ASALTOS A PARLAMENTOS (V), por Nicolás Pérez-Serrano Jáuregui
(continuación)
No querría dejar de mencionar
otro aspecto de interés: Estados Unidos no es un sistema parlamentario, sino
presidencialista. Ambas instituciones gozan de prestigio y poderes derivados de
su común progenie democrática y electoral. Por eso es más grave que la rebelión
haya podido ser instigada desde la Presidencia de la República sin tapujos ni
veladuras.
4. Panorama de los últimos tiempos.
Si analizamos el último septenio de lo que va de siglo XXI la progresión de los asaltos a Parlamentos crece casi exponencialmente. Ya hemos visto que de 1605 a 1993 casi no hay nada reseñable (España es caso aparte, pues sí hubo dos episodios sonoros en 1874 y 1981). En cambio las noticias de sucesos de esa índole, consumados o abortados en fases preliminares, son alarmantemente repetitivas desde comienzos del milenio. La relación de los intentos, recogidos en las redes, a reserva de teorizaciones que expliquen cada uno de los episodios, ya nos revela esa indeseada frecuencia. Diríase que hay una perversa mímesis, una enfermedad infecto-contagiosa. Las imágenes de un asalto anidan en los cerebros enfermos de algunos nostálgicos o poseídos por patologías de violencia institucional, que se organizan para copiar a insolentes como Tejero o el nuevo Toro Sentado del día de Reyes de 2021. Introducen tensión en el sistema político y quiebran la convivencia so pretexto de hacer valer sus derechos como víctimas de sus adversarios o del propio sistema. Ese es su objetivo mínimo. Hay que pensar que en no pocas ocasiones esos asaltos no se ajustan en su desarrollo a un detallado plan preconcebido. El peligro, no obstante, no deja de ser real. Los regímenes democráticos son reacios a enfrentarse a los antisistema, pecan acaso de exceso de tolerancia, y de ello se prevalen todos los que no conciben límites (jurídicos, morales, éticos, deontológicos) a la hora de diseñar un tipo de organización política en que desaparezca el Parlamento.
Ahí va el recordatorio de algunas fechas: en julio de 2017 simpatizantes del Gobierno madurista en Venezuela irrumpen por la fuerza en la Asamblea Nacional, que es de mayoría vinculada a la oposición, y hieren a algunos Diputados que iban a celebrar sesión para conmemorar el día de la independencia del país (5 de julio de 1811). También en julio, esta vez en 2019, ante el Parlamento de Hong Kong se desarrolla una manifestación que protesta por la en su día realizada cesión británica de la capital a China, y que acaba en una revuelta popular en la que cientos de jóvenes entran violentamente y ocupan la sede del legislativo. Es pródigo en sucesos 2020: primero, y también en julio, tiene lugar en Azerbaiyan otra manifestación que acaba irrumpiendo en los locales del Parlamento para exigir acciones militares contra Armenia con motivo de choques fronterizos previos que habían causado casi una veintena de muertes; en agosto, en Alemania (la historia volverá a repetirse dos años y pico después) grupos neonazis intentan el asalto al Reichstag al hilo de una manifestación en la que se cuestionaban determinadas medidas anti Covid; en octubre tienen lugar el episodio en que ex militares entran por la fuerza en el Parlamento de Guatemala para pedir una indemnización, como ya antes mencionábamos. 2011, enero, día de Reyes: es fecha que ya siempre asociaremos con el Asalto al Capitolio norteamericano. En 2022 hay más: por una parte, de nuevo el mes de julio es testigo del asalto al Parlamento de Iraq, y, de otro lado, en diciembre Alemania repite intento. Por último 2023 acoge, cuando no había acabado el mes de enero, nueva intentona en Brasil, esta vez a cargo de partidarios de Bolsonaro, que discuten el triunfo electoral de Lula da Silva.
En el fondo, y como subrayan no
pocos autores, en muchos de estos casos, amén de los ya analizados antes con
mayor detalle, subyace una pérdida de confianza en el sistema político
por entender que fallan los controles propios de las democracias asentadas.
Todo ello sirve de gran excusa para asestarles golpes definitivos so pretexto
de falta del debido funcionamiento de las instituciones.
No hace mucho, un artículo
periodístico25 recordaba que e1 grado de diferenciación y
especialización de las tareas que realizamos solo es posible mediante lo que
Durkheim llamó la “solidaridad orgánica” que nace de la interdependencia y
complementariedad entre los individuos. Las sociedades avanzadas,
caracterizadas por una división extrema del trabajo, funcionan gracias a unos
niveles masivos de solidaridad orgánica. Todo ello requiere enormes dosis de
confianza no solo en las personas, sino también en las organizaciones y las
instituciones. El ejemplo en que todo ello se concreta es cuando depositamos el
sobre con la papeleta en la urna, momento en el cual la inmensa mayoría creemos
que los miembros de la mesa, los interventores de los partidos, los funcionarios
del Ministerio de Interior, la empresa que gestiona el recuento, la Junta
Electoral y el propio Gobierno, todos ellos, con mayor o menor fortuna, cumplen
con sus obligaciones. Sin embargo, no tenemos pruebas fehacientes de ello, ni
las demandamos, es una simple cuestión de confianza. Concluía el citado
artículo que fenómenos políticos patológicos como los asaltos a las
instituciones son, en último término, consecuencia del proceso generalizado de
desintermediación que estamos viviendo de forma acelerada. Los niveles de
confianza en los intermediadores tradicionales que se encargan de certificar el
valor de los procesos sociales se han reducido notablemente en los últimos
tiempos (ya sean representantes políticos, críticos culturales, periodistas, académicos
expertos o empleados públicos). Mucha gente es cada vez más escéptica hacia los
mecanismos institucionales de intermediación.
Por ello se hace cada vez más necesario insuflar rectitud y garantismo cada vez mayores en los instrumentos de control de nuestros sistemas políticos democráticos.
No quería cerrar este apartado
sin mencionar que ha habido en España, amén de otros que ocuparán aquí su
debido comentario y que afectaron al Congreso, episodios recientes con
maniobras de amedrentamiento y manifestaciones que intentan rodear las sedes parlamentarias:
el Congreso, en Madrid, en 2016 (investidura de Rajoy, como Presidente del
Gobierno); el Parlamento andaluz, en 2019 (cuando investían al Presidente
Moreno); el Parlamento de Cataluña en dos ocasiones 2011 y 2017. Lo del
Congreso respondía a un lema inequívoco: “rodea el Congreso”; “ante el
golpe de la mafia, democracia. No a la investidura ilegítima”. Y se
desplegaron, según la prensa, 1350 policías en aras de la seguridad de la
Cámara, lo cual no evitó que se lanzaran a los diputados mecheros y latas de
cerveza; el episodio del Parlamento Catalán de 2011 derivó en situaciones de
asedio a más de una decena de parlamentarios, entre ellos Artur Mas, cuyo coche
oficial fue golpeado y zarandeado, teniendo que acceder a la sede parlamentaria
en helicóptero. Por parte de un dirigente nacionalista se pronuncia la frase
“seguir apretando”. Y algo más atrás en el tiempo, en 26 de junio de 1980,
una protesta laboral irrumpió en la Cámara Vasca y mantuvo retenidos al
Lehendakari y a los parlamentarios en un clima de enorme tensión y que con la
intervención de la policía provocó varios heridos. Eran trabajadores de la
empresa Nervacero apoyada por la izquierda abertzale y derivó en ese secuestro
de doce horas que acabó con la entrada de los antidisturbios y la salida, ya de
madrugada, de Garaikoetxea y su Gobierno escoltado por la Ertzaintza.
(continuará)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Se ruega NO COMENTAR COMO "ANÓNIMO"