Asaltos a Parlamentos (I), por Nicolás Pérez-Serrano Jáuregui
Artículo de D. Nicolás Pérez-Serrano Jáuregui que se publicará, próximamente, en un Libro Homenaje a Fernando Sáinz Moreno, también Letrado de las Cortes .
Nicolás Pérez-Serrano-Jáuregui
Letrado de las Cortes Generales. Doctor en Derecho. Abogado. Co-Presidente de la Sección de Derecho Constitucional y Parlamentario del ICAM, Académico correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación...,
... y además un muy entrañable amigo.
Dado el interés del tema, reproduciremos en este Boletín, -y en los siguientes-, el texto íntegro de su magnífica exposición, en la que trata con rigor científico, una circunstancia que él, siendo Letrado en Cortes en 1981, vivió en directo cuando se produjo el asalto del 23F.
De todo corazón le agradecemos su generosa contribución en esta modesta revista. Nos sentimos muy orgullosos de contarle entre nuestros colaboradores.
Paco Acosta
A. Análisis del fenómeno.
1. Descripción por análisis de las palabras que componen la expresión asaltos a Parlamentos (o Asambleas). Una proximidad tóxica.
Por una de esas casualidades
léxicas, cargadas de significado o de interpretaciones posibles, que no
-supongo- de intención apriorística, pero que los malintencionados aprovechan
en su propio y deleznable beneficio, las palabras “asalto”, y “asamblea”
van seguidas en no pocos diccionarios. Así ocurre en el D.R.A.E.6,
pues de manera consecutiva nuestra lengua se ocupa de la “acción y efecto de
asaltar” y del “cuerpo político deliberante, como el Congreso o el Senado”. ¡Ay
que ver cómo son las cosas! Desde luego, tal siniestra conexión no se me
ocurrió la noche del 23F7, cuando sufrí los embates de un asalto al
Congreso en mi condición de Secretario General de la Cámara Baja española. En
ese momento no había proliferado esa tendencia, y aunque las imágenes de un
bigotudo guardia civil provisto de tricornio y pistola en ristre en el
Hemiciclo dieron ene vueltas al mundo en segundos, estaban aún por llegar otras
igual de impactantes y que nos traían a los ojos a unos pieles rojas entrando
violentamente al Capitolio norteamericano, adornados con pellizas, zahones,
cornamentas, estrafalarias banderas con lemas tales como “Trump is my
president”, luengas barbas, mascarillas, gorras de todo tipo de piel tipo “Davy
Crocket”, toda una multitud alocada que salta vallas y recorre impúdicamente
las dependencias parlamentarias: con todos los respetos, los indios tomando el
fuerte, un mundo al revés.
Nuestros recuerdos de esa
brutalidad de 1981 irrumpiendo en el Congreso eran imágenes humillantes. Al ver
el video del 23F nos llenábamos de espanto retrospectivo. Estábamos, casi,
solos ante el mundo. El esperpento era patrimonio exclusivo de nuestra no
consolidada democracia, tan débil como para que fuera posible su cambio por el
golpe de unos cuantos tricornios al mando de un oficial cuyo rango estaba dos
grados por debajo del generalato. Nuestra memoria histórica nos decía, además,
que, en una escala que midiese semejantes sucesos, incluso habíamos ido a peor,
pues “al menos” Pavía, cuando asaltó el Congreso en enero de 1874, era general.
Sin embargo, y aunque el consuelo
que ello nos proporciona sea magro, lo cierto es que en las últimas décadas
esas barbaries de tomar por las armas los Parlamentos se han hecho más
frecuentes. La globalidad ha hecho que ya no seamos el único hazmerreir a
escala planetaria, pues hasta los mismísimos Estados Unidos han sufrido brotes
de esta pandemia, y que, si miramos el fenómeno con perspectiva histórica,
tampoco escapa del virus ni siquiera la mater parliamentorum8,
pues el Parlamento londinense no se libró en su día de semejante disparate.
Pero conviene aclarar en todo caso un extremo, del que ya se hacía eco ni más
ni menos que KELSEN, cuya cita textual sigue de actualidad aunque hayan
transcurrido casi noventa años desde el momento en que emitió su opinión: “Los
historiadores contemporáneos y la ideología política de hoy dictan un fallo
desfavorable para el parlamentarismo. Los partidos extremistas, tanto de la
derecha como de la izquierda, lo rechazan cada vez más decididamente, pidiendo
con fervor la dictadura o un orden de representaciones profesionales, e incluso
los partidos de centro no ocultan cierto escepticismo respecto al ideal
anterior. No nos engañemos sobre ello: se padece hoy cierta fatiga producida
por el parlamentarismo, si bien no cabe hablar -como hacen algunos autores- de
una crisis, una «bancarrota» o una «agonía» del parlamentarismo”9.
Hay una ilógica en todo ello. Si tan mal funciona, ¿a qué ocuparse de él? ¿Por
qué asaltarlo? Aún más: ¿por qué incluso las dictaduras tratan de que las decisiones
personales del autócrata tengan respaldo de un órgano trasunto del pueblo, un
Parlamento?
El Diccionario Enciclopédico
Hispano-americano, dice que Asaltar es “acometer impetuosamente una
plaza o fortaleza para entrar en ella por fuerza de armas”. Manifiesta que
también es “acometer repentinamente y por sorpresa a las personas o algunos
parajes”. E igualmente afirma que implica “acometer, sobrevivir, ocurrir de
pronto alguna cosa, como una enfermedad, la muerte, un pensamiento”10.
Late siempre la idea de sorpresa,
de hallar desprevenido al enemigo, y para ello utilizar los medios o
aprovecharse de las circunstancias que impliquen ventaja respecto del agredido.
También nos asaltan las dudas. Pero en todo caso el verbo es rico en acepciones
y modismos. Un asalto es una acometida repentina e impetuosa que se da a alguna
persona o cosa. En esgrima es la acometida que se hace metiendo el pie derecho
y la espada al mismo tiempo.
Almirante, un clásico en
materia de estudios militares, decía que el asalto es el acto final,
calculado y previsto, de un combate abierto y generalmente largo, cuando el
defensor, agotados los esfuerzos para mantener lejos al que ataca, le ve venir
encima y establecer lo que para él es más funesto, por su inferioridad
numérica, el acceso y contacto material, el combate cuerpo a cuerpo. En rigor,
el asalto supone una fortaleza permanente, es decir, con altas y sólidas
escarpas que, destruidas o aportilladas por el cañón o las minas, ofrecen una
brecha; mas también, por extensión, cabe aplicarlo a un fuerte de campaña, que
si en general lo forman parapetos, pueden tener su parte o en todo el recinto,
muros o tapias en los que también la brecha es frecuente y necesaria11.
Señala también que quien dirige la maniobra cuidará singularmente de la calidad
y espíritu de las tropas que forman las columnas de asalto y sobre todo
de que no se precipiten hasta el momento preciso que él haya determinado. Sólo
los jefes deben conocer la hora… También los jefes deben impedir el
saqueo y la violencia “haciendo respetar los fueros de la humanidad y del
derecho”.
Por su parte, otro texto, esta
vez de 1853 nos recuerda que asaltar es “Sorprender, acometer a alguno de
repente o improviso, con objeto de robarlo o maltratarlo”12. Tiene
añadidos, pues nos dice también que es, cuando se refiere al ámbito militar:
“embestir, atacar, acometer impetuosamente una plaza o fortaleza, escalando sus
muros, u obras de defensa para ocuparla a viva fuerza”. Señala, por último, que
hay también un juego: juego de habilidad, que consiste en introducir en
las casillas de un cartón que representan un castillo o fortaleza los peones
que sirven para el ataque, desalojando a los que los defienden. Creo yo que tal
asalto, más allá de los videojuegos, y de las videoconsolas, sigue hoy vigente.
La voz “Asalto”. no existe
en el Diccionario del Castellano Tradicional13. Lo cual es un
consuelo. “No es castellano tradicional el asalto” podríamos decir. Sí lo es “Asamblea”,
lo cual podría ser un alivio también. Pero no es así, porque vemos que la única
acepción que de ella recoge la pág. 978, que a su vez no está ni en el de la
RAE ni en el de uso del español de María Moliner, es sinónimo de
“paliza”
con lo cual volvemos a las
mismas. Así resulta que asamblea puede ser sinónimo de empleo de la fuerza.
¡Qué perverso puede llegar a ser el lenguaje! Pero el análisis de las palabras,
creo yo, ni nos debe llevar al determinismo ni servir de justificación a
conductas de dictadorzuelos irredentos.
(continuará)
6 Vid. 21ª edición. Tomo I, Madrid, 1992, pág. 207. En el
Diccionario de Autoridades, de 1726 (Tomo I, pág. 429) no aparecen ni
asalto ni asamblea. En la voz “Cortes” (pág. 629) no hay referencia alguna a
que la palabra sea sinónimo de asamblea medieval. Tampoco se recogen asalto ni
asamblea en el Corominas, Tomo I, Gredos, Madrid, 1954, pág. 295.
7 Vid. mi libro El día en que Godzilla tomó el
Congreso, Congreso de los Diputados, Madrid, 2021, en que vertí mis
reflexiones, mis vivencias, pues fui testigo de todo lo ocurrido en el
Hemiciclo esa noche del golpe de Estado de Tejero.
8 I. J. JENNINGS, Parliament, pág. 492.
9 Hans KELSEN, Valor y esencia de la democracia,
Labor, Barcelona, 1934, pág. 49.
10 Diccionario Enciclopédico Hispano-americano, Tomo II, Barcelona, Montaner y Simón, 1887, pág. 781.
11 ALMIRANTE TORROELLA, José, dos obras de 1869, Diccionario
Militar, al menos una de ellas reeditada por el Ministerio de Defensa en
1989.
12 Diccionario Enciclopédico de la Lengua española. Biblioteca ilustrada de Gaspar i Roig, Madrid, 1853.
Pág. 249.
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