viernes, 1 de abril de 2022

ECO.65 La Pesca

LA PESCA, por Marco A. Santos Brandys

Quien me conoce, sabe de mi afición por la pesca en todas sus modalidades a nivel deportivo, dejando aparte la sofisticada en río, muy distinta a la del mar, con el peligro, fatiga y dificultad de ésta, a nivel profesional.

A los peces, me gusta verlos en lonjas y pescaderías, intentando identificarlos por su nombre, pero también pescarlos, cocinarlos y comerlos. Te diviertes con tal variedad, pasando un provechoso rato.

Hay muchas modalidades de pesca deportiva en el mar: desde tierra, en barco, submarina..., cada una con sus variedades. Todas tienen mi interés, pero a la pesca submarina, le tengo cierto respeto, considerándola más adecuada para jóvenes en buena forma física; desde tierra, es cada vez más difícil encontrar un sitio adecuado y he optado en hacerlo desde el barco, más distraído para mí. Últimamente no es difícil poder disponer de un pequeño barquito, habiendo proliferado mucho su uso.

Con pocos años, ya pescaba en la orilla del Mar Menor. Tiempo después, en el Puerto de Mazarrón, por las tardes, lo hacía en el muelle de la antigua "lonja" de pescado -hoy demolida y donde se hacían las divertidas verbenas- "echando la potera" cebada con sardina salada, mezclada con las patatas fritas que caían al mar suministradas por Anita, "la patatera", que estaban tan buenas que hasta a los magres, lisas, sargos, dobladas y doncellas... les gustaban, enganchándose para nuestro júbilo, con un ligero tirón. Y si era con caña, la alegría producida de ver hundirse el corcho en el agua, era indescriptible.

Recuerdo las pesqueras inolvidables desde el "Arrecife", -el pequeño bote de madera, regalo de mi abuela- con mi hermano Aken, Antonio "el Gitano", Sebastián "el Ojones", -el de la Nati- y muchos otros amigos, conocedores de los mejores sitios para "echar el chambel", con cebo de boquerón salado, besuguitos, gallinetas, salmonetes… izábamos poco a poco con gozo y jolgorio, enganchados de los anzuelos. Los boquerones del cebo, estaban muy apetecibles como bocado al poco tiempo y a falta de aperitivo en el "Ronquillo", comíamos unos pocos, sin peligro de anisakis alguno.

Pescar con curricán ligero, ha sido una de mis distracciones favoritas. Con "La Abuela", el "Sapartión", el "Aguadón", el "Sargantana" y otros barcos, desde la segunda mitad del siglo pasado me dediqué a esta afición en unas muy buenas temporadas, teniendo gloriosas jornadas, pareciéndome haber entonces, más pescado que ahora.

Mi barco preferido, fué el “Sapagardo”, una Jeanneau "Merry Fisher 6,30" con motor f.b. Honda de 90 CV- un barco que disfruté varios años, muy apto para mis necesidades y de bajo mantenimiento. Ahora, para matar el gusanillo, tengo un pequeño bote sin muchas complicaciones, pero suficiente para mí.

Antes del derribo en el año 2.000 de "La Goleta", nuestra casa en Bahía, fondeaba mi barco junto con otros, en la "Playa Chica" y antes de comenzar la construcción del Puerto Deportivo, quedando así al resguardo de los vientos de "levante" y "leveche". Era un espacio natural y perfectamente protegido por el Cabezo de la Cebada. Ahora, amarro el barco en la dársena deportiva del Puerto de Mazarrón, lugar de rancio abolengo pescador.

El pasado verano, vino de Madrid mi nieto Gonzalo con 16 años, a mi casa de "La Isla" unos días, queriendo salir a pescar, pues le tiene gran afición.

Ese día hacía un poco de viento, pero pensé aminoraría más tarde y con el sol acompañándonos, no pintaba mal la jornada. Íbamos provistos de varios curricanes -cucharilla, rapalas, plumas, pulpitos…- y todo lo necesario para pasar una buena jornada matutina de pesca. Saliendo pronto de la bocana del puerto, dejamos atrás "La Galerica" y llegando a la punta del faro, enfilamos proa a Cabo Tiñoso. Ajusté la velocidad a 4 nudos y al poco, echamos dos "curris" y esperamos. A media milla, viramos en curva abierta 90º, al Suroeste, enfilando Puntas de Calnegre. La Bahía de Mazarrón, entre Cabo Tiñoso y Cabo Cope, es uno de los lugares más entrañables que conozco.

No siempre he tenido suerte, como sucede a todo el mundo, pero generalmente volvía a casa con alguna captura. Sólo quería ese día, tener la suficiente para no regresar de vacío, pues al chico la ilusión le iluminaba la cara. Y pasaron unos minutos sin novedad alguna.

Al llegar por detrás de la “Isla de Adentro” sin ninguna captura, intentaba tranquilizar al chico diciéndole cosas como: "paciencia, cuando menos se espera, salta la liebre", aunque es obvio que ninguna iba a saltar. Y el viento un poco impertinente al principio, aminoró bastante, quedándose el mar tranquilo y el sol en lo alto, pareciendo inmóvil. Y seguimos navegando y esperando.

A la altura de “Cabeza de León” de pronto noté un ligero tirón en la mano izquierda que sujetaba el sedal, suave pero no permanente y esperé... y al rato, otro fuerte y persistente...

-"¡Llevo, llevo!", grité emocionado, empezando a jalar la línea de babor, aminorando la marcha y manteniendo el rumbo para no enredar los sedales, en el agua. Gonzalo se mantenía firme en su lugar, pero se le notaba la emoción contenida. Yo jalaba la línea… hasta vislumbrar a algunos metros de popa y a pocos palmos de profundidad, el lomo color gris-oscuro de una melva de buen tamaño, enganchada a la rapala del final y que, al izarla por la borda, enredó el sedal, manchando con sangre el fondo del barco. Emocionado, solté la pieza del anzuelo, poniéndola en la cubeta. Empecé a largar línea de nuevo y ... sin haber terminado, ... el chico notó un fuerte tirón...

-"¡Llevo, llevo...!" dijo exaltado.

Volví a aminorar la marcha y él a recoger su línea, ..., empezando a diferenciar... ¡2 melvas! de cierto tamaño, colgando y moviéndose nerviosas, enganchadas de sus anzuelos. Las izó por la banda de estribor y una vez dentro las desenganché, mientras el chico decía emocionado:

-"¡Dos de golpe, vaya tirón fuerte que me han dado...!" mientras el barco volvía a mancharse de rojo y los peces se agitaban nerviosos, en el fondo.

-"Ya llevamos tres, esto empieza a animarse", dije en voz alta, mientras daba gracias al quien corresponde, por no volver de vacío. Y continuamos navegando. Al rato, él notó otro tirón fuerte y...

-"¡Llevo, llevo...! exclamó de nuevo el chico, empezando a jalar línea. Al final en la rapala, vislumbramos bajo el agua, una bacoreta intentando zafarse del anzuelo bien enganchado en su boca; pero delante de ella, otra también de buen tamaño, se había tragado el señuelo de una pluma, con su hierro puntiagudo. De nuevo, dos piezas de golpe y el chico más contento que unas castañuelas en la Feria de Jerez. Desenganchadas no sin cierta dificultad, volvió a echar la línea al agua y continuamos la navegación, enfilando para Puntas...

Así repetimos la operación varias veces, obteniendo nuevas capturas. Al rato, el chico indicó que le habían dado un tirón muy fuerte, yo aminoré de nuevo, mientras él jalaba la línea de estribor y al final... los lomos de dos caballas verdoseaban bajo el agua, moviéndose rápido e intentando protegerse bajo el barco. Pero él no se lo permitió, mientras yo daba en ligero viraje intentando no enredar nuestras líneas. Se vislumbraban claramente sus característicos rizos en el lomo, como tirabuzones del pelo de una morena gitana, sacrificándose por su amado.

Ya de vuelta, al pasar entre Cueva Lobos y Cabeza de León, divisé a unos metros, una tabla flotando en la superficie del agua, con una especie de hervor a su alrededor, mientras unas gaviotas revoloteaban cerca. Hacia allí enfilé la proa, llegando al poco y esperando que los "curris" hiciesen su papel. Al poco, habiendo ya pasado unos metros de la tabla, noté un fuerte tirón, seco y constante y cuando iba a señalar la captura, Gonzalo se me adelantó rápidamente y su grito de:

-"¡Llevo, llevo...!" se juntó con el mío. Habíamos enganchado a la vez cada uno, una pieza que, por la manera peleona de moverse, me hacían pensar en lo cierto. Jalando a la vez cada uno su sedal, las capturas no hacían más que moverse de un lado a otro, lo que me produjo decir:

-"¡Dos llampugas...!", como al final comprobamos al ir acercándose poco a poco, metiéndose por debajo y enredando los sedales. Izamos dos llampugas de buen calibre, a las que nos costó algún trabajo desenganchar de los señuelos enredados y que terminaron de teñir de rojo, el fondo del barco. Las colocamos en la cubeta, saltando como saltimbanquis haciendo su número circense.

De nuevo, dos capturas más y así continuó la mañana, obteniendo algún enganche más, hasta bien pasado el mediodía. Una vez provistos de peces y con los curricanes enredados, decidimos ir a bañarnos delante de la isla, a ese rincón tranquilo y de aguas transparentes, en donde fondean los barcos, al resguardo del viento.

Llegada la hora de volver a puerto y tras un reconfortante baño, enfilamos rumbo al puerto, soportando de proa, el molesto "levante" que generalmente a esa hora sopla, dando por aprovechada la mañana y terminando la jornada, tras pasar “La Galerica” de nuevo y ponernos a resguardo en el muelle.

Últimamente, los días pasan más deprisa de lo deseable. Espero poder pasar jornadas iguales a esta, no solo por las capturas obtenidas. Y mientras veo como mi nieto se zambulle en el agua para coger pulpos u otros peces, echo la vista atrás, recordando cuando yo hacía lo mismo.

La historia, se repite. 




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