lunes, 22 de enero de 2024

ECO.76 El riego del huerto

El riego del huerto, por Marco A. Santos Brandys 

Un ruido atronador se escuchaba a lo lejos y si no fuese porque conocíamos la causa, nos parecería que el mundo se viniese abajo. El ruido era constante y cada vez más cercano, comenzando con un ligero susurro y poco a poco convirtiéndose en un ensordecedor alud, mezcla de agua, piedras, barro, plantas y múltiples objetos arrastrados por el cauce de la rambla.

Había estado lloviendo fuertemente la jornada anterior y todo hacía pensar en la posibilidad de que “saliese” la rambla como efectivamente sucedía. Su cauce normalmente seco, iba arrastrando inopinadamente lo que se encontraba a su paso y nosotros al oírlo y confirmárnoslo el “Tío Juan”, nos aprestábamos a disfrutar su paso por la casi siempre seca rambla de Lévor, por debajo de la casa.

Por nuestra finca había llovido poco y el suelo, aunque mojado, podía pisarse y caminar sin esfuerzo, Los jóvenes -y menos jóvenes- nos preparábamos rápidamente a bajar al huerto y disfrutar desde más abajo, el cercano paso del agua y el “maremágnum” de objetos que nos aislaba e imposibilitaba la comunicación con Totana, -el pueblo más cercano distante unos 7 kilómetros- al cruzar el camino. Y así, varios días aislados, hasta que se secaba la tierra y se arreglaban las escorrentías.

El labrador, el “Tío Juan” y su familia, habían previamente preparado todo para que algo de agua fuese recogida en la balsa de riego cercana y debía aprovecharse esta excepcional ocasión. A los pocos días, se regaría el huerto y tendríamos un día de fiesta.

El huerto no era muy grande, unas pocas hectáreas lindando con el cauce seco. La finca tenía plantaciones en distintos lugares, de tomates, habas, uvas, granadas, lechugas… y también higos chumbos, almendros y oliveras de secano que soportaban bien la sequía. De todo un poco, aunque naturalmente el huerto necesitaba calmar su sed cada cierto tiempo y contaba con el abastecimiento de la “balsa”, de unos 12x6x1,5 m. abastecida por un fino hilo de agua de la “toma”, cerca de la rambla y a una distancia un poco mayor que un tiro de escopeta.  

Cada especie vegetal necesita una cantidad distinta de agua, variando en función del lugar de plantación. El exceso de líquido provoca la aparición de hongos ahogando las raíces de la planta. Pero siendo el huerto de regadío, de agrios -naranjas- con algunos frutales, se regaban una o dos veces solamente, estando nosotros allí a finales de verano y esperábamos esos días, como “agua de mayo”.

Se regaba por surcos. Este método se realiza haciendo unos pequeños pasillos entre hilera e hilera de árboles e inundar esos bancales de agua, denominándose riego “por manta”. Otro sistema -proveniente de Israel- se hace “por goteo” llegando a las raíces sin mojar en exceso el resto del suelo, pero precisando instalaciones especiales que nosotros no teníamos entonces. Está ganando adeptos este sistema hace bastantes años en ésta árida tierra, por el menor consumo de agua, siendo técnicamente también, un arte. Mi suegro lo empleaba en su finca “El Limonar” en Librilla.

- “Esta tierra es un tesoro, le das agua y te da oro…” reza un acertado refrán.

Los días anteriores al de riego, los aprovechábamos para darnos unos refrescantes e higiénicos baños en la balsa, pues normalmente “apretaba” el sol en esos días de canícula. Y mientras nadábamos entre ranas, lagartijas y culebras, pululaban alrededor entre los juncos, libélulas, mariposas y otros duendes amos del lugar, perdiéndoles descaradamente el respeto,

El día que tocaba “riego”, puestas las botas de agua quién las tuviese, casi todos bajábamos al huerto. El labrador, ya había dispuesto antes lo necesario, colocando los “caballones” en su sitio, preparados los “ribazos”, limpiadas las “acequias” -las “ciecas” como les llaman los “güertanos”- colocados los “tablachos”, buscadas las herramientas, “serruchos, azadas, azadones, legonas y trapos…” situando el botijo en un lugar céntrico, a la sombra de un naranjo.

La fiesta comenzaba con la apertura del “tapón” de la balsa, en donde se acumulaban las ranas, sapos -zapos- salamandras, lagartijas, culebras… y pululantes cercanos, con los cuales toda la chiquillería se divertía maliciosamente, al verlos salir inopinadamente de sus refugios.

El agua comenzaba a salir de la balsa nada más comenzar a girar el tornillo, siguiendo las acequias perfectamente diseñadas para regar los bancales, uno por uno, inundándolos de líquido hasta que era suficiente. Se abría el “tablacho” siguiente y se taponaba con la azada la entrada al bancal con barro.

Recodando hoy a los labradores trajinar con afán en la labor, abriendo y cerrando, abriendo y cerrando… preocupados con el nivel de agua de la balsa, con los azadones a cuestas, laborando sin parar, cruzando de un lado a otro sin cansancio, me canso hoy al recordarlo. Pero todos se divertían con la algarabía de la “mozalbetería” creada alrededor, bebiendo del botijo, cogiendo ranas, naranjas, tirando piedras y manchándose de barro…Y mientras el “Tío Juan” repentizaba sus trovos…

- “Salieron Marco y sus amigos

a cazar una perdiz,

y con las tres escopetas,

han matado un “colorín…”


Y yo contestaba:

“Por ser el mejor trovero,

el sombrero nadie quita,

digo yo que es el primero,

el llamado “Tío Juan Rita…”


- “¡Por ahí no paséis que ya se ha regado y podéis hundiros y mancharos de barro…!”

Pero nosotros no hacíamos caso y nos metíamos en el bancal hasta el límite de alcanzarnos el agua y si lo hacía, mejor. Y a por el siguiente bancal, mientras alguien decía:

- “Yo ende aquí p´àrriba, no me he mojao…” señalándose las rodillas. A lo que otro respondía:

- “Pos yo, mé mojao hasta donde le llegaba el agua al Conde de Romanones…” señalando cierto lugar, mientras los demás reíamos la ocurrencia, nos echábamos un buche de agua del botijo, viendo pasar volando y cacareando alrededor a las negras “merlas”, mientras los perros y todos nos poníamos de barro, hasta las “trancas”.

Acabada la faena, cercano el mediodía, subíamos a la casa para almorzar y “zanparnos” la opípara comida que nos habían preparado, dando buena cuenta de ella. Y así, pasábamos la jornada.

Costumbres de la huerta de la Región de Murcia que no deberían olvidarse y conocer los chicos de hoy. Por eso es buena la idea de mantener y valorar adecuadamente el “Museo de la huerta” de Alcantarilla, adecuado recinto que enseña una perfecta imagen del tiempo que va marchándose poco a poco y no debería perderse.

Tarea difícil, dados los tiempos que corren.


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