La Bota de vino, por Marco A. Santos Brandys
La bota de vino es un recipiente de piel utilizado para almacenar cualquier líquido y es típicamente española. El uso tradicional es como recipiente para el vino, manteniéndolo y guardándolo fresco. Los primeros testimonios sobre su existencia son en la antigua Grecia. Pero, en cuanto a su fabricación y origen tal como las conocemos se remonta a la España tradicional.
Los fenicios fueron los artífices del desarrollo del cultivo y elaboración del vino. Además, introdujeron viñedos y bodegas en sus territorios del Norte de África, Sicilia, Francia y España, donde popularizaron el vino y su comercio con griegos y romanos. En la Grecia Antigua, los mejores poetas eran premiados con un odre lleno de vino.
Se han encontrado testimonios de su existencia en la Grecia Antigua, cuando Homero, en la Odisea, cuenta que Ulises embriaga al cíclope Polifemo utilizando vino en odres; incluso en la Biblia aparecen referencias con Noé embriagado por sus hijos. Las menciones se extienden a lo largo del siglo de Oro de la literatura y en El Quijote.
Entonces, la bota de vino era un elemento fundamental en las casas españolas y siempre acompañando a agricultores y ganaderos.
La fabricación de botas de vino se remonta a la España tradicional. Su uso antes extendido, se ha ido reduciendo con el tiempo. En las casas españolas, existían tres elementos fundamentales: el botijo, la bota y el porrón.
En 1897 y por Real Orden, se estableció que los soldados españoles destinados en Cuba recibiesen una bota de vino como parte de su equipo reglamentario. Lo inventó Juan Naranjo. Fusil, munición, chaqueta, pantalones, botas y sobre todo, valor, era su bagaje. Puede parecer que un soldado del siglo XIX no necesitaba más que estos elementos para entrar en combate. Sin embargo, la realidad era bien distinta en lugares como España, donde en 1897, se estableció que todos los militares destinados en Cuba, recibiesen como parte del equipo básico, un enser tan curioso como la tradicional bota de vino.
No corrían entonces buenos tiempos para una España venida a menos internacionalmente pues además de contar con escasas posesiones de ultramar, se enfrentaba desde 1895 a una guerra contra Cuba. Su objetivo era mantener la supremacía en un territorio que ansioso de independencia, se había levantado en armas contra la metrópoli. Tan cruento fue el enfrentamiento, que se desató que en los meses posteriores, partieron desde la Península miles de reclutas, dispuestos a defender su bandera.
El éxodo de estos militares a ultramar, trajo consigo el aumento de la producción de muchos artesanos españoles, los cuales fueron contratados para confeccionar desde los uniformes, hasta los diferentes pertrechos que debían portar los soldados. Esto es lo que le sucedió a Juan Naranjo, un catalán que, en 1897, logró que las castizas botas de vino fabricadas por él, fueran adoptadas como parte del equipo reglamentario del ejército español en Cuba. Este tradicional elemento usado para guardar el licor, atravesó ese año el Atlántico llegando hasta la isla sublevada. Así lo estipulaba la Real Orden del 17 de noviembre de 1897:
«Ensayada con buen resultado en el ejército de la isla de Cuba la bota para vino presentada por Don Juan Naranjo, y teniendo en consideración lo informado por el Capitán general de dicha isla, respecto al particular, en escrito de 2º de agosto último, el Rey (q.D.g.), y en su nombre la Reina Regente del Reino, ha tenido a bien declarar reglamentaria para las tropas de aquel ejército la mencionada bota (…) siendo su valor 45 centavos de peso, o sea, 2,25 pesetas en la plaza de Barcelona, y pudiendo entenderse directamente para sus pedidos los jefes principales de los cuerpos con el inventor, que reside en la expresada ciudad, paseo de San Juan núm. 200, piso segundo». En este documento oficial, se detallaban las características del propio odre, entre las cuales destacaban sus dimensiones, capacidad y piezas:
“De piel de cabra, con cabida de un litro, cosida exteriormente, adosándole una badana negra que forma ribete y componiéndose el brocal de tres piezas. (…). La (primera) pieza sirve para fijar sólidamente la piel de la bota al brocal y forma la base de éste. La (segunda) pieza tiene en la parte superior un pequeño orificio que sirve para respiradero y beber a chorro. La (tercera) pieza sirve para cerrar herméticamente la bota, atornillando su base interior con la superior de la (segunda), y va sujeta con un cordón encarnada, a la base del brocal. Por último, cuenta con una correa negra con hebilla, que se coserá a una badana del mismo color, que rodea en forma circular la base del brocal, y sirve para colgar la bota del cinturón”. La bota de vino contaba con una cincha mediante la que se ajustaba al cinturón del soldado, algo que también estipulaba la Real Orden Madrid. 17 de noviembre de 1897. -Documento del Centro de Historia y Cultura militar de Melilla-
Cuando el ejército regresó de Cuba, su uso fue abandonado, pero la bota de vino, siempre se ha relacionado de manera tradicional a las zonas de campo y de la tauromaquia.
El vino, puede durar entre 2 y 3 días, pero para conservarlo hay que quitarle todo el aire a la bota. A veces durará menos y otras más, dependiendo de varios factores. Hay dos procesos en juego cuando el alcohol del vino se transforma en vinagre. No requiere mayor conservación que el lavado periódico, normalmente cada vez que se rellena. Si una bota se va a dejar sin usar durante un tiempo prolongado es recomendable lavarla con agua y dejarla en posición horizontal, a medio inflar, con una copita de coñac.
En las botas de pez, cuando se deja vertical durante mucho tiempo, “la pez” tiende a bajar. Para solucionar este problema basta refundirla y repartirla por el interior de la bota. Para ello se necesita vaciar la bota de cualquier líquido y lavarla con agua. Luego calentar la bota poniéndola al sol o calefacción. Una vez que la bota está bastante caliente, se debe presionar con los dedos la pez interior, repartiéndola por toda la bota. Después se infla de nuevo la bota con cuidado, sin forzarla, dejándola enfriar y quedando lista para su uso.
Los modelos originales tienen forma de gota o lágrima, bien rectos o con la boca curvada, en piel de cabra cosida a mano y recubiertos interiormente de pez, siendo los brocales de asta de toro torneada. Con la evolución de las botas, han aparecido modelos de diversas formas; es frecuente la sustitución del impermeabilizante interior de pez por látex mediante el uso de un recipiente interior preformado de este material. El exterior se confecciona actualmente con otros cueros más baratos o con materiales sintéticos y los brocales con plásticos de diversas calidades como baquelita y otros plásticos con calidad alimentaria.
Lo más tradicional es llenarlas con vinos tintos hechos con tempranillo de preferencia con crianza, evitando los blancos o rosados, debiendo ser vinos tranquilos y sin burbuja.
Aunque se utilice para contener, conservar y transportar vino, la bota de vino sirve como recipiente para cualquier tipo de líquido, siendo España el país de mayor tradición “botera” del mundo.
La bota de vino es resistente, liviana, flexible, conserva el vino de una forma adecuada, higiénica, atractiva y simple. Lo mejor de todo es que parece imponerse magistralmente a veces al vidrio o al cristal.
Existen dos clases de bota de vino:
Interior de pez, derivada de la resina del pino o enebro para impermeabilizar el interior. Esta bota de pez es la misma que utilizaban los griegos y que Homero puso en manos de Ulises. Es la más recomendable para conservar, transportar y beber el vino. La de látex, tiene una funda interior de látex, conserva mejor otro tipo de bebidas, como el agua o las bebidas dulces, aunque también se utiliza para el vino.
Tanto la bota como el porrón cumplen, además, con la misión de darle "aire" a ciertos vinos de muy alta graduación, como las garnachas manchegas, "refrescándolos". Un trago de vino en vaso "ataca" al paladar más que un chorrillo pinturero, o al menos da esa impresión. Además, permite hacer risas con los inexpertos y gran regocijo producía entre los mozos de la década sesentera que enseñaban a las "extranjeras" a beber en bota en las fiestas rústicas. Alguno incluso ligaba.
He tenido varias botas de vino y por diversas causas, se me han ido estropeando y perdido, pero tengo algunos recuerdos memorables. La de mi padre, con cuyo contenido nos alegrábamos de pequeños al menor descuido y nos descubrían por las manchas de la camisa. La del “Tío Juan”, siempre repleta con el riquísimo vino de la bodega “El Chamones” de Totana y que vaciábamos después de salir al monte. La del Tito Rafael, hermano menor de la abuelita, que iba a la playa con toda la parafernalia de familia, sombrillas, sombreros, toallas, bolsas de aperitivos y hamacas, llevando 2 ó 3 rellenas de distintos líquidos, agua, vino, vermut y gaseosas, con las que los más pequeños y no tanto, nos saciábamos después del baño y nos alegrábamos antes de sentarnos a la mesa. Y la que me regaló mi amigo C.C. y que se estropeó de no utilizarla porque a mi mujer no le gustaba que la usase pues me decía que me ponía muy “tontorrón”.
Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. ¿Es hora de morir? No. Es hora de escribirlos para que alguien los lea.
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