viernes, 1 de abril de 2022

ECO.65 Historias del Cantón Murciano: Cartagena Sitiada (y IV). La Rendición

HISTORIAS DEL CANTÓN MURCIANO: CARTAGENA SITIADA (y IV).  LA RENDICIÓN, por Paco Acosta

(continuación)

A primeros de enero de 1874 los constantes bombardeos sobre la ciudad están dejando Cartagena en ruinas, casi devastada. Se calcula que más del 70% de los edificios estaban derruidos o presentaban graves daños.

El 9 de enero ambos contendientes veían muy próximo el final de la contienda, pues la situación militar era prácticamente insostenible para los cantonales.

El 10 de enero, hacia las 11 de la noche, el castillo de la Atalaya arría la bandera roja cantonal e iza la bandera española. Las tropas cantonales comandadas por "Antonete" Gálvez no pudieron impedir que las fuerzas del general López Domínguez se apoderaran del castillo. La toma del castillo de la Atalaya, fue el acontecimiento decisivo que aceleró la rendición de Cartagena.

De todas formas el día siguiente, 11 de enero, continuaron los bombardeos sobre la ciudad, aunque con menor frecuencia. La situación empeoraba por momentos. Ya no se encontraba ningún lugar seguro donde instalar a los heridos, se habían agotado las medicinas y llegó a escasear el agua.

El Presidente de la Cruz Roja de Cartagena, Antonio Bonmatí, jugó en esos momentos un papel crucial, obteniendo de los comandantes de los buques extranjeros caldos en conserva, latas de sardinas y algunos alimentos, con los que alimentar a los enfermos y heridos. También gestionó con el representante del cuerpo consular de Cartagena, que residía en Portman, un plan de ayuda para evacuar a mujeres, niños y ancianos, en el supuesto que la ciudad fuese tomada al asalto.

Por la tarde del día 11, en una asamblea de los sitiados, a propuesta de Roque Barcia, se decidió la rendición, con la oposición de “Antonete” Gálvez y del general Contreras, que preferían continuar resistiendo. Para negociar las condiciones de rendición, la Junta nombró a una delegación, formada por representantes de la Cruz Roja, con su presidente Bonmati al frente, que salió de Cartagena portando una bandera blanca. Su objetivo era que los centralistas suspendieran las hostilidades y se iniciasen conversaciones para fijar los términos de la rendición. Por su parte, la postura inicial de los centralistas fue rechazar la capacidad de los negociadores rebeldes para llegar a acuerdos, ya que no venía ningún “jefe” en la delegación. Su posición se mantenía en una rendición incondicional, con entrega inmediata de la plaza, sus defensas, la guarnición y la escuadra.

Los comisionados solicitaron “en nombre de la humanidad que cesara el derramamiento de sangre, conociendo lo imposible que era continuar la defensa de Cartagena. Manifestaron que, si el ejército gubernamental se mostraba generoso, ellos trabajarían dentro de la plaza para conseguir su rendición”. Lo que se obtuvo en estos primeros momentos fue una suspensión del fuego de artillería hasta las 12 de la mañana del día siguiente, y como había hecho con la guarnición de Atalaya, López Domínguez ofreció en nombre del gobierno, un indulto para todos los que se entregaran.

A las 2 de la madrugada del día 12 de enero, regresaron los parlamentarios a Cartagena. En la plaza ya reinaba la anarquía, producto de la disparidad y radicalización de las opiniones. Muchos miembros de la Junta se refugiaron en la Numancia, ante el temor de ser asesinados. No obstante se consiguió redactar una propuesta de rendición, que fueron a presentar a López Domínguez. Esta propuesta comprendía los puntos:

 

«1º. Reconocimiento de todos los grados y empleos concedidos durante la insurrección.

2º. Movilizar a los voluntarios para ir al Norte a pelear contra los carlistas.

3º. Reconocer a los presidiarios, utilizados por la Junta como fuerza armada, y destinarlos también al Ejército de operaciones del Norte.

4º. Reconocimiento de la deuda cantonal.

5º. Indemnización de los perjuicios irrogados a la propiedad.

6º. Indulto a los prisioneros de guerra hechos en Chinchilla.

7º. Que nadie fuera desarmado, y recibir a las tropas sitiadoras a tambor batiente.»

 

López Domínguez se extrañó de que “pusieran condiciones a la capitulación”, en lugar de acogerse al indulto que les habían ofrecido. Y les manifestó que si “pronto, muy pronto, no se rendían, si no venían autorizados para ello, podrían retirarse, y continuaría el ataque sin admitir parlamento alguno, entrando al asalto en Cartagena y pasando a cuchillo a sus defensores, sin dar cuartel". Por su parte los parlamentarios informaron al general de la crítica situación de la plaza: Unos pocos fanáticos a quienes no alcanzaba el indulto, y los que habían estado recluidos en el presidio de Cartagena -liberados por los cantonales, para que lucharan junto a ellos-, ejercían una fuerte presión sobre el pueblo, amenazando volar el gran depósito de pólvora, lo que destruiría totalmente la ciudad.

Después de reiteradas peticiones de los miembros de la comisión, consiguieron de López Domínguez, que este redactara una especie de bando, firmado el 12 de enero de 1874, en los siguientes términos:

 

«Artículo 1º. Quedan indultados los que entreguen las armas dentro de la plaza, tanto jefes, como oficiales, clases e individuos de tropa de mar y tierra, institutos armados, voluntarios y movilizados.

Artículo 2º. Los pertenecientes al ejército de mar y tierra quedaran a disposición del Gobierno, para distribuirlos en los distintos cuerpos del ejército y armada.

Artículo 3º. Los que proceden de otros institutos armados pasarán a sus casas, libres de toda pena, por el hecho de rebelión.

Artículo 4º. Los procedentes de correccionales o penados por otros delitos, se entiende quedan solamente indultados del delito de la rebelión, que tuvo su principio en el alzamiento cantonal.

Artículo 5º. Se exceptúa del anterior indulto a los individuos que componen o han formado parte de la Junta revolucionaria, y de ser habidos quedan a disposición del Gobierno.

Artículo 6º. Se hará entrega de todo el material de guerra y marina, buques, armamentos y cuantos enseres pertenezcan al ramo de guerra en la citada plaza, a una comisión de jefes y oficiales de este ejército nombrados al efecto.

Artículo 7º. Para la aceptación de las anteriores condiciones se da como plazo improrrogable hasta las ocho de la mañana del día 13 del actual, no admitiéndose condición ni variación alguna en el texto de estas cláusulas, en la inteligencia que, expirado aquel plazo, se continuarán las operaciones con el mayor vigor, no volviéndose a admitir proposición alguna para la suspensión de hostilidades.»


La comisión regresó a Cartagena en la tarde del día 12, con unas condiciones de rendición que no habían variado sensiblemente de las iniciales.

Desde primeras horas del día 12, cuando ya se conocían en la ciudad los términos de la rendición, numerosas personas, no sólo las más implicadas en la revolución, trataron de subir a bordo de la Numancia, llevando a familiares y enseres.

Los penados, al verse excluidos del prometido indulto, ante la inminente salida de la Numancia, bajaron también hacia el puerto, y embarcaron en la fragata. Se llegó a afirmar que la salida de este barco, y sobre todo la marcha de los elementos más peligrosos de la insurrección salvó a la ciudad.

La partida de la Numancia, la entrada en Cartagena del ejercito sitiador, el exilio en Orán de los principales implicados en la revolución cantonal y finalmente los indultos, los contemplaremos en la próxima entrega.



 

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