Los caminos divergentes en la juventud, por A.F.García
La distancia entre personas para evitar
contagios tiene una antigüedad milenaria. Siempre ha habido epidemias, de las
que no siempre se ha llegado a conocer el origen o causa. La que más se
recuerda ha sido la Peste Negra, que supuso una gran mortandad y despoblamiento
en la Europa del siglo XIV. Entonces, solo los poderosos podían permitirse el
privilegio de mantener la distancia y el deseado aislamiento.
Cuando a primeros de marzo de 2020 el
Gobierno de España nos impuso un Decreto de Alarma hizo lo que estaban haciendo
la mayoría de los países, un poco antes, un poco después, se paralizó toda
actividad no esencial durante un mes, que luego fue abriendo según la urgencia
del sistema productivo o mercantil hasta acabar a mediados de junio.
Yo pude asistir regularmente a mis
sesiones de radioterapia, controlando diariamente mi temperatura y llevando
puesta una mascarilla, que no era aún la reglamentaria, sino la que encontré a
mano y, por supuesto, siempre con un higienizador a punto.
Me atrevo a decir que una parte de la
actual generación, digamos juventud, me ilusiona y la otra me decepciona. Suponemos
que la mayoría se queda en el medio, compartiendo de uno y otro.
En un boletín anterior, el Nº 53 si no
me equivoco, cuando la pandemia se extendía imparable, ya me atreví a aventurar
mi opinión. Las personas debemos quitarnos de la cabeza el volver a la
situación anterior cuando esto, gracias a la vacunación masiva, se llegue a
controlar. Debemos pensar en lo que podamos hacer en ese momento. Con ello
quise decir que debemos adaptarnos. Lo pasado, esa rutina que deseamos
reproducir a toda costa, nuestra salud y nuestra vida, vale poco o nada. En
todo caso, vale como experiencia negativa de la que se debe aprender.
Es la teoría de Darwin en su evolución
de las especies: no sobreviven las más grandes o fuertes sino las que consiguen
adaptarse. No pocos de nuestros jóvenes, y no tan jóvenes, no realizan el
debido esfuerzo de adaptación. Al contrario, tienen a gala saltarse las medidas
más elementales de seguridad y autoprotección: Fiestas nocturnas en lugares
cerrados, bebiendo, fumando, gritando… en una atmósfera enrarecida, de aire
viciado de CO2 y de gérmenes.
Tal vez, se hiciera viable la fiesta, si
la fiesta se hiciera al aire libre, con mascarilla y manteniendo la distancia.
¿Consideran que eso es libertad? Es una
pobre libertad, de muy corto alcance y futuro; si su desahogo emocional se
queda en pasar una noche bebiendo, gritando... Me resulta una meta muy corta, aquella
que le deja a uno más vacío al día siguiente de lo que estaba el día anterior.
De esas fiestas nocturnas ¿qué les queda al año siguiente o varios años
después?
¿No les quedará dentro su falta de
responsabilidad y solidaridad con sus familiares, amigos…, a los que tal vez
hayan contagiado? Queda, sin duda, un incalculable daño social, dando lugar a
lo que los sanitarios llaman “zona de riesgo”, que ahuyenta las inversiones,
los visitantes…, la prosperidad de la zona, la región, el país… Se está ahuyentando
a millones de turistas por la imagen que están ofreciendo con sus desmanes en
un año que se presentaba de lo mejor. Traen la 5ª ola a nuestro país cuando lo
que se estaba esperando era la desescalada definitiva gracias a la vacunación
masiva.
No dejo de sentir preferencia por los
hábitos o gustos de otros jóvenes: los que gustan de la libertad y autonomía de
residir en poblaciones pequeñas, aunque tengan su trabajo a decenas de
kilómetros y se ven obligados a madrugar para llegar puntualmente al trabajo.
Otros hacen su trabajo “On line”,
como así está ocurriendo en Bello Rincón y en otros pequeños lugares de lo que
llamamos la “España vaciada”, a los que animan y dan vida con su presencia. No
pocos hacen así su trabajo por atender a una persona desasistida, casi siempre
un familiar cercano.
A estas personas admiro y estoy
convencido de que a lo largo de los años volverán la vista atrás con la
satisfacción de lo bien hecho, aunque, como es normal en estos casos, no llega
a ser todo lo que hubiéramos querido.
Admiro las muchas personas, que desde
los servicios sanitarios y de las demás instituciones, y hasta simples
ciudadanos, se arriesgaron, hasta jugarse la vida, ayudando a los demás en este
difícil periodo de la pandemia. Ayudaron a otros a vivir y ser realmente
libres. ¿Has pensado, joven, o has sentido que “hay más felicidad en dar que
en recibir”?
Admiro a muchas personas, que, deseando
ser libres, pusieron noble voluntad en serlo. Permitidme citar algún nombre:
Irene Villa González, sobreviviente de un atentado de ETA, hoy psicóloga y periodista, nos da
ejemplo de superación y de perdón.
Nevenka Fernández García, economista, primera mujer española en denunciar y conseguir la condena
por acoso de su superior político del mismo partido.
Estos son dos ejemplos de evolución
positiva. Frente a ellos cito otros dos, de extrema crudeza, que dejan ver
hasta dónde llega la miseria y barbarie humana en nuestro país, que tristemente
va a más:
Laura Luelmo, joven profesora zamorana, se traslada a ejercer en un pueblo de Huelva.
No tardaría en echarle mano el presidiario Montoya, por la misma causa, y
acabar cruelmente con su vida. “No nació mujer para morir por serlo ¡Y son
tantas al año!”
Estos días estamos horrorizados por la
cruel muerte de Samuel Luiz Muñiz. ¿tiene que morir
por ser homófobo? ¿es más grave eso que lo llevado a cabo por el reiterativo
Montoya?
Con un profundo dolor pregunto a
nuestros dirigentes políticos, a nuestros medios de comunicación, nuestros
educadores… ¿Qué juventud estamos educando? ¿Dónde están los Derechos Humanos
de nuestra Constitución? ¿Los conocen y los dan a conocer?
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