viernes, 29 de noviembre de 2024

ECO.81 DE PAIPORTA A WASHINGTON

De Paiporta a Washington, por José Luis Mozo

La política es como el cerdo. Y lo digo sin dobleces, por aquello de que en el cerdo se aprovecha todo. Las reacciones violentas de algunos grupos contra la presencia de las más altas autoridades en el lugar de autos, fueron de inmediato aprovechadas para señalar la actuación de grupos de extrema derecha que buscan desestabilizar las maravillas de nuestro Estado democrático. No niego que en cualquier circunstancia trágica aparezcan extremistas que quieren calentar su propia sardina con un fuego que ha matado a otros. Pero éstos que señalan tal vez pudieran pararse a pensar que al margen de tales grupos también pesa la desesperada indignación de muchos miles de personas que han perdido, no ya sus pertenencias materiales sino a sus seres queridos, en lo que fue una gestión de máxima dejadez e imprevisión, para mayor abundancia no sin precedentes.

Es obvio que ni al más tonto del mundo se le puede ocurrir que el Rey o Sánchez o Mazón iban a coger una pala para retirar el barro. Lo que se esperaba era la inmediata y coordinada movilización de todos los recursos disponibles para una catástrofe de semejante magnitud. Sin duda, la más nefasta de esas imprevisiones fue el silencio de las alarmas. La lluvia no arrasó Paiporta. ¡En Paiporta ni siquiera llovía! Pero sí avenidas colosales de agua que llegaban desde la distancia y que pudieron ser advertidas con tiempo suficiente. Hubo quien murió intentando salvar su coche. A mí me hierve la sangre cuando leo que han muerto personas intentando salvar animales. Pido perdón a los animalistas pero los humanistas (tranquilos, que cada vez quedamos menos) somos así. Imaginen lo que siento al saber que han muerto por salvar máquinas. La primera justificación fue la imposibilidad de prever una hecatombe tan colosal. No había sucedido nada semejante desde 1957. La justificación no puede ser más idiota. Que sucediese en el 57 es la prueba más palpable de que podía volver a suceder.

Mazón me da cierta lástima porque se va a tragar el sapo más gordo y creo actuó de buena fe. Cuando, ante la inoperancia de los poderes políticos, una turba de ciudadanos se lanzó a las carreteras como primera fuerza de socorro, muchos pertrechados con herramientas tan sofisticadas como escobas de sargo, Mazón hizo lo más lógico. Aconsejó, suplicó casi, que los de la turba se volvieran a sus casas y despejaran las peligrosas carreteras. Era la forma de evitar que obstaculizaran el trabajo de profesionales (bomberos, guardias civiles… ), que se creara el caos e incluso se produjeran más víctimas. Pero la lógica y la condición humana no siempre van de la mano. Aquella muchedumbre anárquica resultó de gran utilidad. En recursos alimenticios y medicinales, en la atención de heridos y enfermos, en limpiezas, en liberar pasos bloqueados… Sospecho que fuerzas locales debieron intervenir para ordenar las cosas porque, si no, hubieran terminado dándose unas escobas contra otras. Y lo sospecho porque los ayuntamientos están saliendo en su mayoría bien librados en numerosos juicios de boca promovidos por la opinión pública.

Ha pasado largos años, tantos que el señor Sánchez era candidato a ocupar la Moncloa donde moraba por entonces el señor Rajoy, cuando en tierras de Castilla y tal vez Aragón se produjo un descalabro natural, aunque ni mucho menos de la intensidad de éste. El candidato estaba allí a las pocas horas, acompañado por la televisión, en la que dedicó su intervención a poner como un trapo al presidente del gobierno por no haberse personado todavía. Con algunas palabras gruesas que no volvió a repetir en siguientes intervenciones, sin duda porque algún asesor le avisó que populachería y populismo no son la misma cosa. Otro asesor hubiera necesitado ahora para advertirle que el jefe del gobierno de una nación, su mayor poder ejecutivo, ante un hecho de esta dimensión no puede quedarse viendo la tele y diciendo “si necesitan algo, que nos lo pidan”. Necesitaban todo. ¿Y quién tenía que pedir? El 31 de octubre me llegó una carta de un militar valenciano, que expresaba amargamente su vergüenza. “Estamos escondidos en los cuarteles, quejándonos en la cantina de que no nos dejan hacer nada y viendo cómo nuestros compatriotas yacen muertos en sus hogares y cómo cientos de personas están desabastecidas e incomunicadas”. Y explicó los abundantes medios humanos, materiales y técnicos que tenían con ellos preparados, parados y esperando la orden. Y la orden era… seguir esperando.

También fue larga la espera del gobierno del covid-19 hasta tomárselo en serio. ¿Fue “aprovechada” para mantener el 8 de marzo? Desde los últimos meses de 2019 ya estaban las organizaciones mundiales de salud previniendo a todos. Incluso un imprudente médico chino, Li Weling, dijo algo inconveniente sobre los inicios del patógeno, tanto que su propio gobierno lo arrestó por terrorismo informativo. Hubiera sido sustancioso llegar a tener una charleta con Weling pero 40 días después murió.

Hablar del 19 a nuestro pueblo, rico en virtudes diversas pero pobre en memoria, es jugar a imposibles. Pues ¡¿y hablarles de principios de este siglo?! No es cierto que no se haya hecho nada desde 1957 para prevenir otra catástrofe parecida. Existió un plan hidrológico, estuvo en el BOE, pero ¡ay! fue una auténtica delicatessen política que aprovechar. ¡Secar el Ebro para darles agua a los señoritos de Levante! La realidad es que, además del vilipendiado transvase (difícil secar el Ebro), incluía un plan de obras del canal de la margen izquierda del río Magro, más la restitución de cauces naturales en el barranco Chiva-Torrente, conocido por la rambla del Poyo (palabra de origen aragonés que significa cerro). Es decir, que sí existía una solución. No soy quien para afirmar que fuera la mejor. Ingenieros hidráulicos hay para juzgar si debió ser reformada o sustituida por otra. Digo que la delicatessen se devoró. Y fue sustituida por… nada, condenando a ciudadanos del futuro a lo que ahora ha sucedido. No espero que ninguno de los autores de aquella felonía sea recordado ni tenga que comparecer para nada aunque, si llegara el caso, siempre habrá un cambio climático al que culpar.

Y una aclaración final sobre el covid-19. Recordar que, antes de la eclosión mundial del virus, Donald Trump había desafiado a China a una guerra que, ¡claro!, ganaría USA.  Por supuesto, hablaba de una guerra comercial. El uno por mil de la población mundial fue exterminada de una manera económica (para el creador del virus), rápida, sencilla, con destrucción de economías ajenas y sin destrucción de bienes materiales. ¡Ah, y por causa de un accidente! Aunque yo lo veo como una prueba de laboratorio escolar. Sin problemas para hacerlo a lo grande, en el muy imaginario caso de que quisieran hacerlo. Y Trump ha vuelto. Se sabe que es hombre que gusta de oírse y que a la hora de largar no es precisamente corto de lengua. Pero, por favor, no estaría de más que algún asesor simpático le aconseje que, si habla con o de los chinos, se muestre comedido.

No sea que al denominador de la milésima se le caiga algún cero por una tontería.




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