Las monedas falsas, por Ricardo Márquez
Acodados
en la barra de un ruidoso bar español, fue donde Fernando me contó sus primeros
tiempos en Madrid mientras consumíamos cerveza y tabaco.
Cuando
la distancia hacía más pesada la soledad, sin dinero ni trabajo, el deterioro
de la relación con su ya ex-amigo que le daba alojamiento, hicieron trizas la
ilusión con que había llegado al aeropuerto de Barajas, poco tiempo antes.
Momento
indicado para poner a prueba el andamiaje moral que nos rige.
Mi
amigo Fernando en ese momento tuvo la idea de fabricar dinero; cortaba tubos de
plomo utilizados anteriormente en la conducción de agua, los aplanaba y luego
poniendo una moneda de 25 pesetas encima la golpeaba con un martillo y quedaba
estampada esa cara de la moneda; repetía el procedimiento en la otra cara y
terminaba el proceso recortando el plomo sobrante.
Esas monedas falsas no las
reconocían las maquinas “tragaperras” con las que se podía jugar o solicitar
cambio.
Una
noche jugó unas monedas de fabricación casera sin éxito y se quedó terminando
la cerveza en el mostrador dejando que el tiempo se escurriera, cuando un
parroquiano que estaba jugando en la máquina tragaperras y ésta le había
escupido unas monedas, dijo:
- “Mira
esta moneda”, mostrando una plúmbea reproducción de mi amigo.
- “A
ver”, dijo el dueño del bar ejerciendo el voto de calidad que le concedía
la propiedad...
- “Ésta
es una moneda mal acuñada, debe valer un platal”.
- “Será
mala la cuñada, pero es mía”, contestó el parroquiano reclamando la moneda.
Todos
se arrimaron a ver la extraña moneda incluido mi amigo el falsificador, que una
vez acabada la cerveza se marchó dejando al corro de parroquianos en discusión
encendida acerca de las cosas increíbles que se ven en la vida.
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