De Paiporta a Washington, por José Luis Mozo
La política es como el cerdo. Y
lo digo sin dobleces, por aquello de que en el cerdo se aprovecha todo. Las
reacciones violentas de algunos grupos contra la presencia de las más altas
autoridades en el lugar de autos, fueron de inmediato aprovechadas para señalar
la actuación de grupos de extrema derecha que buscan desestabilizar las
maravillas de nuestro Estado democrático. No niego que en cualquier
circunstancia trágica aparezcan extremistas que quieren calentar su propia
sardina con un fuego que ha matado a otros. Pero éstos que señalan tal vez
pudieran pararse a pensar que al margen de tales grupos también pesa la
desesperada indignación de muchos miles de personas que han perdido, no ya sus
pertenencias materiales sino a sus seres queridos, en lo que fue una gestión de
máxima dejadez e imprevisión, para mayor abundancia no sin precedentes.
Es obvio que ni al más tonto del
mundo se le puede ocurrir que el Rey o Sánchez o Mazón iban a coger una pala
para retirar el barro. Lo que se esperaba era la inmediata y coordinada
movilización de todos los recursos disponibles para una catástrofe de semejante
magnitud. Sin duda, la más nefasta de esas imprevisiones fue el silencio de las
alarmas. La lluvia no arrasó Paiporta. ¡En Paiporta ni siquiera llovía! Pero sí
avenidas colosales de agua que llegaban desde la distancia y que pudieron ser
advertidas con tiempo suficiente. Hubo quien murió intentando salvar su coche.
A mí me hierve la sangre cuando leo que han muerto personas intentando salvar
animales. Pido perdón a los animalistas pero los humanistas (tranquilos, que
cada vez quedamos menos) somos así. Imaginen lo que siento al saber que han
muerto por salvar máquinas. La primera justificación fue la imposibilidad de
prever una hecatombe tan colosal. No había sucedido nada semejante desde 1957.
La justificación no puede ser más idiota. Que sucediese en el 57 es la prueba
más palpable de que podía volver a suceder.
Mazón me da cierta lástima porque
se va a tragar el sapo más gordo y creo actuó de buena fe. Cuando, ante la
inoperancia de los poderes políticos, una turba de ciudadanos se lanzó a las
carreteras como primera fuerza de socorro, muchos pertrechados con herramientas
tan sofisticadas como escobas de sargo, Mazón hizo lo más lógico. Aconsejó, suplicó
casi, que los de la turba se volvieran a sus casas y despejaran las peligrosas
carreteras. Era la forma de evitar que obstaculizaran el trabajo de
profesionales (bomberos, guardias civiles… ), que se creara el caos e incluso
se produjeran más víctimas. Pero la lógica y la condición humana no siempre van
de la mano. Aquella muchedumbre anárquica resultó de gran utilidad. En recursos
alimenticios y medicinales, en la atención de heridos y enfermos, en limpiezas,
en liberar pasos bloqueados… Sospecho que fuerzas locales debieron intervenir
para ordenar las cosas porque, si no, hubieran terminado dándose unas escobas
contra otras. Y lo sospecho porque los ayuntamientos están saliendo en su
mayoría bien librados en numerosos juicios de boca promovidos por la opinión
pública.
Ha pasado largos años, tantos que
el señor Sánchez era candidato a ocupar la Moncloa donde moraba por entonces el
señor Rajoy, cuando en tierras de Castilla y tal vez Aragón se produjo un
descalabro natural, aunque ni mucho menos de la intensidad de éste. El
candidato estaba allí a las pocas horas, acompañado por la televisión, en la
que dedicó su intervención a poner como un trapo al presidente del gobierno por
no haberse personado todavía. Con algunas palabras gruesas que no volvió a
repetir en siguientes intervenciones, sin duda porque algún asesor le avisó que
populachería y populismo no son la misma cosa. Otro asesor hubiera necesitado ahora
para advertirle que el jefe del gobierno de una nación, su mayor poder
ejecutivo, ante un hecho de esta dimensión no puede quedarse viendo la tele y
diciendo “si necesitan algo, que nos lo pidan”. Necesitaban todo. ¿Y quién
tenía que pedir? El 31 de octubre me llegó una carta de un militar valenciano,
que expresaba amargamente su vergüenza. “Estamos escondidos en los cuarteles,
quejándonos en la cantina de que no nos dejan hacer nada y viendo cómo nuestros
compatriotas yacen muertos en sus hogares y cómo cientos de personas están desabastecidas
e incomunicadas”. Y explicó los abundantes medios humanos, materiales y
técnicos que tenían con ellos preparados, parados y esperando la orden. Y la
orden era… seguir esperando.
También fue larga la espera del
gobierno del covid-19 hasta tomárselo en serio. ¿Fue “aprovechada” para mantener
el 8 de marzo? Desde los últimos meses de 2019 ya estaban las organizaciones
mundiales de salud previniendo a todos. Incluso un imprudente médico chino, Li
Weling, dijo algo inconveniente sobre los inicios del patógeno, tanto que su
propio gobierno lo arrestó por terrorismo informativo. Hubiera sido sustancioso
llegar a tener una charleta con Weling pero 40 días después murió.
Hablar del 19 a nuestro pueblo,
rico en virtudes diversas pero pobre en memoria, es jugar a imposibles. Pues ¡¿y
hablarles de principios de este siglo?! No es cierto que no se haya hecho nada
desde 1957 para prevenir otra catástrofe parecida. Existió un plan hidrológico,
estuvo en el BOE, pero ¡ay! fue una auténtica delicatessen política que
aprovechar. ¡Secar el Ebro para darles agua a los señoritos de Levante! La
realidad es que, además del vilipendiado transvase (difícil secar el Ebro),
incluía un plan de obras del canal de la margen izquierda del río Magro, más la
restitución de cauces naturales en el barranco Chiva-Torrente, conocido por la
rambla del Poyo (palabra de origen aragonés que significa cerro). Es decir, que
sí existía una solución. No soy quien para afirmar que fuera la mejor.
Ingenieros hidráulicos hay para juzgar si debió ser reformada o sustituida por
otra. Digo que la delicatessen se devoró. Y fue sustituida por… nada,
condenando a ciudadanos del futuro a lo que ahora ha sucedido. No espero que
ninguno de los autores de aquella felonía sea recordado ni tenga que comparecer
para nada aunque, si llegara el caso, siempre habrá un cambio climático al que
culpar.
Y una aclaración final sobre el
covid-19. Recordar que, antes de la eclosión mundial del virus, Donald Trump
había desafiado a China a una guerra que, ¡claro!, ganaría USA. Por supuesto, hablaba de una guerra comercial.
El uno por mil de la población mundial fue exterminada de una manera económica
(para el creador del virus), rápida, sencilla, con destrucción de economías
ajenas y sin destrucción de bienes materiales. ¡Ah, y por causa de un
accidente! Aunque yo lo veo como una prueba de laboratorio escolar. Sin
problemas para hacerlo a lo grande, en el muy imaginario caso de que quisieran
hacerlo. Y Trump ha vuelto. Se sabe que es hombre que gusta de oírse y que a la
hora de largar no es precisamente corto de lengua. Pero, por favor, no estaría
de más que algún asesor simpático le aconseje que, si habla con o de los
chinos, se muestre comedido.
No sea que al denominador de la milésima se le caiga algún cero por una tontería.
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