DEMOCRACIA.
PODER DEL PUEBLO,
por A.F.
García
Nuestro pueblo, el pueblo español, ha
ejercido su poder votando cuatro veces en el espacio de un mes. El voto es el
procedimiento de participación en el poder en las actuales democracias. Si solo
es eso, se queda en una democracia formal, en la que quien ha recibido nuestro
voto se escapa a nuestro control. Es lo que tenemos, lo menos malo.
Llevamos cuatro años de intensa campaña, de
un lenguaje duro, agresivo, impropio de quien se ofrece a representarnos,
buscando la fácil emotividad más que el convencimiento racional. Sin embargo,
pienso que los ciudadanos, aunque estén menos informados de lo deseable, no son
tan necios, tan fáciles de manejar.
El voto se ha dispersado, por la derecha, por
la izquierda, por el centro. Eso es bueno. Obliga a dialogar. Las mayorías
absolutas son nefastas. Recordemos las dos últimas. En una se apoya una guerra
sin sentido; en otra se aplica la política más antisocial de la democracia. El
gobernante, se siente dueño único del Estado, porque los suyos se limitan a aplaudir
diga lo que diga y haga lo que haga. Los portavoces de la oposición son
descalificados como enemigos de la patria.
Soy de los que están convencidos de que las
armas deben dejar paso a la palabra, al diálogo. El diálogo hubiera evitado
millones de muertos en la historia de la humanidad y, por supuesto, nuestra
Guerra Civil y Dictadura. Es lo más consecuente con los derechos humanos y, por
supuesto, con el mensaje evangélico.
Es muy positivo que quien ha ejercido
violencia, o entra en sus planteamientos, y renuncia a ella para sustituirla
por el uso de la palabra en las instituciones democráticas, aceptando sus
reglas de juego, se les abra la puerta y se les dé la oportunidad, lo que no
impide que se someta a la acción de la justicia si ha cometido algún delito. No
es justo descalificarlos ni políticamente bueno. La descalificación por
sistema, que se hace para halagar a víctimas resentidas y ganar votos no ayuda
nada a la paz, la armonía y la tolerancia, y desde luego, muestra una carencia
de sentido de Estado y, sobre todo, cristiano.
No hace muchos días un destacado columnista
afirmaba que Franco había muerto; pero el franquismo, no. No es difícil de
apreciar en alguna de sus formas: abuso de banderas y otros símbolos,
abundancia de sonoras proclamas huecas, vacías de contenido social; y, lo que
es más relevante, el considerar y descalificar al adversario político como
enemigo de la patria.
Yo no sé si nuestros líderes políticos no
conocen la historia de España o no la quieren conocer. Es como si envueltos aún
en la estela de la Dictadura no fueran capaces de distanciarse un poco, como
quien mira desde fuera de nuestras fronteras para ver mejor esa realidad que
parecen no ver.
En España no ha habido jamás una dictadura de
izquierdas. Sí ha habido una dictadura de ultraderecha, tras rebelión y una
cruel Guerra Civil con un decisivo apoyo del fascismo de Mussolini y el nazismo
de Hitler.
Las cien víctimas, según admitía un ministro
del Régimen a Gabriel Jabson, anteriores al levantamiento no justifican el casi
millón de vidas humanas como secuelas de la Guerra, las ejecuciones, las
hambrunas y los exiliados. Son víctimas también, como las de ETA, como las de
los grupos islamistas, como las más de mil mujeres, asesinadas desde 2003.
Todas esas personas son víctimas que merecen ser honradas y respetadas de igual
manera en su memoria.
Mientras con la debida altura de miras y
generosidad no apliquemos la misma vara y rasero y un sentido ético y cristiano
de nuestros derechos ciudadanos, no seremos capaces de superar ese odio, esa
estrechez mental, esa pobre y ridícula dialéctica, ese enfrentamiento mezquino
e irresponsable, que tan tristemente asoma, indigna y asquea.
Repito que los españoles con todas sus
lenguas, sus ideas políticas, religiosas y de todas sus regiones formamos un
gran pueblo, con mucha y digna historia detrás. Merecemos algo mejor de lo que
se nos está ofreciendo a diario.
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