La Europa que se deshace, por José Luis Mozo
De uno de los discursos, en su reciente candidatura, de
Friedrich Merz, entresacamos este precioso fragmento:
“Somos 450 millones de europeos y si unimos nuestras
fuerzas sabremos hacer frente a Estados Unidos. Si nos comportamos como enanos,
seremos tratados como enanos”.
Este humilde gacetillero, a riesgo de
ser considerado cansino, vuelve a recordar que en múltiples ocasiones ha
escrito que el mayor problema de occidente en los tiempos recientes ha sido la
extraña manía que ha cogido el electorado estadounidense de sacar los
presidentes de los geriátricos. El último continuará cuatro años. Así que…
¡ahora resulta que el enemigo de Europa es Estados Unidos!
La actitud de Trump puede enervar por
insensata, pero no debería sorprender. En su anterior mandato le echó un envite
a China –guerra comercial- y la réplica no pudo ser más contundente: ocho
millones de muertos. Es lógico que ahora busque apuestas más asequibles. La
cobarde y deslavazada Europa parece una buena opción inmediata. Al fin y al
cabo, él no vivirá políticamente sus resultados. Derribar el frente atlántico
desde dentro, a coste cero para los saboteadores, debe estar haciendo relamerse
a Putin. Aunque sin abusar. Puede que a Putin tampoco le quede mucho tiempo.
Con China como líder económico del
mundo y con la mejor planificación de futuro existente, la esperanza de Europa
se cifra en que un estallido de libertad se lo derribe todo. No niego que haya
alguna razón para ello, pero afirmo que son razones aún muy débiles. Mientras
tanto, India avanza a codazos hacia su próximo objetivo, que es quitarle la
segunda plaza a Estados Unidos. La Rusia militar y el Japón económico completan
la lista de los grandes y después…, puede aparecer Europa.
Alemania asoma la cabeza y la siguen
a distancia Italia y Francia. Y tras ellas… nadie. La quinta heroica del 68,
los que creímos e impulsamos el europeísmo como mejor salida para un continente
que había pasado milenios en guerras como único factor de crecimiento -buscando
cada uno crear su propio imperio-, se extingue entre sus partidas de nacimiento
y la mediocridad paleta con la que cada enano busca arrimar el ascua a su
propia sardina. Así despertó en 1945 en la ruina total. Algún bobo ilustrado
afirma con rotunda ejemplaridad que Estados Unidos y Alemania, dos de los
destacados, deben su esplendor a haberse constituido en repúblicas federales.
Debería saber que Estados Unidos se llama así porque evolucionaron desde la
disgregación a la unión, no al revés, y cuando la situación se hizo tan crítica
que se vieron atrapados en una sangrienta guerra civil, unionistas contra
confederados, la ganaron precisamente los unionistas y los derrotados fueron lo
bastante inteligentes para subirse poco a poco al carro de los vencedores y
desde allí intentar que las cosas evolucionaran lo mejor posible para sus
conveniencias. Nunca tratar de hacer retroceder la historia y repetir una
guerra que hubiera acabado como la primera, aunque con más sangre.
Allí el americanismo no se discute.
Hay una única nación con su jefatura de Estado, un solo ejército, un lento pero
indiscutible avance hacia la igualdad en una sociedad civil nacida de la
multiplicidad de razas y del racismo, unas instituciones federales por encima
de todo y debajo un mosaico de diversas leyes estatales muy vistosas. Algunas tan
macabramente vistosas como la pena de muerte, pero siempre con trascendencia
menor en su desarrollo como nación. Hasta impusieron un idioma único que no era
mayoritario. No olvidemos que la mitad de su territorio continental fue Nueva
España, donde no se hablaba precisamente inglés. La población autóctona sí
hablaba diversas lenguas, pero, tras ser exterminada en un genocidio a gran
escala, quedó definitivamente muda.
Hubo quien buscó solución bélica a
sus aspiraciones independentistas, caso de Texas, el mayor de los estados
–entonces aún no se había incorporado Alaska– y no fue la población nativa sino
los inmigrantes estadounidenses quienes promovieron su guerra de independencia
contra Méjico, a quien pertenecía, en 1836. Sin embargo, éstos mismos
decidieron que valía más participar en una gran promoción histórica que ser
otra cabecita de ratón. La república de Texas sólo vivió 9 años hasta su
integración voluntaria en Estados Unidos. Al estallar la guerra civil, lucharon
en el bando retrógrado, la Confederación, que pretendía que cada estado fuera
soberano, asociados todos por… Disculpen que no me sienta capaz de explicarlo.
Si les pica la curiosidad, pregunten en algunas de nuestras comunidades
autónomas de hoy, que allí seguro que saben. En fin, aunque perdieran esa
guerra ganaron otra que se desataría años más tarde y de mayor impacto
económico: la del petróleo como alimento básico del mundo avanzado. Al final
fueron felices. Como curiosidad, digamos que su bandera es estelada.
Y mientras tanto, ¿qué se ha hecho de
los sueños heroicos de los que, en los años 70 y 80, creíamos en el europeísmo?
Tengo buenos compañeros que, en lo que probablemente sea la patata más caliente
de Europa, dedicaron sus estudios y su vida al mundo de la energía y vieron
discusiones y decisiones de profundo alcance. Lo que no vieron fue la defensa
del interés y la necesidad colectiva, sino aproximar la citada ascua a sus
conveniencias particulares. 7 instituciones de muy alto rango y escasa
soberanía, cerca de 40 agencias descentralizadas -todas ellas con cargos bien
remunerados-, unos 65.000 funcionarios y otro sin fin de oficinas, sirven a
esos 450 millones de ciudadanos que los ven, con indiferencia y escepticismo
crecientes, cómo devoran elevados presupuestos sin apenas incidencia en la
mejora del bien común.
No hay un ejército europeo, no hay
unificación fiscal, no hay una legislación laboral común, ni una política
sanitaria… ¿sigo? Hay un fracaso cósmico de las izquierdas, que tras muchos
años de cantar “uníos, parias de la tierra”, cuando tienen una oportunidad
para, al menos, intentarlo, se meten cada uno en su cascarita y asoman sus
cabecitas de ratón para lucirlas presuntuosamente. Y si se suma a esto los
pequeños intentos secesionistas, al final no va a haber ratoneras para todos.
Para 27 países miembros hay 24
idiomas oficiales –se incluye el inglés aunque ninguno de los miembros lo
tiene-. La mitad de ellos no son hablados ni por el 2% de la población, varios
ni por el 1%. Y se utilizan unos 60 dialectos o lenguas regionales. El presupuesto
del multilingüismo es de 1125 millones. Caro sale el Diario Oficial.
De Alemania no vale la pena hablar de
su “milagro”. Mister Marshall, el que no paró en Villar del Río, convenció a
Truman para rechazar el plan de Stalin -llevarla a una extenuación límite y
ahogarla en el tercermundismo– para en cambio enterrar 11 de sus billones de
dólares a fondo perdido, asegurando una potencia aliada en las mismas barbas de
la Unión Soviética. Los alemanes sólo tuvieron la opción de aceptar y agradecer.
De ese modo nació, por voluntad del donante, su República Federal.
Así llegamos a la gran pandemia
Covid-19, que interrumpió al mundo, con la Unión creciendo su renta per cápita
un promedio del 10% en los 4 años anteriores, durante los cuales Alemania
creció el 8,5%. A Merz le está apretando el zapato y nos recuerda ahora que
tenemos que tomar vitaminas para hacernos adultos. ¡Estupendo! ¿Quién las va a
pagar? ¿Esos “pobres” que sólo han crecido el 8,5%? Porque este tren de 27
unidades también tiene su vagón de cola, el número 27, que sólo ha crecido el
2% en números absolutos –es decir, relativizando con el aumento del coste de la
vida, en pérdidas permanentes-, con una política económica que nos lleva al
desastre. Y que no salga el de la flauta mágica tocando la sinfonía de los
miserables, que con esta política mejoran los más desfavorecidos en tanto que sólo
se empobrecen un poco los adinerados. Es mentira. El vagón 27 se llama España.
Y sabemos bien que con esta política nos empobrecen a todos, a los que aún
podemos pagar la cuenta del super y a los que están haciendo equilibrios en el
borde del abismo. En especial, a la clase media y a los autónomos, que son los
dos grandes motores productivos y a los que este gobierno odia a muerte, sin
que quepa otra explicación que su falta de adhesión al servilismo.
Ya nos contarán los que puedan por
dónde andaremos o seguiremos tropezando. En los largos años que acumula de vida
la Unión, sólo ha habido un proyecto de gran nivel con auténtico progreso. Y
procede del troglodita y reaccionario mundo financiero: la unión monetaria. Si
no existiera el euro, los españoles ya estaríamos en el corralito o en
inflaciones del 200%. Y haciendo cola para comprar el pan porque los panaderos
preferirían no venderlo hoy sino la siguiente semana, cuando costara el doble.
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