Something stupid -relato-, por Marco A. Santos Brandys
No me refiero a la bonita canción de Frank Sinatra y
su hija Nancy, cantada al alimón y que yo intenté, sin conseguir, hacer lo
mismo, sino de una verdadera tontería.
Una noche, quizás influenciado por la
lectura sobre las fiestas gastronómicas que el emperador Nerón celebraba en su
“Domus Aurea”, empecé a imaginar recostado en estado de REM, que asistía como
invitado, a una fiesta junto con la gente más variopinta que uno pueda
imaginar.
En ella, realizada en un gran espacio ni
interior ni exterior, rodeada de grandes columnas, había en el centro unas
mesas con cuencos de comida que yo desconocía, pero en la que destacaba una
enorme fuente de viandas, adonde muchos invitados se acercaban para probar. Los
camareros, de rigurosa etiqueta, no servían la comida, sino que eran simples
invitados sin poder catar las viandas, siendo meramente observadores y
vigilantes.
Para poder probar ese plato, que yo
imaginaba suculento, habida cuenta de la profusión de comensales que se
acercaban con sus platos para servirse, había que poner encima del “mejunje”,
una pequeña porción de una espacie de pimentón, siendo necesario “quemar” con
aceite hirviendo, poniéndolo en un cazo solo utilizado para ese menester, y
hacer alguna que otra operación necesaria no conocida por mi y que no me
atrevía a preguntar, para no demostrar mi ignorancia.
Mi mujer, había venido conmigo pero estaba
con un grupo de amigos pasándoselo estupendamente, disfrutando del delicioso
manjar en ese insólito lugar. Me acerqué a ella solícito, para pedirle que me
sirviese un plato que yo no sabía preparar, contestándome ella:
- "¿Es que eres manco?”, alejándome con su respuesta del
sonriente grupo que me miraba insolente.
Me entristeció su respuesta, estando
acostumbrado a ser atendido por ella en estos menesteres, mientras continuaba
absorta con sus risas entre amigos y saboreando el extraño bocado. Dando otra
vuelta entre los invitados, descubrí a una venerable anciana, raramente
parecida a mi abuela, que siempre me ayudaba también en estos menesteres,
recostada en una “chaise longue” como “Madame Recamier” en el famoso cuadro de
J.L David, y estando algo indispuesta por la excesiva cantidad del producto de
la vid ingerido, solo la escuchaba decir:
- “¡Está riquísimo, riquísimo…!” y
no había forma de poderla levantar por su “indisposición” Me dirigí a los
camareros, diciéndome que estaban allí solo para mirar, no pudiéndome servir
tan apetitoso plato.
Me dirigí de nuevo dubitativo hacia otro
lugar, en donde había otro manjar, parecido al “caldo gallego” tan bueno, que
se lo habían comido casi todo, quedando solo unos pocos garbanzos fríos,
optando por ponerme cuatro de aquellos viudos perdigones por no irme sin catar
nada. Después de comer aquellas cuatro y frías legumbres y teniendo hambre,
volví al lugar donde estaba el primer plato que había que sazonar con aquel
“pimentón” y quemar con un cazo de aceite hirviendo. Pero no habiendo nadie
para ayudarme, opté por hacerlo yo mismo sin saber el secreto de su
preparación, probando la pócima y…
En ese momento, pasé de REM al estado de
somnolencia y más ligero sueño, con un extraño sabor en la boca y algo enfadado
con mi mujer que se removía inconsciente al otro lado de la cama. Me desperté
sobresaltado, mientras algo baboso y pegajoso deambulaba por entre la comisura
de mis labios…
Ya en estado de semiconsciencia o
inconsciencia, una vez quitado el insecto de la boca, y una vez repuesto,
recordé un hecho que tenía olvidado sucedido en mis primeros tiempos de
trabajar en Instalaciones Deportiva de la Comunidad Autónoma.
Mi amigo Pepe P.., era hijo de un
industrial muy conocido de la región, llamado Fulgencio. El tal Fulgencio, era
un genio de los negocios, teniendo numerosas propiedades: una gasolinera muy
conocida, una cantera a pleno rendimiento… y una empresa de construcción “F…”
contratada para algunos trabajos de la Administración regional, en donde yo
estaba.
San Fulgencio fue un obispo hispano del
siglo VI, venerado como santo en Cartagena el 16 de enero. De ahí que este día
sea el que se celebra su santidad. Fue uno de los Cuatro Santos de
Cartagena -Isidoro, Leandro, Fulgencio y Florentina- muy venerados en
esa ciudad y su entorno, razón por la cual, el padre de mi amigo, lo celebraba
por todo lo alto, con una fiesta en su finca “Los Infiernos” -¡vaya nombre para
celebrar un santo!- lugar muy conocido.
A esa fiesta, muy reconocida en la Región,
asistía “todo el mundo” que era alguien en cuanto a industriales, técnicos,
contratistas, políticos y amigos se refiere, Y hacia allí me dirigí con otro
compañero de oficina, también invitado. La fiesta duraba todo el fin de semana,
pero nadie podía estar en ella los dos días, por el cansancio desmesurado que
producía. Lo normal es que fueses a comer y volvieses a tu casa, aunque podías
volver otra vez al día siguiente y repetir la jugada.
En la finca, habían dispuesto cantidad de
medios bidones metálicos anclados al suelo, en donde parrillas con fuego de
leña y carbón, se cocinaban los distintos productos de la “matanza” del cerdo
que allí se realizaba, acabando las jornadas con la vida de varios animales y
allí mismo degustados. Jamones, lomos, morcillas, salchichas, costillas,
chuletas, orejas, chorizos y demás viandas, eran preparadas por los matarifes
en los obradores adonde ibas a pedir tu ración y llevarla a las parrillas y te
la cocinabas tú mismo a tu gusto en una especie de autoservicio que se iba
repitiendo continuamente a lo largo de la jornada. Había en otros sitios,
tomates, lechugas en “perdiz”, aceitunas, pimientos y otros vegetales y panecillos
“a gogó” y consumidos según el gusto de los asistentes. Podías hartarte con
vino del país y cerveza que no acabarían ni Dionisos ni Baco.
Terminada nuestra jornada -no para parte
de asistentes que allí continuaban- volvimos para casa con nuestros regalos de
conmemoración. A la salida a la carretera, un retén de la G.C. miraba
detenidamente a los que salían del recinto, diciendo simplemente mientras un
“número” miraba fijamente a los ojos del conductor, a través de la ventanilla
del coche:
- “Conduzca con cuidado…”
Claro que eran otros tiempos.
Una verdadera tontería, la de hoy, contada
en un mundo repleto de ellas, todos los días.
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