CONTROLEMOS NUESTRAS EMOCIONES, por A.F.
García
Procedemos de generaciones en las que era
habitual oír “estás mejor callado, por si
acaso”. Ahora superamos los cuarenta
años viviendo en democracia, situación que solemos apreciar más quienes hemos convivido
con la dictadura. En esa transición o salto parece que aún no hemos asimilado
claramente algunos conceptos, aunque tengamos más de cincuenta años, alguna
titulación académica e incluso alguna responsabilidad política ¿No estamos
confundiendo a veces el ejercicio de la libertad, al amparo de unas leyes
iguales para todos, con mi libertad personal sin responsabilidades cívicas?
Pero ese no es el objeto de estos renglones sino el marco en el que deseo
encuadrarlos.
La palabra puede ser como un bálsamo en una
herida o una lija en la misma y hasta como un dardo en el costado. “Las
palabras amables son un panal de miel: endulzan el alma y tonifican el cuerpo” (Pr.
16.24). Es evidente que no nos estamos refiriendo a hablar o no hablar sino de la
manera de hacerlo. Lo fui aprendiendo en mi experiencia docente. Animaba a los
alumnos a decir lo que pensaban, pero con respeto.
Y también les animo a ustedes, a quienes leen
nuestra publicación. La palabra es el arma del ser humano pacífico, de la
persona que ama el bien, desea hacerlo y que todos lo hagan.
Con sus familiares, sus amigos, sus vecinos,
los dependientes de los establecimientos, el personal sanitario, el empleado de
la oficina pública o bancaria…no se inhiba si está convencido de que debe decir
algo. Puede ser bueno para usted y para quienes le escuchan; pero hágalo
relajado, seguro de sí mismo... Aunque no todos podemos lucir una bella
sonrisa, adopte siempre la actitud más natural y amable que pueda.
Esa camarera o dependiente que te atiende,
entre decenas o cientos de clientes, con una actitud afable, incluso una
sonrisa, está haciendo un esfuerzo continuado por agradar, lo que no siempre es
fácil.
El personal sanitario que te atiende, en
general con amabilidad, no es el responsable de tu malestar, de las
limitaciones que imponen las administraciones que alargan listas de espera y
acortan tratamientos.
Los empleados del Banco, de una oficina pública
o una empresa no tienen por qué ser los culpables de la supuesta faena que este
organismo te haya hecho y por lo mismo recibir la descarga de tu indignación.
¡Ay, los malos entendidos! ¿No son como una plaga? Creo que sí, y
precisamente donde hay confianza, entre familiares o amigos.
Creo que nos sucede a todos. Ni yo lo puedo
evitar; me ocurre hasta con mis familiares más próximos. Ninguno podemos
alcanzar el nivel de Aquel que desde la Cruz perdona a los que le están
maltratando.
Aunque no siempre lo consigo, deseo hacerlo
pronto, atajarlo, antes de que ocurra lo de la bola de nieve que desciende por
una ladera. Ese pequeño mal se agranda y consolida como algo real, muy difícil
de deshacer y enderezar. La mente humana tiende a ir en ese sentido, el sentido
negativo, si no desarrollamos un firme hábito de contrarrestarlo.
No permitamos que nuestras emociones y
nuestros pensamientos negativos nos corroan por dentro y destrocen el alma. “Corazón
contento mejora la salud, espíritu abatido seca los huesos”. (Pr. 17.22).
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