La
naturaleza, como sabia que es, nos provee de alimento, aunque nos empeñemos en
arrasarlo todo a base de tiros y bombazos y, si no, que se lo pregunten a los
abuelos que aún quedan en pie y que en su día hubieron de echar mano a
cualquier recurso tanto vegetal como animal que se cruzara en su camino.
Le
toca el turno a la famosa "Almorta"
que, con su sencillez, salpica de color los senderos en Semana Santa. Las hay
rojas, moradas, rosas, amarillas...: pero el oscuro pasado de asesina
silenciosa, obligó a prohibir su consumo como alimento.
Dicen
que murió mucha gente por comerla en la posguerra. Dicen que los más pobres
sufrían de brutales vómitos y diarreas, que culminaban en parálisis progresivas
sin importar edad ni sexo. Hablo del "latirismo"
pero ¿realmente fue esta planta la responsable de tanto dolor?
Los
excesos son peligrosos y no sólo de drogas, alcohol u otros vicios. En este
caso era la necesidad urgente de llenar estómagos vacíos que se devoraban a sí
mismos de puro hambre; los pobres, sin recursos, se tiraron al campo en busca
de algo que acallara esa impotencia de ver morir a los hijos, platos huecos en
estériles mesas.
La almorta fue
la solución.
Sucedió
en Barcelona, se desencadenó una epidemia de Latirismo, que solo se llevaba por
delante a los famélicos que mendigaban un mendrugo; eran muchos. Los hospitales
se desbordaban y los cementerios se atiborraban.
Los
médicos investigaron y comprobaron que todas aquellas personas coincidían en su
dieta diaria: gachas de almorta en el desayuno, gachas de almorta en la comida
y, si alguno conseguía cenar..., gachas de almorta y pare usted de contar. Esta
bella planta se quedó con el apelativo de asesina silenciosa (como el
colesterol). Se prohibió su consumo, pero... ¿qué pasaría si solo pudiéramos
comer tomates todo el día y durante meses... años? ¿Nos envenenaríamos con el
exceso de carotenos? Quizás nuestros hijos se quedarían raquíticos, ¿sería el
tomate otro terrible homicida? ¿O es el abuso la amenaza real?
Lathyrus silvestre o guisante
silvestre es una delicada planta que germina a los bordes de caminos, busca
el sol y se sirve de otros matorrales para llegar a lo alto y cuando aparece el
fruto, una vaina pequeña repleta de diminutos guisantillos, desaparece sin más,
hasta la siguiente Semana Santa que, como buen penitente, intenta purgar su
mala prensa vistiendo al campo de pasión. Es semejante al altramuz y cuando se
seca, se muele y da una basta harina que puede ser un complemento en antioxidantes
muy efectivo, con moderación claro. No lo digo por las buenas; me he pasado
muchos raticos leyendo sobre el tema antes de escribir esto, no animo a salir
al monte y llenar seras de guisantes, pero tampoco hay que despreciarla; todo
tiene su punto. Yo los he probado frescos, aún verdes y aunque pequeños, están
dulces y jugosos.
Las
investigaciones sobre esta planta se han retomado y, si sois amantes de la
botánica, os diría que profundizarais en el tema. Si lo que queréis es verla en
todo su esplendor, daos un paseo en los preludios de la primavera por
Bocaoria. Merece la pena.
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