viernes, 1 de octubre de 2021

ECO.62 Exiliados

 Exiliados, por A.F.García

¿No hemos sido también país de exiliados?

En el espacio de una semana hemos recibido más de 2.200 afganos. Más que venir ellos los han traído españoles y aquí se les ha recibido con cordialidad. ¿Qué más se puede pedir?

En estos momentos podemos decir que España está dando respuesta a lo que históricamente ha recibido.

Nuestros héroes comuneros, Padilla, Bravo y Maldonado, fueron ejecutados por expreso deseo de Carlos I, más príncipe flamenco que monarca de las Españas en aquel momento.

Se habían adelantado a su época defendiendo con su vida que la voluntad colectiva de la nación estaba por encima de la voluntad de un monarca absolutista.

A esto lo acompañó la intolerancia religiosa. No es nuestro objeto ahora los que fueron llevados a la hoguera, sino los que se fueron de España para evitarla:

El filósofo y humanista Juan Luis Vives (Valencia 1492-Brujas 1540).

Los humanistas Alfonso de Valdés (Cuenca 1490 - Viena 1532), probable autor del “Lazarillo de Tormes” y su hermano Juan de Valdés (Cuenca 1499 - Nápoles 1541), autor de “Diálogo de la Lengua”.

Miguel Servet (Aragón 1509 - Suiza 1553), teólogo, médico, jurista. Murió quemado vivo junto con sus libros. “Ninguna autoridad civil o religiosa puede matar a un hombre por sus ideas”. Era una de sus ideas fundamentales, que recoge muy bien el hispanista francés Marcel de Bataillón.

Muchos más de estos exiliados, supuestos heterodoxos, fueron mucho más lejos, hasta los países nórdicos, donde enriquecieron sus universidades, especialmente la de Upsala, en Suecia. Sería bueno verlo en la "Historia de los heterodoxos españoles'' de Marcelino Menéndez y Pelayo.

Según uno de los estudios a los que he podido acceder, los exiliados desde 1492 por la expulsión de los judíos y a lo largo del siglo XVI alcanzarían la cifra de 165.000.

A principios del siglo XIX, se señalan dos grupos exiliados:

Un grupo menor en 1814, que llamaríamos afrancesados; y un grupo mayor que calificaríamos de liberales en 1823, cuando se sustituye la Constitución de 1812 por el absolutismo de Fernando VII. En un repaso por capítulos en el primer canal de TV se hacía referencia a éstos, cifrándolos en 30.000 personas, a los que situaba entre lo mejor de la sociedad española.

La más reciente y de más secuelas vino a consecuencia de la Guerra Civil de 1936 y 1939 y se considera cercana al medio millón.

Según datos, el 60% se dirigió a Francia, aunque allí terminarían quedando poco más de cien mil. Unos miles fueron directamente al norte de África.

La mayor parte se las arregló para embarcarse rumbo al Continente Americano. En él destacan México, unos 25.000, y Argentina, unas 10.000 personas. A casi todos llegaron contingentes importantes, destacando Puerto Rico desde donde pasaron a Estados Unidos, donde supusieron un refuerzo de la lengua española. Cuando los nazis invadieron Francia se llevaron unos 30.000 españoles: unos a campos de trabajo; otros, menos afortunados, a campos de concentración.

En nuestro país vecino, pasaron, en menos de un año, de ser los indeseables, a ser necesarios como mano de obra. Una minoría se acogió a la legión extranjera, demostrando su eficacia en la resistencia y especialmente en la división Leclerc.

Entre los exiliados había de todo: investigadores como Severo Ochoa, Pío del Río…; matemáticos, como Luis Santaló…; directores de cine, como Luis Buñuel…; historiadores como Sánchez Albornoz…; pintores como Remedios Varo, Vela Zanetti…; sobre todo poetas y escritores de primera línea como Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Luis Cernuda, Rafael Alberti… Serían más de medio centenar. Finalizaba en la península nuestra Edad de Plata.

Por ello, en estas fechas, siento admiración y orgullo por ese esfuerzo de España, y los españoles que han intervenido, en acoger a más de 2.200 personas traídas de Afganistán.

Ahora me atrevo a hacer algunas preguntas: ¿sirvieron para algo esos veinte años de ocupación de Afganistán? En España ya casi no quedan personas que hayan vivido la Guerra Civil. La inmensa mayoría la desconoce y la debieran conocer con equivalente respeto a los dos bandos. Aquellos miles de españoles, en cruel guerra fratricida ¿tuvieron opción de decidir la guerra y elegir en qué bando combatían? Las guerras no las decidimos la gente de a pie, pero somos quienes sufrimos las guerras y, sobre todo, sus consecuencias.

Quiero añadir que todas las víctimas, del bando que sean, tienen derecho a que los honren sus descendientes; y no me refiero a que se les erijan mausoleos.


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