domingo, 11 de agosto de 2019

ECO.49 Controlemos nuestras emociones


CONTROLEMOS NUESTRAS EMOCIONES, por A.F. García

Procedemos de generaciones en las que era habitual oír “estás mejor callado, por si acaso”.  Ahora superamos los cuarenta años viviendo en democracia, situación que solemos apreciar más quienes hemos convivido con la dictadura. En esa transición o salto parece que aún no hemos asimilado claramente algunos conceptos, aunque tengamos más de cincuenta años, alguna titulación académica e incluso alguna responsabilidad política ¿No estamos confundiendo a veces el ejercicio de la libertad, al amparo de unas leyes iguales para todos, con mi libertad personal sin responsabilidades cívicas? Pero ese no es el objeto de estos renglones sino el marco en el que deseo encuadrarlos.

La palabra puede ser como un bálsamo en una herida o una lija en la misma y hasta como un dardo en el costado. “Las palabras amables son un panal de miel: endulzan el alma y tonifican el cuerpo” (Pr. 16.24). Es evidente que no nos estamos refiriendo a hablar o no hablar sino de la manera de hacerlo. Lo fui aprendiendo en mi experiencia docente. Animaba a los alumnos a decir lo que pensaban, pero con respeto.

Y también les animo a ustedes, a quienes leen nuestra publicación. La palabra es el arma del ser humano pacífico, de la persona que ama el bien, desea hacerlo y que todos lo hagan.

Con sus familiares, sus amigos, sus vecinos, los dependientes de los establecimientos, el personal sanitario, el empleado de la oficina pública o bancaria…no se inhiba si está convencido de que debe decir algo. Puede ser bueno para usted y para quienes le escuchan; pero hágalo relajado, seguro de sí mismo... Aunque no todos podemos lucir una bella sonrisa, adopte siempre la actitud más natural y amable que pueda.

Esa camarera o dependiente que te atiende, entre decenas o cientos de clientes, con una actitud afable, incluso una sonrisa, está haciendo un esfuerzo continuado por agradar, lo que no siempre es fácil.

El personal sanitario que te atiende, en general con amabilidad, no es el responsable de tu malestar, de las limitaciones que imponen las administraciones que alargan listas de espera y acortan tratamientos.

Los empleados del Banco, de una oficina pública o una empresa no tienen por qué ser los culpables de la supuesta faena que este organismo te haya hecho y por lo mismo recibir la descarga de tu indignación.

¡Ay, los malos entendidos!  ¿No son como una plaga? Creo que sí, y precisamente donde hay confianza, entre familiares o amigos.

Creo que nos sucede a todos. Ni yo lo puedo evitar; me ocurre hasta con mis familiares más próximos. Ninguno podemos alcanzar el nivel de Aquel que desde la Cruz perdona a los que le están maltratando.

Aunque no siempre lo consigo, deseo hacerlo pronto, atajarlo, antes de que ocurra lo de la bola de nieve que desciende por una ladera. Ese pequeño mal se agranda y consolida como algo real, muy difícil de deshacer y enderezar. La mente humana tiende a ir en ese sentido, el sentido negativo, si no desarrollamos un firme hábito de contrarrestarlo.

No permitamos que nuestras emociones y nuestros pensamientos negativos nos corroan por dentro y destrocen el alma. “Corazón contento mejora la salud, espíritu abatido seca los huesos”. (Pr. 17.22).

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