sábado, 15 de marzo de 2025

ECO.83 LA EUROPA QUE SE DESHACE

La Europa que se deshace, por José Luis Mozo

 

De uno de los discursos, en su reciente candidatura, de Friedrich Merz, entresacamos este precioso fragmento:

Somos 450 millones de europeos y si unimos nuestras fuerzas sabremos hacer frente a Estados Unidos. Si nos comportamos como enanos, seremos tratados como enanos”.

Este humilde gacetillero, a riesgo de ser considerado cansino, vuelve a recordar que en múltiples ocasiones ha escrito que el mayor problema de occidente en los tiempos recientes ha sido la extraña manía que ha cogido el electorado estadounidense de sacar los presidentes de los geriátricos. El último continuará cuatro años. Así que… ¡ahora resulta que el enemigo de Europa es Estados Unidos!

La actitud de Trump puede enervar por insensata, pero no debería sorprender. En su anterior mandato le echó un envite a China –guerra comercial- y la réplica no pudo ser más contundente: ocho millones de muertos. Es lógico que ahora busque apuestas más asequibles. La cobarde y deslavazada Europa parece una buena opción inmediata. Al fin y al cabo, él no vivirá políticamente sus resultados. Derribar el frente atlántico desde dentro, a coste cero para los saboteadores, debe estar haciendo relamerse a Putin. Aunque sin abusar. Puede que a Putin tampoco le quede mucho tiempo.

Con China como líder económico del mundo y con la mejor planificación de futuro existente, la esperanza de Europa se cifra en que un estallido de libertad se lo derribe todo. No niego que haya alguna razón para ello, pero afirmo que son razones aún muy débiles. Mientras tanto, India avanza a codazos hacia su próximo objetivo, que es quitarle la segunda plaza a Estados Unidos. La Rusia militar y el Japón económico completan la lista de los grandes y después…, puede aparecer Europa.

Alemania asoma la cabeza y la siguen a distancia Italia y Francia. Y tras ellas… nadie. La quinta heroica del 68, los que creímos e impulsamos el europeísmo como mejor salida para un continente que había pasado milenios en guerras como único factor de crecimiento -buscando cada uno crear su propio imperio-, se extingue entre sus partidas de nacimiento y la mediocridad paleta con la que cada enano busca arrimar el ascua a su propia sardina. Así despertó en 1945 en la ruina total. Algún bobo ilustrado afirma con rotunda ejemplaridad que Estados Unidos y Alemania, dos de los destacados, deben su esplendor a haberse constituido en repúblicas federales. Debería saber que Estados Unidos se llama así porque evolucionaron desde la disgregación a la unión, no al revés, y cuando la situación se hizo tan crítica que se vieron atrapados en una sangrienta guerra civil, unionistas contra confederados, la ganaron precisamente los unionistas y los derrotados fueron lo bastante inteligentes para subirse poco a poco al carro de los vencedores y desde allí intentar que las cosas evolucionaran lo mejor posible para sus conveniencias. Nunca tratar de hacer retroceder la historia y repetir una guerra que hubiera acabado como la primera, aunque con más sangre.

Allí el americanismo no se discute. Hay una única nación con su jefatura de Estado, un solo ejército, un lento pero indiscutible avance hacia la igualdad en una sociedad civil nacida de la multiplicidad de razas y del racismo, unas instituciones federales por encima de todo y debajo un mosaico de diversas leyes estatales muy vistosas. Algunas tan macabramente vistosas como la pena de muerte, pero siempre con trascendencia menor en su desarrollo como nación. Hasta impusieron un idioma único que no era mayoritario. No olvidemos que la mitad de su territorio continental fue Nueva España, donde no se hablaba precisamente inglés. La población autóctona sí hablaba diversas lenguas, pero, tras ser exterminada en un genocidio a gran escala, quedó definitivamente muda.

Hubo quien buscó solución bélica a sus aspiraciones independentistas, caso de Texas, el mayor de los estados –entonces aún no se había incorporado Alaska– y no fue la población nativa sino los inmigrantes estadounidenses quienes promovieron su guerra de independencia contra Méjico, a quien pertenecía, en 1836. Sin embargo, éstos mismos decidieron que valía más participar en una gran promoción histórica que ser otra cabecita de ratón. La república de Texas sólo vivió 9 años hasta su integración voluntaria en Estados Unidos. Al estallar la guerra civil, lucharon en el bando retrógrado, la Confederación, que pretendía que cada estado fuera soberano, asociados todos por… Disculpen que no me sienta capaz de explicarlo. Si les pica la curiosidad, pregunten en algunas de nuestras comunidades autónomas de hoy, que allí seguro que saben. En fin, aunque perdieran esa guerra ganaron otra que se desataría años más tarde y de mayor impacto económico: la del petróleo como alimento básico del mundo avanzado. Al final fueron felices. Como curiosidad, digamos que su bandera es estelada.

Y mientras tanto, ¿qué se ha hecho de los sueños heroicos de los que, en los años 70 y 80, creíamos en el europeísmo? Tengo buenos compañeros que, en lo que probablemente sea la patata más caliente de Europa, dedicaron sus estudios y su vida al mundo de la energía y vieron discusiones y decisiones de profundo alcance. Lo que no vieron fue la defensa del interés y la necesidad colectiva, sino aproximar la citada ascua a sus conveniencias particulares. 7 instituciones de muy alto rango y escasa soberanía, cerca de 40 agencias descentralizadas -todas ellas con cargos bien remunerados-, unos 65.000 funcionarios y otro sin fin de oficinas, sirven a esos 450 millones de ciudadanos que los ven, con indiferencia y escepticismo crecientes, cómo devoran elevados presupuestos sin apenas incidencia en la mejora del bien común.

No hay un ejército europeo, no hay unificación fiscal, no hay una legislación laboral común, ni una política sanitaria… ¿sigo? Hay un fracaso cósmico de las izquierdas, que tras muchos años de cantar “uníos, parias de la tierra”, cuando tienen una oportunidad para, al menos, intentarlo, se meten cada uno en su cascarita y asoman sus cabecitas de ratón para lucirlas presuntuosamente. Y si se suma a esto los pequeños intentos secesionistas, al final no va a haber ratoneras para todos.

Para 27 países miembros hay 24 idiomas oficiales –se incluye el inglés aunque ninguno de los miembros lo tiene-. La mitad de ellos no son hablados ni por el 2% de la población, varios ni por el 1%. Y se utilizan unos 60 dialectos o lenguas regionales. El presupuesto del multilingüismo es de 1125 millones. Caro sale el Diario Oficial.

De Alemania no vale la pena hablar de su “milagro”. Mister Marshall, el que no paró en Villar del Río, convenció a Truman para rechazar el plan de Stalin -llevarla a una extenuación límite y ahogarla en el tercermundismo– para en cambio enterrar 11 de sus billones de dólares a fondo perdido, asegurando una potencia aliada en las mismas barbas de la Unión Soviética. Los alemanes sólo tuvieron la opción de aceptar y agradecer. De ese modo nació, por voluntad del donante, su República Federal.

Así llegamos a la gran pandemia Covid-19, que interrumpió al mundo, con la Unión creciendo su renta per cápita un promedio del 10% en los 4 años anteriores, durante los cuales Alemania creció el 8,5%. A Merz le está apretando el zapato y nos recuerda ahora que tenemos que tomar vitaminas para hacernos adultos. ¡Estupendo! ¿Quién las va a pagar? ¿Esos “pobres” que sólo han crecido el 8,5%? Porque este tren de 27 unidades también tiene su vagón de cola, el número 27, que sólo ha crecido el 2% en números absolutos –es decir, relativizando con el aumento del coste de la vida, en pérdidas permanentes-, con una política económica que nos lleva al desastre. Y que no salga el de la flauta mágica tocando la sinfonía de los miserables, que con esta política mejoran los más desfavorecidos en tanto que sólo se empobrecen un poco los adinerados. Es mentira. El vagón 27 se llama España. Y sabemos bien que con esta política nos empobrecen a todos, a los que aún podemos pagar la cuenta del super y a los que están haciendo equilibrios en el borde del abismo. En especial, a la clase media y a los autónomos, que son los dos grandes motores productivos y a los que este gobierno odia a muerte, sin que quepa otra explicación que su falta de adhesión al servilismo.

Ya nos contarán los que puedan por dónde andaremos o seguiremos tropezando. En los largos años que acumula de vida la Unión, sólo ha habido un proyecto de gran nivel con auténtico progreso. Y procede del troglodita y reaccionario mundo financiero: la unión monetaria. Si no existiera el euro, los españoles ya estaríamos en el corralito o en inflaciones del 200%. Y haciendo cola para comprar el pan porque los panaderos preferirían no venderlo hoy sino la siguiente semana, cuando costara el doble.



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