas hubo oído mencionar su nombre, generando unas expectativas y una ansiedad especial. Aunque ya lo era para la compañía naviera, se convirtió para él en el objetivo fundamental del viaje.
Kurtz aparece en el relato enfermo y agotado y sin mucho margen de tiempo a la convivencia entre ambos. Sin embargo, aparece muy evidente Marlow mereció toda su confianza y recibió de aquél antes de morir todos sus efectos personales y un profundo impacto en su alma.
Un año después el protagonista y narrador busca en Londres a su prometida. Lo esperaba y lo recibió de negro, bella aún, aunque no joven, orgullosa de ser la prometida de un hombre tan extraordinario, la única que había creído en él. En el largo encuentro Marlow, apoyó, prudente sus palabras, absteniéndose de rebaja la admiración de la mujer por su prometido, y le vino a la memoria cómo una mujer indígena, bella, elegantemente ataviada en su estilo, majestuosa… se acercó a la estación frente al barco cuando Kurtz ya estaba dentro para irse, y se mantuvo firme, incluso cuando el barco silbó y se retiraron los demás, valiente, digna, orgullosa, desafiante, sin ademanes bruscos.
El río, la selva, ejercen sobre Marlow una atracción y fascinación especial, a la vez que un gran temor o respeto. Se siente intruso, observado desde “la noche de los primeros tiempos”.
La soledad, la oscuridad, el silencio le imponen, pero también le atraen y fascina. Acaso sea eso lo que también atrajo a Javier Reverte, que tanto releía ese libro al visitar este espacio de África.

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