viernes, 1 de octubre de 2021

ECO.62 Historias del Cantón Murciano: Cartagena sitiada (I)

Historias del Cantón Murciano: Cartagena sitiada (I), por Paco Acosta

En esta serie de artículos sobre el Cantón Murciano, he ido presentando diversas escenas, más o menos “anecdóticas”, sobre lo que ocurrió en Cartagena tras el levantamiento Cantonal. Posiblemente en alguno de estos artículos haya predominado algún episodio humorístico, quizás grotesco, como el de la Declaración de guerra a Alemania, o la pretensión de los dirigentes cantonales de solicitar la adhesión a los EEUU.

Pero la vida en Cartagena no debió resultar, por entonces, nada tranquila.

Tras la proclamación del Cantón Murciano, en julio de 1873, fruto de la revolución federalista y de la debilidad del gobierno central, los partidarios del Cantón intentaron extenderlo por las poblaciones vecinas. Esto dio lugar a la reacción gubernamental que envió tropas a Murcia para su represión. Los cantonales se refugiaron en Cartagena, donde estaba fondeada buena parte de la armada española, adherida a la causa. Además Cartagena era considerada una plaza muy bien protegida, que en opinión de algunos resultaba “casi” inexpugnable.

El gobierno central, creyó que la revolución cantonal en Cartagena iba a “apagarse” sin necesidad de una excesiva presión militar. Las pocas fuerzas que habían mandado a Murcia, se trasladaron a Cartagena, a al mando del general Martínez Campos, con el objetivo de sofocar la revolución cantonal. 

Las tropas se ubicaron, a mediados de agosto de 1873, en distintas poblaciones de alrededor, realizando una especie de cerco no muy tupido de carácter intimidatorio, ya que no disponían ni de efectivos suficientes ni bastantes cañones para abordar un asalto contra la plaza.

Cartagena está formalmente “sitiada”, pero sus habitantes seguían saliendo fácilmente para conseguir alimentos, tanto por tierra como por mar.

Plano del Sitio de Cartagena

La Junta revolucionaria publicó un bando en el que recomendaba abandonasen “la ciudad las mujeres, los niños, y cuantas personas no estuvieran dispuestas a tomar parte activa en los trabajos de la guerra que se avecinaban para defender el Cantón”. No podían abandonar Cartagena los dueños de tiendas y almacenes de comestibles. Se prohibía la salida de médicos, cirujanos y practicantes. Se impedía la salida de caballos, armas, municiones o víveres. A las personas que abandonaron la ciudad se les garantizó que se respetarían sus hogares y propiedades.

Los centralistas intentaron también el bloqueo marítimo de Cartagena. El general de la armada Miguel Lobo reunió en Alicante fuerza de ataque compuesta por los vapores Ulloa, Lepanto, Colon, la goleta Prosperidad, y, la fragata de madera Carmen. Muy posiblemente todos los buques de guerra disponibles en aquel momento y, que no se hablan sumado a la revolución. Esta escuadra se presentó frente a Cartagena el 14 de agosto de 1873, para iniciar el bloqueo.

Los cantonales tenían su fuerza militar disminuida por la “perdida” de las fragatas Almansa y Victoria que, en su incursión a Málaga tras el bombardeo de Almería, habían sido apresadas por los barcos ingleses y alemanes y llevadas a Gibraltar.

No obstante, al anunciarse el bloqueo por parte del almirante Lobo y situarse con sus barcos a tiro de obús, fue recibido con una serie de cañonazos. Resultó alcanzado el vapor Cádiz. Fracasado el ataque, el general Lobo inició la retirada de la flota.

La evolución del conflicto parece captar día a día mayor interés en los gobiernos extranjeros, de forma que a mediados de agosto de 1873, se presentan frente a las costas cartageneras numerosos barcos de guerra procedentes de diversos países. La “información” que se recoge el diario “El Cantón Murciano” indica que su intención es la de contener a Prusia en sus intenciones de intervenir en la contienda civil española.

Por su parte el general Martínez Campos, por tierra, ante la carencia de medios, y sin posibilidad material de efectuar un ataque, mantenía sitiada Cartagena, con un bloqueo tendente a dificultar o impedir, en lo posible, la entrada de víveres en la ciudad y con la pretensión de desmoralizar a las fuerzas cantonales y a mantener encerrada a la población en su interior.

La situación de cierta libertad de movimientos de los insurrectos por mar, les permitía con plena impunidad realizar incursiones por la costa consiguiendo recursos y víveres.

El cerco “sin cerrar” por tierra, con ligeros escarceos militares por ambas partes, se mantuvo hasta casi mediados de septiembre. Las sucesivas demandas de “medios” realizadas por Martínez Campos o no fueron atendidas o solo consiguieron una exigua respuesta con el envío de algunos recursos adicionales.

Por su parte los cónsules inglés y francés, reiteraron el 7 de septiembre la neutralidad de sus gobiernos, que se mantenían expectantes y tenían a sus respectivas armadas como observadores privilegiados del desarrollo de los enfrentamientos.

A partir de la segunda quincena de septiembre, con la llegada de refuerzos, los centralistas emprendieron la tarea de instalar baterías y consiguieron apretar el cerco. Comenzaron también las tentativas, infructuosas, de lograr una paz negociada. Martínez Campos fue reemplazado por el general Francisco Ceballos y Vargas para dirigir las operaciones frente a Cartagena. era consciente de que los cantonales se veían superiores por mar y que para dominar Cartagena por tierra sería preciso un ejército muy superior en número al que disponía y que, además era precisa la actuación de la flota, reforzada con la Victoria y la Almansa, para bloquear la ciudad por mar. Los cantonales se valían de su superioridad en la mar y realizaban incursiones a localidades costeras para aprovisionarse suficientemente. La incursión a Alicante forzó a los centralistas a detraer efectivos del cerco para acudir en ayuda de esta ciudad.

Hasta el 10 de octubre los sitiadores fueron consolidando el cerco. Poco a poco fueron instalando nuevas baterías en los cerros próximos donde se consideraban fuera del alcance de la ciudad. Esto provocó un recrudecimiento de las acciones militares. Con cierta frecuencia, se producían salidas desde la plaza para atacar las nuevas posiciones centralistas, casi siempre sin resultados contundentes, al ser rechazados sus ataques por las tropas del gobierno. Algunas de estas incursiones contaron con casi mil hombres acompañados de varias piezas de artillería.

En estos días continuaron reforzándose los sitiadores; en el puerto de Portman establecieron un lugar de refugio y aprovisionamiento de su flota. Podrían así preparar futuros ataques por mar contra Cartagena. Sin embargo, en un momento en que este puerto había quedado desguarnecido, los cantonales a bordo del Fernando el Católico (al que habían rebautizado como Despertador del Cantón) desembarcaron allí y se apropiaron de los víveres allí almacenados. Dicen las crónicas que se apropiaron de cuatro faluchos doscientos quintales de plomo, y, cuatro barcazas con patatas, cebollas, harina, salazones y vino, que llevaron triunfantes a Cartagena.

La situación en el interior de Cartagena va siendo cada día más precaria. Los cantonales realizan, casi a la desesperada, sucesivas salidas, siempre rechazadas, con intención de destruir las baterías centralistas, o al menos dificultar su establecimiento. La población comentaba con alborozo cuando de alguna de estas salidas se regresaba con víveres. Estas incursiones se encontraban apoyadas con la cobertura de artillería que proporcionaban desde el fuerte de La Atalaya.

En esta fase de los enfrentamientos es de destacar, que el fuerte de La Atalaya se constituyó en uno de los principales objetivos de las fuerzas sitiadoras.

 


Entre los días 11 y 13 de octubre de 1873 se produjo el combate naval de Portman, que transcurrió en “dos tiempos”, y por algunos ha sido considerado como un importante punto de inflexión en el desarrollo de los acontecimientos.

 

(continuará)


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